Aventura y desventura de Alonso Valor
A nuestro entrañable y nutriente río Guadalhorce, llamárosle los moros “río del pan”, por la feracidad que sus asientos limosos imprimen a las tierras que baña. Ello, no obsta para que también tuviera, y tenga, de forma periódica temibles y onerosísimas avenidas que invaden a la brava con veloces corrientes de turbias y gredosas aguas desmadras de cauce. En sus arrastres llevaba veras de azas con naranjos, limoneros , álamos, tarajes, y otros sacados de cuajo con toda la pelambrera de su sistema de raíces, al tiempo que entre ello se veían viajar ahogados hacia el mar ahogados cerdos, caballerías, aves de corral sin la riada sorprendía a algún esquilmero de estío en sus huertos de melones, sandías y somatares.
Entre los muchos casos de milagrosa salvación de humanos escapando de sus tumultuosa corriente en venidas, se cuenta la de Alonso Valor, allá por las postrimerías siglo XIX. Había ido Alonso valor, según costumbre inveterada, a acompañar con otros paisanos, ya de atardecida, a la Estación de Ferrocarriles, en donde debían embarcar para su destino militar, a los mozos del reemplazo de 1.990. A la vuelta, aquellas culebrinas que en lontananza, allá por los montes de Bonela amenazaban tormentas, eran ya una patética realidad: el cauce del río iba de quijero a quijero en grandes trechos desbordado, lanzando un rugido espeluznante. Todos los que volvían con sus caballerías de la despedida de los quintos, eran gente avezadas a estas voltarias “bromas” del Guadalhorce, por lo que sobre los aparejos enjarmados de las bestias, que en cierta medida hacían de flotadores que ayudaban a la cabalgadura a nadar con sus jinetes de horcajadas sobre ellas.
Todos los caminantes cruzaron, mal que bien el río, y lograron ponerse a salvo pasada la casilla de Vargas que ya estaba tomada por las lodosas aguas. Pero Alonso no tuvo la misma suerte, quizás porque su caballería se salió de la enderechura del vado de Venta Romero y perdió pie, despidiendo al jinete que no tuvo más remedio que nadar a la desesperada hacia el soto ya tomado por las aguas, con la suerte de que en su agotador recorrido topó con el tronco de un álamo negro de gran altura, por el que gateó gasta encaramarse en una de su más alta rama. Entonces se usaba faja de punto negro que daban varias vueltas a la cintura y, con ésta, Alonso se ató a la rama del álamo para evitar que por accidente o sueño, caer a las traidoras aguas fluviales, de cuya forma estuvo dos días y noches sin que su ánimo decayera. Dicen que era un tío bragao de la época.
A las cercanías del río se llegaron rápidas las autoridades, vecinos, y familia de Alonso que les daban ánimos al grito de “Alonso valor, ten valor...” mientras encendían fuegos, lanzaban cohetes y bengalas de las que se usaban para la procesión de la Virgen de Los Remedios, a la que rezaban mirando hacia su Ermita, pidiéndole la salvación de Alonso. Por fin., acudieron unos marengos de las playas de Málaga quienes, con sus barcas acordeladas a los árboles por seguridad, lograron salvar, ya exhausto, a Alonso al que solo la faja le asía al árbol salvador.
Aquella se recordó durante todo el siglo XX como la “riada de Alonso Valor”
A nuestro entrañable y nutriente río Guadalhorce, llamárosle los moros “río del pan”, por la feracidad que sus asientos limosos imprimen a las tierras que baña. Ello, no obsta para que también tuviera, y tenga, de forma periódica temibles y onerosísimas avenidas que invaden a la brava con veloces corrientes de turbias y gredosas aguas desmadras de cauce. En sus arrastres llevaba veras de azas con naranjos, limoneros , álamos, tarajes, y otros sacados de cuajo con toda la pelambrera de su sistema de raíces, al tiempo que entre ello se veían viajar ahogados hacia el mar ahogados cerdos, caballerías, aves de corral sin la riada sorprendía a algún esquilmero de estío en sus huertos de melones, sandías y somatares.
Entre los muchos casos de milagrosa salvación de humanos escapando de sus tumultuosa corriente en venidas, se cuenta la de Alonso Valor, allá por las postrimerías siglo XIX. Había ido Alonso valor, según costumbre inveterada, a acompañar con otros paisanos, ya de atardecida, a la Estación de Ferrocarriles, en donde debían embarcar para su destino militar, a los mozos del reemplazo de 1.990. A la vuelta, aquellas culebrinas que en lontananza, allá por los montes de Bonela amenazaban tormentas, eran ya una patética realidad: el cauce del río iba de quijero a quijero en grandes trechos desbordado, lanzando un rugido espeluznante. Todos los que volvían con sus caballerías de la despedida de los quintos, eran gente avezadas a estas voltarias “bromas” del Guadalhorce, por lo que sobre los aparejos enjarmados de las bestias, que en cierta medida hacían de flotadores que ayudaban a la cabalgadura a nadar con sus jinetes de horcajadas sobre ellas.
Todos los caminantes cruzaron, mal que bien el río, y lograron ponerse a salvo pasada la casilla de Vargas que ya estaba tomada por las lodosas aguas. Pero Alonso no tuvo la misma suerte, quizás porque su caballería se salió de la enderechura del vado de Venta Romero y perdió pie, despidiendo al jinete que no tuvo más remedio que nadar a la desesperada hacia el soto ya tomado por las aguas, con la suerte de que en su agotador recorrido topó con el tronco de un álamo negro de gran altura, por el que gateó gasta encaramarse en una de su más alta rama. Entonces se usaba faja de punto negro que daban varias vueltas a la cintura y, con ésta, Alonso se ató a la rama del álamo para evitar que por accidente o sueño, caer a las traidoras aguas fluviales, de cuya forma estuvo dos días y noches sin que su ánimo decayera. Dicen que era un tío bragao de la época.
A las cercanías del río se llegaron rápidas las autoridades, vecinos, y familia de Alonso que les daban ánimos al grito de “Alonso valor, ten valor...” mientras encendían fuegos, lanzaban cohetes y bengalas de las que se usaban para la procesión de la Virgen de Los Remedios, a la que rezaban mirando hacia su Ermita, pidiéndole la salvación de Alonso. Por fin., acudieron unos marengos de las playas de Málaga quienes, con sus barcas acordeladas a los árboles por seguridad, lograron salvar, ya exhausto, a Alonso al que solo la faja le asía al árbol salvador.
Aquella se recordó durante todo el siglo XX como la “riada de Alonso Valor”
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También como curiosidad intrahistórica de nuestra Cártama, según uno de los legajos de esta Villa obrante en el Archivo Catedralicio, que a continuación inserto, un antepasado de Alonso Valor, autor paciente de otra odisea curiosísima, no tuvo tanta suerte como él y, le costó la vida, nada menos que atropellado por la rueda de una carreta, mientras sesteaba bajo de ella.