Iluminada y cálida tierra madre, amor
de nacencia. Hiende tus entrañas el arado que da el tempero propicio para las sementeras, promesas de vida. Tierra
nutriente; millones de veces esponjada con sudores de hombres; ancestralmente halagados tus incógnitos tímpanos con cantos temporeros
al son de esquilones, que ponen ritmo al santo trabajo de cada día. Trazados sobre tu faz están caminos de herraduras y rodaderas; eres subsidiada del sol y de la mansa y “calaera”
lluvia que en tu vientre macera las semillas, futuras cosechas de cada estación que riegan en el
estío las lentas aguas de padre Guadalhorce, el río de los iberos y fenicios
que fueron parterre de civilizaciones posteriores jamás comprendidas. Río
Guadalhorce, el de los múltiples nombres que los moros llamaron “el río
del pan de trigo”. Como el Nilo tú,
padre río, tienes un DON de vida y civilización desde la noche de los tiempos.
Bendito seas, padre río, nemoroso encanto de mi niñez, pues a tu vera nací y
tus sotos conformaron mi amor virgiliano por la ribera de tu cinta. Bendito seas…
Tierra madre que me viste nacer, te
llevo licuada por los canales de mis venas y alimentas mis recuerdos y mis
nostalgias de un ayer que, por ti fue, y
es, un don de plenitud.
Compadezco a los que te olvidan, a los
que huyen de tus recuerdos, porque al
perderte, pierden mucho de su ser, de su raíz y
alma. Tierra labrantía de todos los hemiferios, por algo fuiste numen de excelsos poetas. Ya el
divino Virgilio, al disponerse a escribir la épica Eneida, recordaba sus
Églogas y Geórgicas con esta entradilla:
“Yo aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de la leve
avena...obligué a los vecinos campos a que obedeciesen al labrador...”
Y el “Beatus Ille” del eterno Quinto Horacio
Flaco:
“Dichoso aquel que alejado de los
“nego como la
antigua raza de los mortales cultiva
sus campos con los bueyes, alejado
de la usura...
Ora con
la crecida vidune los
altos álamos ora contempla
desde lejos su rebaño de y podando
con la hachuela las inútiles ramasinjerta
otras mejores...