“Manolito Porras” (Foto
cedida por sus hijos y nietos)
REHÉN DEL “MAQUIS”
Cuento
con la suficiente edad y claridad de memoria para recordar
el fenómeno del “maquis” que, tras la guerra civil de 1.936, tuvo como
escenario bélico-político aquella España maltrecha, hambrienta y enlutada, que
en un número de sobre 50.000 estaban echados a la sierra luchando contra Franco
para traer de nuevo
En
mi adolescencia fui rehén del “maquis”
autóctono, que por aquí se le aplicaba un apelativo menos romántico: “rejuíos”
(huídos a la sierra).
En plena guerra aún, cuando el ejército del
llamado bando nacional tomaba una
ciudad, o pueblo (principalmente éstos), algunos activista del bando
vencido, autollamados “rojos”, lograban
escapar de los ajustes de cuentas tan despiadadamente prodigados por uno y otro de los bandos en liza cainita y, se refugiaban en los lugares más intrincados de los campos,
en especial en las abruptas sierras
próximas, que solían conocer dado que la mayoría eran campesinos; conocían la
ubicación de alguna cueva, u oquedad, en
donde se guarecían de las
inclemencias ambientales y de sus perseguidores.
De
ellas solían salir a “operar” o a
suministrarse, adquirir noticias, etc, a horas intempestivas, generalmente al
amparo de la oscuridad nocturna, lo que por su conocimiento del terreno, no era
óbice para sus correrías de descubierta utilizando senderos, trochas y veredas ocultas entre la fronda serrana en
busca de provisiones. Para ello,
visitaban cortijos cuyos dueños les eran
afines, bien por ideología, por dinero o por miedo, que todo se daba. De estos cortijos se llevaban
armas de caza y guarda que no tuvieran declaradas (costumbre
entonces muy extendida entre la
gente del campo), comida, ropa, mantas,
linternas, e incluso, faroles de aceite y torcía. Según la situación económica
del labriego, le solían exigir prestaciones económicas, aunque el dinero
lo conseguían principalmente por los rescates obtenidos
para soltar al rehén que lograban apresar, como fue mi caso.
Estos
guerrilleros no tenían otra esperanza de futuro que la caída
del régimen franquista, totalmente acorralado por el boicot de las naciones triunfantes de la segunda guerra mundial, una España destruida
por la guerra civil inapelable, y una posguerra que trajo hambre, enfermedades
y miserias. Su esperanza, pues, era que,
amén de su lucha armada en frentes de “guerrillas”, ganara la guerra mundial el bando afín a sus
ideas, sobre todo
Así,
pues, la guerrilla llevaba a cabo una lucha desesperada para una guerra ya
perdida por el bando republicano, ya frente popular durante la guerra civil; de
facto, los maquis autóctonos y los
venidos de Francia animados por Santiago Carrillo y otros correligionarios
exiliados hicieron que la guerra civil se prolongara, aunque de forma no abierta, en
frentes y acciones de aguerridos guerrilleros hasta el año 1.952.
Esa
es la realidad de verdad y, así, lo recogen en sus obras de investigación la
mayoría de autores españoles, como también los hispanistas extranjeros que escribieron sobre
nuestra guerra civil --sobre la que, dicho sea de paso, se han vertido y
vierten más mentiras que de ninguna otra a escala universal--, y lo vimos y lo recordamos quienes vivimos aquella aciaga
época.
Grupos
iniciales venidos de Francia y distribuidos por distintas provincias de la
geografía española, intentaron contactar para hacer un cuerpo de ejercito
compacto del “maquis” (1) creado en Francia, insisto, por guerrilleros exilados al terminar la guerra española, quienes,
durante la invasión de
(1) “Maquis”: Voz francesa de origen corso que significa terreno cubierto
de malezas. Término adoptado por
Las
fuerzas franquistas que vigilaban los
pasos fronterizos de los Pirineos para impedir el paso a España de estas
fuerzas de “liberación” desde Francia, consiguieron derrotar, una vez tras
otra, el intento de introducir por tandas un ejército guerrillero de 80. 000
combatientes, pero, no obstante, la lucha no cesó, como digo antes,
hasta el año 1.952. Así pues, los guerrilleros “autóctonos” (casi nunca llamados
“maquis” en su propia zona de operaciones, sino “rejuíos”, “refugiados”, “bandoleros”,
ó, simplemente, “los de la sierra”),
organizados, con tácticas bélicas, cual íberos redivivos, en grupos o
“partidas”, que lucharon por su cuenta mientras, en su esperanza de derribar el régimen de
Franco, esperaban la ayuda del “maquis” que desde
La
primera tentativa de entrada en España desde Francia, se dio en la noche del 3
al 4 de octubre de 1.944 por 800 guerrilleros de la 54 brigada enviada por
Carrillo que entraron por Roncesvalles, pero fueron vencidos por un
destacamento de
Durante todo el periodo que los ¡rejuíos” o “gente de
la sierra” operaron por Cártama sólo consiguieron dineros mediante el rescate
de rehenes en tres ocasiones: Por el hijo del industrias López Gutierrez,
25.000 pesetas, del padre, labrador, del joven de 17 años Juan Berrocal Castro,
16.000 pesetas y, por mi secuestro en el mes de agosto de 1.945 (tenía yo 14
años), la cantidad del rescate quedó reducida a la mitad de las inicialmente
exigida por liberarme indemne.
