jueves, 24 de agosto de 2023

  

RECUERDOS IMPERECEDEROS DE AMIGOS QUE SE FUERON:

jOSÉ VARGAS DÍAZ, “JOSEILLO EL PICHI”

                                                        I

Él, nació en Cártama (pueblo) el 21 marzo 1.931; yo, en un Cortijo de de la vega Gudalhorzana, también en Cártama, llamado, la Alhóndiga, el 30 de marzo de 1.931 y, allí, viví niñez de oro con el alma y las retinas plenas de paisajes y, en los oídos, el constante rumor del Guadalhorce, que dista  del  que era mi hogar familiar desde que nací hasta  pasados mis cinco años, edad en la que empecé a ser “niño de la guerra”, con los ojos  siempre con  espanto al ver lo que cada día veía y sufría mi familia, como tantas otras;  igualmente pues, fue “niño de la guerra”,   José Vargas Díaz (Pichi), al que conocí,  para ser uno de mis mejores amigos de siempre, al  ser liberada Cártama por los nacionales el 9 de febrero de 1.937.

                                                          II

Era el 9 de febrero de 1.938. En el comedor de Auxilio  Social, y con motivo del primer aniversario de la liberación de Cártama por los nacionales,  se invitaron a todos los “niños y niñas de la guerra” a un almuerzo especial     --para variar de los potajes de judías negras (“angelitos negros”), principio de sardinas o jureles y postre de naranjas de la tierra (las exquisitas ya desaparecidas cajeles o calabacitas) de los días de entre semana--- ese día, al tiempo  que cantábamos  aquellas canciones siempre patrióticas,    nos pusieron paella de arroz con tropezones de magro guisado por las inolvidables cocineras  del Centro, Paca e Isabel, “las del Comedor”; después, ensaladilla “rusa” y, como quedó dicho, naranjas de  postre, al tiempo que  cantábamos aquellas canciones, por supuesto patrióticas, que los niños manteníamos memorizadas  de oírlas asiduamente  amortiguadas   desde las calles del pueblo ya que se cantaban tras las bardas de las corralas por las vecinas del lugar.

Asistían las mesas  aquel día en honor de los niños que tanto habían sufrido  en  la retaguardia de los frentes  las célebres, abnegadas y olvidadas “madrinas de guerra”,  que tenían como  “ahijado” a algún soldado  luchando  en las trincheras de cualquiera de los fratricidas frentes de batalla de la piel de España: Peñarroya, Teruel, Belchite, Brunete, Gandesa, el Ebro y, el  paralizado de Granada, etc.

En los frentes los soldados las aludían con canciones de este tenor:

Si me quieres escribir

Y hacerte madrina mía,

Ya sabes mi paradero,

En el frente de Gandesa

Primera línea de fuego…

Volviendo a la comida, en la  primera mesa se sentaban  el alcalde, (Antonio Mora, al mismo tiempo Jefe de la Falange local), el Sargento de la Guardia Civil de Cártama, Sánchez  Vergara y dos personas más que no recuerdo. El organizador y financiador del acto, José González Marín, no estaba sentado con ellos, pues iba de mesa en mesa  cantando con nosotros y, cuando nosotros  no cantábamos, él nos recitaba poesías que a los niños nos sacaba lágrimas de emoción; y al vernos llorar a los niños, él se emocionaba visiblemente también: ¿Qué alma no se derretía escuchándole recitar con arribos de emoción, “El niño pobre”, “La cojita” “La perra parida (de Platero y yo)” de Juan Ramón Jiménez.

Éramos “niños de la guerra”, de una guerra que no emprendimos pero que la sufrimos a la par de quienes la emprendieron, y esa circunstancias aciaga incluso aún por los años 40, nos era recordada trágicamente en no pocas ocasiones. Sirvan de ejemplo de ello estos dos ejemplos entre decenas:

Joseillo “Pichi” y yo con otros niños, leíamos “tebeos” (Juan Centella, Jorge y Fernando en la patrulla del Marfil, Roberto Alcazar y Pedrín, etc) en  la sombra de la calle  Santa Ana, a unos 50 metros del Comedor de Auxilio Social que antes he referido. Pero las guerras civiles suelen tener rastras, a veces, seculares y dan testimonio de ellas mismas en supuestos periodos de  paz, o llamados de paz: 

          De pronto, en la puerta de dicho Comedor se produjo una enorme explosión que hizo temblar el suelo de la calle; corrimos Joseillo y yo, y más gentes   a ver qué había pasado; y era,  que una de las hijas de “Isabel del Comedor” se encontró en una de las hazas de siembra en donde jugaban con otros niños, una especie de cartucho de escopeta del 12, pero metálico y  llamativo y,  como el doble de largo y grueso que un cartucho. La niña  intentó abrirlo sin conseguirlo, por lo que lo tiró fuerte sobre el suelo de la acera  y, aquello, que resultó ser   el  detonante de una de mano, seguramente de la Phite,  explotó estruendosamente; la onda expansiva le cortó los dedos de una mano a la chavalas hija de Isabel “del Comedor” a la que El Pichi y yo quisimos llevarla entre ambos al médico pero no podíamos y quiero recordar que fue Miguel Ruiz, “Miguelón” quien en sus brazos, con la fuerza que  tenía, la llevó en volandas  al médico, Don José Cuevas, que la atendió en una primera cura y, después, creo fue llevada al Hospital en Málaga. Perdió algunos dedos de la mano.

No habían pasado muchos días cuando se produce otra explosión idéntica en la haza en donde jugaban los niños que también le cortó algún dedo a una hija de Pedro Hurtado, “Ramolichi”. Era la hora  en la que los gañanes de de la finca de mi padre daban de mano y desuncían las yuntas por lo que estaban cercanos al hecho que acaba de suceder, en donde también estabamos Joseillo y yo, inmediatamente cogimos entre todos a la chiquita lesionada en el brazo a la que le colgaban dos dedos y la llevamos al médico del pueblo también Don José Cuevas, quien tras una cura de urgencia envió a la chiquita al hospital; había perdido dos o tres dedos de la mano.

En aras de la concisión y brevedad del relato dejare aquí el tema para continuar en otro relatando la intima amistad mía con José Vargas Pichi.

Como adorno del mismo inserto a continuación uno de los poemas que nos recito González Marín cuando comíamos de Juan Ramón Jiménez titulado La Cojita, que reza así:

 

LA COJITA

La niña sonríe: -¡Espera,
voy a coger la muleta!
Sol y rosas. La arboleda
movida y fresca, dardea
limpias luces verdes. Gresca
de pájaros, brisas nuevas.
La niña sonríe: -¡Espera,
voy a coger la muleta!
Un cielo de ensueño y seda.
hasta el corazón se entra.
Los niños, de blanco, juegan,
chillan, sudan, llegan:
…nenaaaa!
La niña sonríe: -¡Espeeera,
voy a coger la muleta!
Saltan sus ojos. Le cuega,