sábado, 12 de mayo de 2018

LLEGARON LOS ABEJARRUCOS



                                                                                 A  mi AMIGO, José  Manuel  García Agüera.

                Ya están llegando los abejarrucos,  como otras muchas aves agoreras del verano;  los
 abejarrucos que habitan y anidan en los misteriosos agujeros que ellos mismos taladran  en la tierra de los altos balates del borde del río, linderos a tierras de Los Cardiales  a  donde, otrora, se prolongaba el  Gran  Cartamón.

En el  pasero   de higos, allanado   en tierra con suelo de juntos para que no se aterraran,  Miguelón,  El Chío y yo volvíamos la cara de cada higo  para que se secara por la otra  y, los ya secos, iban a un un canasto forrado de tela por dentro para evitar su deterioro;  a  una espuerta de esparto  iban los defectuosos y torcidos  para pienso de las bestias que se echaban  liados con paja.

Al dulzor  de los higos verdejos acudían las abejas del cercano colmenar de Paco Juan Ramos, que revoloteaban, pacíficas, sobre nuestras cabezas y, tras ellas, persiguiéndolas para  tragárselas por innata inclinación, pirueteaban en vuelos vertiginosos los  preciosos  abejarrucos de agudos  picos  y   llamativos e intensos colores verdes, azules y amarillos de su plumaje.  

Eran tiempos preciosos y a la vez durísimos por el hambre que, tras la guerra, azotó a España  en los años  41, 42 y 43, especialmente Años de la “Churripampa”. Las cartillas de racionamiento que se aplicaron durante la II República, una vez terminada la guerra también se adoptó por el gobierno dictadura de Franco.

Antes de entrar a la cuadra de las bestias de carga, Carmen del Céntimo tenía su despacho de Carbón y, cuando abría para despachar cisco, los niños se colaban a la cuadra para llevarse y comerse los higos defectuosos que se habían desechado para pienso de las bestias. Jamás se le dijo nada a un niño que tal hiciera, sino que se le daba, tanto Carmen como los de casa, si los veíamos, algunas pesetas para que compraran pan,  arenques y morcilla en la tiendecita que  Ana Carillo tenía frente a la carbonería. Aquello, y lo que había visto  en la guerra, me marcaron contra los políticos, a quienes consideraba culpables de tanta desgracia,  fueran del color que fueran.

Las bestias se quedaron sin higos y se les tuvo que echar cebada, pero quien hiriera los sentimientos de un niño con  hambre, había  de enfrentarse  a “Frasquito Talento”,  mi padre.