En aquellos años de la "churripampa" cuando a menda le daban las vacaciones en la escuela y, después en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra en donde, en régimen de interno, cursé bachiller, mi padre, que no entendía eso de tener un hijo tres meses de vacaciones "haciendo de señoritín" mientras él se eslomaba de sol a sol, me ponía a guardar guarros de su median a labor, igual que, después, hacía con el hermano mío que con otro chaveilla aparecen en la foto haciendo lo propio.
Hoy, con mis ochenta y un años, recuerdo aquellos duros tiempos y comparo con estos. Los guarros --dicen que su fisiología es la más parecida a la de los humanos-- según mis observancias como eventual porquero, tienen tendencias y querencias que, en efecto, son muy parecidas a las de los bípedos y, en especial, (con perdón), a la de los políticos y políticas en algunos aspectos de sus respectivas condiciones.
Vengo a referirme con lo antes dicho, a los 17 virreyzuelos autonómicos y sus glotonas coortes de innumerables mercenarios chupando del bote nacional a gañote dilatado y, es entonces, cuando me acuerdo de la píara de guarros que mi padre me enviaba a carear en rastrojos y manchones.
Dicen que las autonomías desangran España; 17 gobiernos dentro del gobierno nacional tiene, en efecto, tela marinera. Pero eso de volver al centralismo como propugnan los que tienen sentido común, es, he aquí el símil, tan difícil como me era a mi quitarle a algún marrano escapado de piara a un sembrado de batas las que había hozado furtivamente. Ni con el látigo, ni con la honda a pedradas a la cabeza (una vez lisié a uno de tal guisa) era posible quitarle de la boca la batata; y no se le podía dejar que se la comiera porque, entonces, se empicaban y ya no estaba pendiente más que de aprovecharse del más pequeño descuido del porquero y salirse de piara a tales desmanes.
Sí, lo mismo.