El
secuestro no fue al salir de la escuela como se afirma en algún sitio por uno
de los “rejuíos”. Yo que estudiaba bachiller en Cabra estaba de vacaciones;
aquel día se estaba aventado una parva de trigo en la era de la labor de mi
padre, muy enfermo ese día por uno de sus ataques de epilepsia. A la
atardecida, decidimos ir a quitarnos el tamo de la paja al “pozancón” dándonos
un baño de la Estaca en el Guadalhorce; íbamos, el boyero Antonio, el manigero,
Paco Pupilo, el morero, Niño de la Ramona y yo.
Cuando íbamos por una linde entre
dos hazas sembradas de maíz, nos
salieron cuatro “rejuíos” (dos por delante y dos por la espalda) y, en muy poc
as palabras dijeron que me llevaban secuestrado y que le dijeron a mi padre que
les enviara 10.000 pesetas por le camino que hay paralelo al soto y que se
hiciera y n otra y ya le saldrían al paso en algún sitio y, muy seriamente, que
hasta pasado dos días de entregado el dinero
no osaran decir nada a la Guardia Civil, si querían salvar mi vida. Así
era siempre. El problema, como digo antes, era que mi padre estaba enfermo inconsciente
en cama por la alta dosis de luminal y
luminaleta que se le suministraba
para que durmiera yno le repitieran los ataques. Le contaron el problema a
González Marín, mi amigo entrañable, y exigió a todos juramente de no decir
nunca nada a nadie de aquel asunto. Pepe González Marín llamó a Manolito
Porras, que era mucho de su casa y este (se decía que cómplice del “maquis” y
de la Guardia Civil a la vez) dijo: “Pepe González, nada de 10.000 pesetas,
dame 5.000 pelas y con esto se van a tener
que apañar; que venga conmigo Antoñico para que el muchacho, al verlo,
se tranquilice porque estará asustado después de dos días y dos noches en poder
de de los de la sierra. Para no farragar el relato no entro en más detalles,
salvo que mi miedo desapareció cuando oí
gritar: “Compañeros soy Manolito Porras
que traigo el encargo; viene conmigo Antoñico…” Eso fue a las 8 de la mañana y
a las diez estaba yo en mi casa.
El
resto de la historia no es de relatar;
con lo dicho es de esperar haber trazado los suficientes rasgos de aquella
lucha en una España por demás empobrecida y martirizada por las secuelas de una
cruenta y estúpida guerra entre hermanos, para poder hacerse el lector idea del
contexto de la vivencia personal que a continuación describo y, el ambiente
sociológico local y comarcal en que tuvo lugar.
En Cártama, a tal efecto estuvo varios años desplazada
una compañía de moros regulares, que en una ocasión, al topar con una partida
de “rejuíos”, protagonizaron algún que otro pintoresco episodio.
(1)
No fue a la salida del colegio: Quiere decir, estando de vacaciones cuando
estudiaba en Cabra. Este testimonio lo recoge el autor del libro, con el que
hablé después, de las declaraciones de “rejuíos” apresados por
“Lo normal es que las autoridades adjudicasen a
los guerrilleros más delitos de los que en realidad cometían, y eso es lo que ocurrió
a esta partida en numerosas ocasiones. Como en Abril de este mismo año de 1946,
que se cometió un secuestro en Cártama al niño Juan Berrocal Castro de 16 años,
en el cortijo Alcántara de la Dehesa Alta, del cual
obtuvieron 16.000 pesetas, de las 25.000 que inicialmente pedían. Después de
esto, y sin abandonar Cártama, secuestraron a un muchacho de 14 años, y del que
obtuvieron 5.000 pesetas. Tal acusación me fue desmentida por el segundo niño secuestrado,
quien resultó ser Francisco Baquero Luque, vecino de
Cártama, el cual me aseguró que quienes le secuestraron a él fueron: El Corbata, El Sargento y dos Cazallero; y que resultaría
liberado a tan bajo precio gracias a la intervención del entonces conocidísimo
artista, don José González Marín a
través del “enlace” de
El
Rubio Brescia, guerrillero hasta la muerte
Autor: Fernando Bravo
Juan El Cazallero, jefe de la partida que me secuestró y al que,
paradójicamente, llegué a tomar cierto
afecto: por él no temí nada durante el cautiverio.
(Foto cedida por F. Bravo)
Escribiendo este trabajo hace casi tres lustros que ahora
pienso incluir, actualizado, en m/libro, “ECOS DE
(Foto: José Juan
Bedoya)