sábado, 3 de diciembre de 2016

JOSÉ GONZÁLEZ MARÍN Y JACINTO BENAVENTE

 

RAFAEL BRINES






El dramaturgo dejó Valencia al terminar la guerra civil, pues aquí vivió los tres años de la contienda. Detenido en Barcelona en julio de 1936, junto a Muñoz Seca, fue puesto en libertad.

Este año, noveno del siglo y del milenio, se cumplirán los ochenta  que el escritor español y premio Nobel Jacinto Benavente abandonó Valencia, ciudad donde residió los casi tres años que duró la guerra civil. El autor de Los intereses creados marchó en el verano de 1936 a Cataluña, para pasar unas vacaciones en la Costa Brava. Le acompañaba el actor Diego Hurtado Álvarez, hijo del secretario del escritor, y que fue quien años después nos contó lo ocurrido. 
Al producirse el alzamiento militar el 18 de julio de aquel año, la policía detuvo inmediatamente a dos conocidísimos autores teatrales que precisamente se encontraban en la Ciudad Condal: Jacinto Benavente y Pedro Muñoz Seca, que fueron conducidos a la Jefatura de Policía. Órdenes del Gobierno mandaron inmediatamente que Benavente fuera puesto en libertad, pues su renombre internacional podría crear problemas a la República. El humorista creador de La venganza de don Mendo, el aludido Muñoz Seca, continuó sin embargo preso, hasta que en noviembre de ese mismo año fue fusilado en Paracuellos del Jarama.
Nuestro aludido informante y testigo del derrotero de don Jacinto -así se le conocía y se le sigue nombrando- nos indicaba que su superior pensó, una vez liberado, regresar a Madrid, para lo que se trasladó a la llamada Estación de Francia, en Barcelona, para tomar el tren y volver a su casa en la capital. Y allí, en un andén, coincidió con una actriz valenciana, Isabel Pallarés, y su esposo, que le advirtieron de los peligros que podía correr, y le ofrecieron venir con ellos a Valencia. Y así lo hicieron.
Primeramente, se alojaron con familiares de la aludida actriz, en un piso de la calle de Cirilo Amorós, entre las hoy de Félix Pizcueta y Pizarro -ésta última, entonces, pasó a llamarse Solidaridad-. Su ayudante, el actor Luis Hurtado, aprovechó que Alejandro Casona vino a despedirse de don Jacinto y marchó con él al extranjero. Quedó los últimos meses de la guerra ya solo el dramaturgo, que tuvo una extensa actividad teatral; intervino en numerosas representaciones, llegó a interpretar en alguna ocasión el Crispín de Los intereses creados, pasó a ocupar un piso en la calle de la Sangre -que había pasado a rotularse Capitán Tejero- y acudía a los numerosos teatros, principalmente al Olimpia, que estaba muy próximo a su nueva residencia. Asimismo, testigos presenciales recordaban que iba muy a menudo al Hotel Valencia, en la calle del Convento de San Francisco -bueno, entonces se llamaba de Mariana Pineda- donde con el conserje saciaba una de sus aficiones: jugar al ajedrez. 
Pero su otra afición, fumar buenos puros, la cumplía al mismo tiempo. Y se comentaba que frecuentemente caía sobre el tablero la ceniza del habano que fumaba don Jacinto. Y el conserje, muy respetuoso con el gran escritor, soportaba entre alfiles, caballos y otras piezas la ceniza; más aún, el dramaturgo no tenía inconveniente en soplar, cayendo esas cenizas sobre las ropas del trabajador, que soportaba la molestia sin rechistar. Y con su buen humor, don Jacinto le dijo en cierta ocasión: "¡Sople, sople usted también alguna vez!" Otro hecho memorable de su estancia de tres años en Valencia fue cómo encargaba siempre a la Central del Fumador, que estuvo en la calle del Convento de Santa Clara con salida a Ruzafa, los puros que le satisfacían; al extremo de que después, y durante los trece años que todavía sobrevivió en Madrid -hasta su muerte, en 1954-, seguía solicitando que le enviaran este tabaco desde el mismo establecimiento.
Porque sabido es que al final de marzo de 1939 -va a hacer 70 años- finalizó la guerra civil; y cuando el general Aranda entró en Valencia, al Ayuntamiento acudió el escritor, y se disculpó por el tiempo de colaboracionista con las autoridades republicanas en los tres años anteriores: "Ya sabe, mi general: me obligaron, me obligaron". E inmediatamente -lo cuenta en su biografía el escritor José Montero Alonso- el recitador José González Marín le embarcó en un coche y le condujo a Madrid, donde hace 70 años terminó su accidentada permanencia en Valencia.

(El coche era el suyo propio que le acompañaba, y lo conducía  su fiel ayudante escénico, Antonio López Plana, “Antoñico”)
 (Rafael Brines)
                                                                              
Devota mirada del poeta de poetas