jueves, 10 de agosto de 2017

¡¡VAMOS PROGRESANDO…!!

                
            Ya ni siquiera  se ven  aquellos gorriones urbanos que ajergaban con sus pipiares los aleros de los tejados endulzando nuestros despertares; ya   las niñas y mozuelas  no juegan a la comba con la soguita con que para ellas, de cinco ramales que eran más coquetas,  les hacía solícito algún cabrero familiar mientras guardaba el ganado en los manchones. Ya las golondrinas  no reciben  en los aéreos cables de “la luz” en liricas hileras como monjitas chiquitirrinas, los primeros resplandores de la aurora luminosa que como mano divina desde  detrás de los cerros   nos allegan a Dios; ; ya apenas  se ven aquellas golondrinas que desde las goteras de los secanos acarreaban barro y matitas y plumillas para fabricar sus recoletos nidos bajo los aleros y en las vigas de madera de los tinados y nos eran tan familiares a las gentes labriegas; Bécquer las hizo famosas con su poema inefable: “Volveran las oscuras golondrinas de los tejados sus nidos a colgar, pero aquellas que contemplaban nuestra dicha… esas, no volverán…”. 

  
 Ya no hay en las casas patios con macetas  de  pilistras, dondiegos, geranios, albahacas y yerbabuenas, y el tilo y jazmines con cuyas flores las hembras hacían guirnaldas que las hembras se ponían en sus cabelleras  y  al pasar por nuestro lado nos embriagaban de finos olores que  encendían los deseos. Ya no se ve una alondra levitando en el cielo y modulando bellos trinos; ni cogujadas en los surcos ni tras los terrones; ni bandadas de jilgueros comiendo las semillitas negras en los cardos borriqueros; ni bandas de chamarines ni trigueros, ni vienen las avefrías en el invierno con sus gráciles peinetas de plumas  tras la nuca; ni arrullan las tórtolas en los sotos del río, cuyas aguas permitían el baño sin riesgo alguno; ya no se ven agachadizas en los corredores de agua. Ya las madres no les cantan nanas a los niños ni los mecen en su regazo en una silla de aneas (tras, tras, tras, tras…) ni les dicen  cuentos e historias para ensoñarlos.


 Ya no vale la palabra y ha cobrado carta de ciudadanía el embuste, la trápala y la trola tan rentable a los descerebrados políticos (hay excepciones); ya estamos en lo que se ha dado en llamar sin rubor “la era de la posverdad”; ya no hay palabra entre los hombres de cuajo porque hasta el cuajo se ha perdido. En una palabra, ya tenemos el Progreso, la era de la extinción de los pájaros y animales beneficiosos y ha devenido  el imperio, hasta para los niños de leche, de las “maquinitas”.  ¡VIVA EL PROGRESO, VIVAN LOS “PROGRES”…