domingo, 5 de mayo de 2019

ROMANCE DEDICADO QUE SIEMPRE AGRADECÍ A LA ENORME POETA CELESTE TORRES, MI AMIGA


“EL NIÑO DE LA VIRGEN", por Celeste Torres.


"A mi amigo, Paco Baquero, recordando la subida, en el año 2000, a la Ermita “Los Remedios”, de Cártama".

 (PUBLICO  ESTE POEMA QUE ME DEDICÓ LA EMINENTE POETA Y ENTRAÑABLE AMIGA, CELESTE TORRES, SÓLO PARA COMPARTIRLO CON MIS PAISANOS Y DEVOTOS DE LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS).



 La estampa era tan bella 
 que subimos despacio, 
 detrás del peregrino, 
 por la empinada cuesta. 

 Cártama dormitaba 
 en la tibieza blanca 
 de su cal milenaria. 

 Las piedras del camino, 
 con ocultos presagios, 
 cedían a cada paso
 una esperanza nueva, 
 una promesa,
 un rito, 
 un milagro cualquiera, 
 una ilusión, ¡la fe!, 
 único talismán 
 que florece, sin nombre, 
 detrás de los misterios, 
 en el árbol perenne 
 cubierto por los siglos. 

 Arriba, solo, el monte, 
 abrazado a la ermita, 
 en una comunión 
 de incienso derramado. 

 Dentro está la Señora… 
 y en sus ojos de Luz, 
 cien espejos de estrellas
 convierten en eterno 
 todo lo sobornable. 

 Al fondo, allá en el valle,
 perdido entre la noche, 
 se desangraba el río, 
 ocultando su verde
 herido por las sombras. 

 Y hay un momento mágico 
 a velas encendidas, 
 a pájaros dormidos,
 a plegaria y a salmos, 
 a Madre y a Mujer. 

 Por un instante extraño, 
 se iluminó la ermita 
 con la lumbre secreta 
 de un exvoto del Sol.

 De repente, la tarde 
 se deshizo con prisa 
 sobre un letargo antiguo 
 de encajes amarillos. 

 Bajábamos despacio
 tras los pétalos blancos 
 de una luna de tiza. 

 Brotaba en cada paso 
 un vaticinio lleno 
 de promesas cumplidas.

 Y el viento solitario 
 arrastraba en silencio 
 un olor a montañas 
 unidas entre sí, 
 como un castillo moro 
 cuyas pétreas almenas 
 están deshabitadas 
 de sus cantos de guerra. 

 Casi sin darme cuenta, 
 como un milagro único, 
 empapando el perfume 
 del humilde tomillo 
 y el nardo de la noche, 
 volvió la realidad, 
 ya libre de pecado.

 Tan sólo los minutos, 
 cansados de esperar, 
 se escaparon fugaces 
 detrás de la retama.