Es evidente
que los valores individuales y sociales
nunca estuvieron más en precario que en
este aciago momento de hirientes paradojas que vive España, si es que, aún
podemos con propiedad llamar así a
nuestra Patria (etimológicamente, tierra del
padre, “paternaria”...)
Cuando a
una nación de tan grandiosa historia como la nuestra, le atenaza una crisis
económica y, por ende, laboral tan profunda y sangrante como la provocada
por la estulticia antipatriota de unos y otros,
si el colectivo de sus ciudadanos conserva los valores humanos esenciales que le imprimen su multimilenaria historia, antes que después
esa nación se levanta, incluso con renovada pujanza. Lo dijo, entre otros insignes
eruditos, uno de los hermanos Machado (literariamente
el más profundo de los hijos de Demófilo): “¡Honra
a los “padres”!/ ¡Goza de su herencia gloriosa!... ¡El sol es viejo y cada
día/ joven renace y nuevo en su
alborada! Es obligado esperar que, como
el sol machadiano, España de la espalda a este ocaso que nos abruma y renazca
en su horizonte una luminosa aurora.
Pero lo que sobre
España pesa no es una crisis; experimenta,
quién lo duda, una resbaladiza deriva
hacia el abismo de la decadencia; con el agravante, de que en su altanera y afanadora ceguera,
sus gobernantes no alcanzan a vislumbrarla
ni a valorarla en aras de un urgente remedio. Más grave aún, tales
gobernantes de una u otra laya siguen actuando en beneficio propio antes que en
los de la Patria
común, y, en ese objetivo espurio, usan
de una dialéctica trasnochada, con la
que han contagiado al pueblo unos supuestos y referencias históricas falsas,
hasta sumirlo en el adocenamiento más alienante
y permisivo, incompatible con un sistema
mínimamente democrático, de forma, que lo sitúa en la triste realidad de no ser
capaz de levantarse por si mismo sin echarse en los brazos del tan nefasto y
nefando paternalismo político y sindicalista, que sigue los dictados de quienes
les pagan.
Lo más
penoso de este estado de cosas, es que España está a punto de perder, aún más,
su soberanía como administradora de su propia economía, es decir, la dignidad.
Volviendo a Machado: “¡Ay del que sueña
comenzar la historia/ y amigo de
inauditas novedades,/ desoye la lección de las edades/ y renuncia al poder la
memoria...”, que, por supuesto, no se refiere a la consabida y falaz
“Memoria histórica”.
Ahora bien:
Un juicio crítico espontáneo del pueblo, limpio de las dichas intervenciones
maniqueas y sectarias, sí podría, y podrá, encontrar el fácil camino de la
redención patria entre el babélico guirigay dialéctico, casi patológico en su
desmedido egoísmo insolidario y coactiva de la partitocracia que nos ha llevado
a la ruina y a convertir España una, en reinos de taifas bajo la
égida de vulgares virreyzuelos, que se prevalen de que la democracia, si buena en sí, también es el sistema en el que mejor se disimula el
vicio y el contrabando de todo jaez.
El estado
espiritual de España lo han falsificado últimamente, de tal suerte que sería
conveniente silenciar las plumas y sellar los labios para no contemporizar ni
dar cancha a tal desgracia humana nacional. Y cuando el estruendo de los
charlatanes con énfasis de políticos se apague, después que esta
turbulencia indeseable y nefanda se serene y decante, la crítica dejará bien
poco en pie de lo que la fama superchera exaltó y, de los bronces de las
estatuas de los de hoy se harán aldabillas para los establos y argollas para
los pesebres. Será la verdad y la belleza la que proteste de esta abyección que
hoy nos deshonra como pueblo.
Insisto, la
razón de este estado nacional es obvia: El menosprecio a valores individuales y sociales de los pueblos
que van ya en pos de su decadencia, sin capacidad para levantarse sin las muletas de un puñado
de desaprensivos tragaldabas; el incumplimiento de sus deberes y dejación de las críticas, tal, por poner un solo ejemplo, vemos en las tertulias televisivas y radiofónicas, mas fabricantes de comedias posibilistas
carentes de verdad, que de virtudes y grandeza de alma y de intelecto.
Y a Machado
vuelvo a invocar:
“Reniega de la vana
pseudociencia...
Vuelve a tu
Tradición, España mía.
¡Sólo Dios hace mundos
de la nada!