jueves, 7 de septiembre de 2017

AZUFRADO DE PARRAS Y TOMATES (De mi libro, Ecos de la Alhóndiga")

              Resultado de imagen de La trilla
                Las parras  y el pegujal de tomates estaban pidiendo a voces el azufre; pero no había sido posible aún porque las amanecidas y parte de las mañanas, horas de hacerlo,  venían siendo algo ventosas y  el azufre (polvo finísimo ad hoc) “volaba” sin que lo aprovechara la planta.
La preocupación de los labriegos en aquel momento era que parras y tomateras  empezaban a dar señales iniciales de riesgo de ser invadidas por el   mildeu (“tizne”) y, el oídium (“gangrena” vegetal); éste  requería que al azufre se le añadiera alta dosis de polvos de cobre, único antídoto entonces conocido..
                Mi padre, tenía encargada esta faena en cuanto se echara el viento tempranero, al capataz de su mediana labor, Miguel Ruíz,”Miguelón” y, al mando de él,  su hermano, Paquito Pupilo  (nombradía cariñosa), Pepillo de la Santi y, a mí mismo, por estar de vacaciones;  mi padre no concebía que su hijo, por estar de vacaciones (él jamás las tuvo) fuera vagueando  de acá para allá sin dar el callo como  lo daba él.
                Miguelón, además  de capataz de mi padre, echaba pegujales a medias con él en sus tierras  quien,  además de poner la tierra, también facilitaba el estiércol si se estercolaba  la haza  y su acarreo con carreta (incluido jornal del carretero)  al terreno y, la mitad del abono químico con sus tres elementos  (superfosfato, potasa y  nitrogenados), barbechaba y asurcaba  con sus yuntas;  el medianero ponía la mitad del abono químico y toda la mano de obra para la siembra, cavas,  binas, riegos, saque de productos, etc. Y,  del rendimiento obtenido se hacían dos partes iguales, una para cada medianero.
                Por fin, un día, con las claras del día asomando por naciente, el vozarrón de Miguelón nos despertó a todos los que dormíamos sobre la parva que se trillaba en la era: “¡¡¡Muchachos arriba!!! ¡No hace viento ni ha caído “rociá”, coged los fumigadores y los sacos de azufre; todos apriesa que hay que hacer el azufrado   sin perder un minuto, el tiempo es oro…, se puede levantar el viento otra vez! Tú Paco coge la escalera de vareo y vete a las parra
 y empieza a azufrarlas con cuidado de no caerte de la escalera,  primero por  arriba  y, después, al contrario. El resto vamos a los tomates y que cada uno coja un cantero azufrando las matas sin parar un segundo…¡¡¡Coño, despertad de una vez  y vamos de bulla que tenemos que dejar la tarea hecha esta mañana…!!!”
                Acabada  de un tirón sin ni siquiera un renguecillo  la faena y aseguradas las cosechas contra las virosis que las amenazaba, caímos a almorzar de los canastos de cada uno y echamos después una larga siesta en la gañanía.  Por la tarde nos fuimos a bañarnos al pozancón de la Estacada en el río y desprendernos  así del embadurne de azufre y cobre.
                Mientras dormíamos la siesta, el morero (Antonio, “Niño de la Ramona”) en la era le cantaba  desde el rulo   temporeras de la trilla a la adormilada collera:
                                                                  “La yegua de la manoooo
                                                            Tiene un potrito,
                                                                  Con una patita blanca
                                                              Y  un luceriiiito…

                ¡¡Lucera, Blanca, Paloma, ven aquí, toooma!!! Con una patita blanca y un lucerito, y un luceriiiito…”