viernes, 28 de diciembre de 2018

OTRO LIBRO DE PEDRO DUEÑAS


          Resultado de imagen de PEDRO DUEÑAS                  
            Pedro Dueñas ha  publicado un nuevo libro, “Historia de la Estación de Cártama (Un milagro en el valle)”. Su lectura  ha henchido  mi mente de gratos recuerdos de aquellos tiempos en los  que aún  no estábamos como estamos  hoy (eso dicen y al parecer con razón), en la era de la posverdad; de cuando las personas  nos regíamos  por valores recios y enraizados. De de cuando la amistad leal era  una gratificante y bella realidad, no zigzagueante al influjo de intereses, a veces mezquinos.
Empero, el eco de este libro de Dueñas   me ha  trasladado, emocionalmente en el tiempo, al lugar de la Estación, hábitat de grandes e inolvidables amigos míos y conocidos que le imprimían   amistad confiante que hoy  suscitan nostalgias y  querencias; fuertes querencias inextinguibles: La Estación fue, y es para mí, “la punta del pueblo”  con  bellos terrenos por medio a lo largo de tres kilómetros en derechura Sur y, un bucólico y amado río cargado de historia y  numen poético.
En la Estación, en efecto,  saboreé siempre sus recovecos de poblado humano singular. Quizás algún  día (D.M)  las cuente negro sobre blanco.
            Cual  dejé apuntado, en la Estación tuve entrañables y sabrosas vivencias y, presencié otras ajenas. No podría plasmarlas todas sin que me saliera un entrañable libro de intrahistoria que, D.M, no descarto; Incluso alguien me ha prometido editarlo si lo hago. Gran poder evocador, pues, tiene este libro de Dueñas.
Como un milagro del valle” subtitula Pedro Dueñas su libro. Afortunada metáfora lírica la suya: Quien viniere a Cártama  por la antigua carretera de Campanillas, al llegar a la  casilla de Carrión, ¡oh milagro del Creador!,  cae necesariamente en la cuenta,  del por qué  llamaron los fenicios a nuestro pueblo, Cartha  (ciudad escondida).  Sobre un coqueto cerro con defensivos  castros ibero-bastetanos en su cima, avanzadilla de un sistema montañoso que lo circunda por el  Sur, Este y Oeste, se ofrece de sopetón a la mirada del viajero  un inmenso y edénico valle labrantío regado por un río (el hoy llamado Guadalhorce), entonces navegable, que constituye en su conjunto orográfico  una postal dibujada con los inefables pinceles de Dios. Por si fuera poco, de este a oeste a no más de cien metros del  del  río, nemorosos sotos por medio, existían, y existen en cada margen ya convertidas en carreteras modernas,  dos sendas iberas que ponía en contacto a Malaka con todos los enclaves del interior.
Cuando tenga totalmente leído este tomo de Pedro Dueñas, dada su temática tan entrañable para este humilde escribidor, volveré sobre el. Sí, así lo hare, D.M.-