domingo, 26 de diciembre de 2021

 

LA ALONDRA

 

            Mañanitas  estivales frescas por la brisa residual,   húmeda estela  de las ribereñas  noches con  ladridos de perros al lucero miguero, cruá, cruá...de ranas en las almatriches y  cri, crí... de grillos entre la hierba punta y las verdolagas; órdago sonoro de las creaturas mínimas al silencio cósmico de la noche.

             Antes de bajar al prosaico  rastrojo y a los duros terrones de los barbechos en do tiene su hábitat, la alondra saluda a padre sol que apunta tras las onduladas lomas al Sur de  la Alhóndiga. El canoro pájaro es allá en el cielo como  un mínimo acento circunflejo   levitando inmóvil en el azul del éter;  inmóvil, la alondra   modula sus cantos  de inefables resonancias que son remedos, ¡oh maravilla!, del trino de todos sus congéneres.  Sí, oyendo cantar a la alondra tempranera, si al tiempo no la ves puede parecerte que se trata de la  armoniosa melopea  del mirlo en celo, o del trino del jilguero en  los espinos borriqueros de negras semillas (“alpiste negro” en el argot infantil), del verderón entre  las frondas, o, el lánguido e inefable canto del ruiseñor en  los chopos del soto.

             Al solitario niño alhondiguero se le colmaban las pupilas de entrañables horizontes  y, se le esponjaba  el alma al conjuro de la jerga mañanera  de los pajarillos de los campos regadíos, sumido en un irremediable memento pánico, acompasado  por el amortiguado cantar de la madre  (“Los pajarillos”, de la Niña de la Puebla). Yo me digo, remedando a Manuel Machado:                                        

                                               A quién no le ha cantado

                                               Una madrecita buena 

                                               En un anochecer de plata

                                               Nanas que le han dormido..