martes, 14 de diciembre de 2021

 

Un día estaba en el estudio, con otras personas, el gran recitador José González Marín. Sabía unos versos dedicados al pintor en la hora de su muerte. Alguien propuso que los recitara. La gente hizo corro en torno al actor y éste se dispuso a comenzar.

   Cerca, sobre un diván, como casi siempre, estaba Pacheco, indiferente, deprimido. Al ver que la gente se arracimaba alrededor de González Marín, el perro abandonó su sitio, se abrió paso entre los oyentes y se colocó sentado  en primer término mirando y escuchando, como si lo comprendiera, al actor. Así estuvo quieto, atento, hasta que el recitador acabó la poesía en recuerdo de Romero de Torres. Entonces, el perro volvió al diván, y se tendió otra vez barriga en tierra , en su misma actitud indiferente y apesadumbrada, tendido con el hocico entre sus manos que parecía no cesar  de llorar desde que murió su amigo dejándolo solo su amado amo, Julio Romero de Torres,   cargada el alma de pena de ausencia y saudade.

Ya, Pacheco, no posaría más para el pintor de la mujer española, Julio Romero de Torres, el “pintor de la  mujer morena española, con las que  tantas veces posó Pacheco pa participar de la gloria del pintor de la belleza de las mujeres españolas, Julio Romero de Torres. Por ese sentir profundo de pena, Pacheco murió aquella noche poco después de escuchar a su amo el voz de José González Marín, quien se fue en busca de su amigo el alcalde de Cordoba y propuso que si se le hacía un busto a a Pacheco él pagaba la mitad de su importe.Y. así se hizo.