martes, 15 de octubre de 2019

EL INDIANO Y LOS POLÍTICOS

           Circula aún una especie de chascarrillo cateto antiguo, que en el fondo contiene  un sentido de fabulilla con elocuente moraleja aplicable a algunos políticos (as). Viene a decir:

            Un labriego plantó  en su huerta un albaricoque  que, ya adulto, resultó saraza, es decir,  no daba frutos; todo el flujo de sabia lo  utilizaba para echar fronda, fachada, apariencias. Desesperado el labriego por la ruina  de la agricultura, decidió emigrar a América pero, previamente   cortó el albaricoque a rapaterrón; empleó, antes de irse, las ramas secundarias para alimentar un tiempo el fuego de su humero pero, no así el grueso tronco que, al marchar,  quedó tirado en un lindazo de su huerta.

            Sucedió que estando el campesino en las Américas, en una trifulca política fue quemada la imagen del patrón de su pueblo. Los parroquianos, pasados los momentos álgidos de  la revolución, decidieron  encargar una nueva imagen del patrono para renovar la tradición religiosa. La condición que les puso el imaginero era que ellos deberían aportar la madera. Daban vueltas a sus respectivos magines buscando un tronco adecuado. Uno de ellos, sugirió que se utilizara el tronco del albaricoque que, el  indiano paisano, había dejado en su huerta. Y eso hicieron: El escultor tornó el tronco en una magnífica imagen.  

            Cuando el huertano  volvió a su pueblo, ya bastante adinerado, acudió  a los renovados  actos litúrgicos en honor del patrón. No más entrar al templo, lógicamente se fue a rezarle al titular, ignorando que la talla  antigua había sido quemada y reconstruida de la forma dicha.

            En cuanto el retornado le echó la vista encima al santo, se dio cuenta que, por lo que fuera, la madera de la imagen era la del tronco del albaricoque saraza que él dejó  en el huerto al emigrar. Entonces su  oración fue de esta guisa:

            En mi huerto te crié, de tus frutos  no comí, los milagros que hagas tú, que me los cuelguen aquí”,  (cogiéndose  en tal instante   los huevos).

            Sin darme cuenta, cuando estaba en rumiar el sucedido que antecede, sin quererlo y sin saber porqué, al parar  mientes me encuentro que de lo que estaba metaforizando era de las clases dirigentes y teóricamente  “selectas”? del lugar, culpables convictos y orgullosamente inconfesos de ser culpables por desprecio al saber real y por vanagloria egotista,  de que Cártama ignore sus raíces, desprecie a sus personajes insignes  (los que, sí, dan prez y fama noble a un pueblo), de que la gente sientan desdén por su valores consuetudinarios,  y, los sustituyan  en el alma popular por  mequetrefes engolados, dependientes del culto a la personalidad, que los equipara por encima del tiempo  a auténticos bufones medievales; pedantería compulsiva  en fin que han hecho de un pueblo intimista y grato en todos los órdenes cívicos,  un canasto de alacranes picándose unos a otros.