martes, 28 de febrero de 2017

EMPATÍA CON LA VIDA Y MUERTE DE LA VIEJA ENCINA

                                                            
        Resultado de imagen de ENCINAS VIEJAS                                                         
         Nacida  brizna, llegó a   multicentenaria   la  frondosa encina de la vera  del  camino  que  serpea  por la ladera de la  pina montaña hasta  trasponer por la  cima.
         Su umbrosa copa ofreció siempre generosa sombra a  cansados caminantes. Sus sólidos  frutos   mitigaban  el hambre de extenuados  peregrinos, viandantes del ideal y bucólicos pastores de serranías.   
         Con tal probidad  vivió  siempre la enorme encina  que, por ello,  la gratitud de los transeúntes   llamaron a la trocha,  “El camino de la encina”,  para perpetuar así su memoria de  árbol samaritano.
         Durante siglos,  en duros inviernos la noble cupulífera  era acosada por  furiosas ventiscas, huracanes y tempestades que  la desfoliaban  y le manqueaban alguna de sus alguna de sus ramas; algún que otro furtivo leñador  hacían de su hojarasca haces de ramón para alimentar el fuego de tahonas y  talabanle ramas con hachas de doble filo haciendo de ellas leña  para carbón vegetal en aras de  intereses crematísticos.
 Pero, aún dolorido, el gigante árbol seguía impertérrito,   adusto y firme a la vera del camino,  seguro de que con la  primavera volvían  a rebrotarle ramas gloriosas que ofrecerían de nuevo flores y, en los estíos,  su tupida copa seguiría su fresca sombra y adusto alimento de bellotas mitigadoras  del  hambre los transeúntes del sendero que, después, aliviaban la sed en la fuentecilla de aguas cristalinas  que brotaba en el balate cercano. Y en su tupida fronda seguían   anidando  bandadas   de avecillas canoras que, cada atardecer,  ofrecían al cielo su inefable salmodia de pipiares acurrucados ya entre algunas hojas protectoras  don dormir durante la noche
Pero un día, un nefando día, un imponente enjambre de viles bestezuelas (termitas, orovivos, hormigas, cucarachas, etc) a los que antes, con su bondadosa indiferencia de árbol generoso les dejaba medrar  por el exterior de su corteza, juzgaron  más lucrativo libar directamente de la sabia que corría por  los vasos leñosos y liberianos de la proba encina. Estos taimados  y ruines bichejos,  con  millones de mordiscos en el corazón de la noble  madera, consiguieron vaciar de sabia  y  ahuecar el maderaje del fornido tronco del benéfico árbol cabe la pina trocha, de tal forma, que ya una leve brisa, haciendo vela con enorme  copa, fue suficiente para dar con él  en tierra, vencido y abatido hasta morir.

         Moraleja: ¡Qué melancolía y decepcionada tristeza  suscitó siempre  en mi  alma, la vida y muerte de la vieja encina de la vera del camino!