A mi AMIGO, José Manuel García Agüera.
Ya están
llegando los abejarrucos, como otras
muchas aves agoreras del verano; los
abejarrucos
que habitan y anidan en los misteriosos agujeros que ellos mismos taladran en la tierra de los altos balates del borde del
río, linderos a tierras de Los Cardiales a donde,
otrora, se prolongaba el Gran Cartamón.
En el pasero de higos, allanado en
tierra con suelo de juntos para que no se aterraran, Miguelón, El Chío y yo volvíamos la cara de cada higo para que se secara por la otra y, los ya secos, iban a un un canasto forrado
de tela por dentro para evitar su deterioro; a una espuerta de esparto iban los defectuosos y torcidos para pienso de las bestias que se echaban liados con paja.
Al dulzor de los higos verdejos acudían las abejas del
cercano colmenar de Paco Juan Ramos, que revoloteaban, pacíficas, sobre nuestras
cabezas y, tras ellas, persiguiéndolas para
tragárselas por innata inclinación, pirueteaban en vuelos vertiginosos
los preciosos abejarrucos de agudos picos y llamativos e intensos colores verdes, azules y
amarillos de su plumaje.
Eran tiempos preciosos y a la vez
durísimos por el hambre que, tras la guerra, azotó a España en los años 41, 42 y 43, especialmente Años de la “Churripampa”.
Las cartillas de racionamiento que se aplicaron durante la II República, una
vez terminada la guerra también se adoptó por el gobierno dictadura de Franco.
Antes de entrar a la cuadra de
las bestias de carga, Carmen del Céntimo tenía su despacho de Carbón y, cuando abría
para despachar cisco, los niños se colaban a la cuadra para llevarse y comerse
los higos defectuosos que se habían desechado para pienso de las bestias. Jamás
se le dijo nada a un niño que tal hiciera, sino que se le daba, tanto Carmen
como los de casa, si los veíamos, algunas pesetas para que compraran pan, arenques y morcilla en la tiendecita que Ana Carillo tenía frente a la carbonería.
Aquello, y lo que había visto en la
guerra, me marcaron contra los políticos, a quienes consideraba culpables de
tanta desgracia, fueran del color que
fueran.
Las bestias se quedaron sin higos
y se les tuvo que echar cebada, pero quien hiriera los sentimientos de un niño con
hambre, había de enfrentarse a “Frasquito Talento”, mi padre.