jueves, 9 de marzo de 2017

TRES RELATOS CORTOS (De mi libro inédito, "Ecos de la Alhóndiga")


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                               LA MUERTE DEL PERRO RABIOSO

           Un alboroto de lastimeros aullidos contrapunteó el casto  silencio de la noche estrellada.  Se despertó un clamoroso y estremecido de miedo  sonar  de caracolas a lo largo de la cinta del río. El boyero, que dormitaba haciendo hora  para  pasturar de madrugada al ganado en la pesebrera, se alarmó, libró el balate de la era contigua y despertó a los mozos y peones mayores que dormíamos sobre la paja de la parva.  “¡Lenvataos, levantaos que algo pasa...!:   ladrones,  o   el perro con rabia; escuchad las caracolas de los cortijeros avisando peligro…”
           Sonó un tiro de escopeta cabe las baldas  del cercano Cortijo de la Alhóndiga. Callaron los perros y enmudecieron las caracolas centinelas. Los gallos iniciaron su plática de  encrespados cantos desde los tapiales de las cortijadas  de la ribera. Volvimos a tumbarnos en los muelles  pajotes de la  parva que se trillaba en la era. Estaba a punto de aparecer el lucero miguero y cada cual debería meter mano a sus respectivas faenas camperas
           Aquella mañana, los madrugadores labriegos  se toparon con el enorme perro muerto bajo la  higuera del borde del camino. Sus rasgos eran ya de paz infinita; no mostraban  el enorme martirio que en vida sufren  los perros hidrófobos. Sólo la muerte era la solución  para suprimir el horrendo sufrimiento de esta enfermedad.
 Cruel paradoja, madre de todas las filosofías, la  de la vida y la muerte. ¿Por qué nacemos si hemos de sufrir y morir?...  “…y no saber a dónde vamos ni de dónde venimos,  y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que ni apenas sabemos ni  sospechamos…”, que en versos inolvidables nos legó en su impresionante soneto, “Lo fatal”, mi poeta de siempre, Rubén Darío.

                                              APUNTA EL DÍA

         Por detrás de aquellos montes que ya siluetean sus iluminados contornos por el este del horizonte, asoma el incendiado cortejo  grana  que precede a la aurora. Tras ella, el sol despunta y se abre el día.
 Despierta la creación y saca de quicio a sus creaturas. Dios abandona su rengue y reanuda su labor continuadora de la creación eterna.

                                       LOS DESHEREDADOS

         Aquel padre terrateniente de la ribera, al morir  dejó a sus hijos tierras labrantías, recuas y piaras de ganado y, una   bolsa repleta de dinero contante y sonante. Pero no enriqueció sus mentes con saberes culturales, ni nutrió sus espíritus con principios fundamentales, ni los capacitó para ganarse la vida caso de algún evento...

         Aquel padre, paradójicamente,  dejó a sus hijos absolutamente desheredados, en la miseria intelectual que es la más mísera. Quienes sólo afanan y acaparan riquezas materiales despreciando los valores del espíritu, son los verdaderos responsables de las miserias universales; las notas discordantes de la creación.