RECUERDOS IMPERECEDEROS
DE AMIGOS QUE SE FUERON:
jOSÉ VARGAS DÍAZ, “JOSEILLO EL
PICHI”
I
Él,
nació en Cártama (pueblo) el 21 marzo 1.931; yo, en un Cortijo de de la vega
Gudalhorzana, también en Cártama, llamado, la Alhóndiga, el 30 de marzo de
1.931 y, allí, viví niñez de oro con el alma y las retinas plenas de paisajes y,
en los oídos, el constante rumor del Guadalhorce, que dista del que era mi hogar familiar desde que nací
hasta pasados mis cinco años, edad en la
que empecé a ser “niño de la guerra”, con los ojos siempre con espanto al ver lo que cada día veía y sufría
mi familia, como tantas otras; igualmente
pues, fue “niño de la guerra”, José
Vargas Díaz (Pichi), al que conocí, para
ser uno de mis mejores amigos de siempre, al
ser liberada Cártama por los nacionales el 9 de febrero de 1.937.
II
Era
el 9 de febrero de 1.938. En el comedor de Auxilio Social, y con motivo del primer aniversario de
la liberación de Cártama por los nacionales,
se invitaron a todos los “niños
y niñas de la guerra” a un almuerzo especial --para variar de los potajes de judías
negras (“angelitos negros”),
principio de sardinas o jureles y postre de naranjas de la tierra (las
exquisitas ya desaparecidas cajeles o calabacitas) de los días de entre semana---
ese día, al tiempo que cantábamos aquellas canciones siempre patrióticas, nos
pusieron paella de arroz con tropezones de magro guisado por las inolvidables
cocineras del Centro, Paca e Isabel,
“las del Comedor”; después, ensaladilla “rusa” y, como quedó dicho, naranjas de
postre, al tiempo que cantábamos aquellas canciones, por supuesto
patrióticas, que los niños manteníamos memorizadas de oírlas asiduamente amortiguadas desde
las calles del pueblo ya que se cantaban tras las bardas de las corralas por
las vecinas del lugar.
Asistían
las mesas aquel día en honor de los
niños que tanto habían sufrido en la retaguardia de los frentes las célebres, abnegadas y olvidadas “madrinas
de guerra”, que tenían como “ahijado” a algún soldado luchando en las trincheras de cualquiera de los
fratricidas frentes de batalla de la piel de España: Peñarroya, Teruel,
Belchite, Brunete, Gandesa, el Ebro y, el
paralizado de Granada, etc.
En los frentes
los soldados las aludían con canciones de este tenor:
“Si me quieres escribir
Y hacerte madrina mía,
Ya sabes mi paradero,
En el frente de Gandesa
Primera línea de fuego…
Volviendo
a la comida, en la primera mesa se
sentaban el alcalde, (Antonio Mora, al
mismo tiempo Jefe de la Falange local), el Sargento de la Guardia Civil de
Cártama, Sánchez Vergara y dos personas
más que no recuerdo. El organizador y financiador del acto, José González
Marín, no estaba sentado con ellos, pues iba de mesa en mesa cantando con nosotros y, cuando nosotros no cantábamos, él nos recitaba poesías que a
los niños nos sacaba lágrimas de emoción; y al vernos llorar a los niños, él se
emocionaba visiblemente también: ¿Qué alma no se derretía escuchándole recitar con
arribos de emoción, “El niño pobre”, “La cojita” “La perra parida (de Platero y
yo)” de Juan Ramón Jiménez.
Éramos
“niños de la guerra”, de una guerra que no emprendimos pero que la sufrimos a
la par de quienes la emprendieron, y esa circunstancias aciaga incluso aún por
los años 40, nos era recordada trágicamente en no pocas ocasiones. Sirvan de
ejemplo de ello estos dos ejemplos entre decenas:
Joseillo
“Pichi” y yo con otros niños, leíamos “tebeos” (Juan Centella, Jorge y Fernando
en la patrulla del Marfil, Roberto Alcazar y Pedrín, etc) en la sombra de la calle Santa Ana, a unos 50 metros del Comedor de Auxilio
Social que antes he referido. Pero las guerras civiles suelen tener rastras, a
veces, seculares y dan testimonio de ellas mismas en supuestos periodos de paz, o llamados de paz:
De
pronto, en la puerta de dicho Comedor se produjo una enorme explosión que hizo
temblar el suelo de la calle; corrimos Joseillo y yo, y más gentes a ver qué
había pasado; y era, que una de las
hijas de “Isabel del Comedor” se encontró en una de las hazas de siembra en
donde jugaban con otros niños, una especie de cartucho de escopeta del 12, pero
metálico y llamativo y, como el doble de largo y grueso que un
cartucho. La niña intentó abrirlo sin
conseguirlo, por lo que lo tiró fuerte sobre el suelo de la acera y, aquello, que resultó ser el detonante
de una de mano, seguramente de la Phite, explotó estruendosamente; la onda expansiva le
cortó los dedos de una mano a la chavalas hija de Isabel “del Comedor” a la que
El Pichi y yo quisimos llevarla entre ambos al médico pero no podíamos y quiero
recordar que fue Miguel Ruiz, “Miguelón” quien en sus brazos, con la fuerza
que tenía, la llevó en volandas al médico, Don José Cuevas, que la atendió en
una primera cura y, después, creo fue llevada al Hospital en Málaga. Perdió
algunos dedos de la mano.
No
habían pasado muchos días cuando se produce otra explosión idéntica en la haza
en donde jugaban los niños que también le cortó algún dedo a una hija de Pedro
Hurtado, “Ramolichi”. Era la hora en la
que los gañanes de de la finca de mi padre daban de mano y desuncían las yuntas
por lo que estaban cercanos al hecho que acaba de suceder, en donde también
estabamos Joseillo y yo, inmediatamente cogimos entre todos a la chiquita
lesionada en el brazo a la que le colgaban dos dedos y la llevamos al médico del
pueblo también Don José Cuevas, quien tras una cura de urgencia envió a la
chiquita al hospital; había perdido dos o tres dedos de la mano.
En
aras de la concisión y brevedad del relato dejare aquí el tema para continuar
en otro relatando la intima amistad mía con José Vargas Pichi.
Como
adorno del mismo inserto a continuación uno de los poemas que nos recito
González Marín cuando comíamos de Juan Ramón Jiménez titulado La Cojita, que
reza así:
LA
COJITA
voy a coger la muleta!
Sol y rosas. La arboleda
movida y fresca, dardea
limpias luces verdes. Gresca
de pájaros, brisas nuevas.
La niña sonríe: -¡Espera,
voy a coger la muleta!
Un cielo de ensueño y seda.
hasta el corazón se entra.
Los niños, de blanco, juegan,
chillan, sudan, llegan:
…nenaaaa!
La niña sonríe: -¡Espeeera,
voy a coger la muleta!
Saltan sus ojos. Le cuega,