miércoles, 11 de julio de 2018

SOBRE CULTURA POPULAR


                        
            En 1.917,  el Nóbel español de literatura, Benavente, escribió   una comedia cuyo  significativo título reza: “El mal que nos hacen”.  En el fondo la obra   emite un mensaje moral referido a un tema eterno en todas las capas sociales y estados de las personas: La deslealtad interesada.

            La humana  deslealtad, capitalizada..., ¡cuánto dolor ha ocasionado a las creaturas de Dios a lo largo de los siglos! Y, a eso voy sin otra intención ni propósito que  el ejercicio periodístico de fondo.

            Al pueblo llano le llega con excesiva frecuencia la imagen de ciertas personas, (sobre todo si se significan  por algo noble), alevosamente prefigurada por animosidades e intereses espurios e inconfesables  de virtuales y espontáneos enemigos de esas personas. Suelen ser, en efecto,  adversarios con inquina inmotivada, sin causa ni razón, casi siempre generada por envidia al  mejor, o porque no opinan de la sectaria forma que ellos. Lo vemos --y sufrimos directa o empáticamente—a diario: El espectáculo del maltrato moral al prójimo por gentes que quieren y no pueden porque sus miserables carencias propias no dan para actos nobles, es entristecedor e indignante.

            Lo que antecede, es  vicio del alma que ya recogieron en sus obras señeros escritores y sabios desde la antigua Grecia hasta nuestros días. Precisamente, en una de sus fábulas, el moralista de aquella época remota, Esopo, nos ilustra elocuentemente tal vicio, de esta guisa   “¿Veis esos cachorros de la misma camada, hijos de la misma madre y del mismo padre, que juntos corren, juegan, se besuquean y abrazan...? Pues echad en medio de ellos un hueso, o introducir en su grupo una perrita caliente y veréis que pasa” 

            Aunque, cual digo antes,  este  vicio tuvo, y tiene, siempre arraigo testimonial  en las sociedades de todos  los tiempos (ya  Caín mató a su hermano Abel por envidia), en la España de hoy constituye una sibilina arma de todos los indigentes morales; arma que suele ser  letal (lo se bien): Con ella, se   han llevado a la ruina  hacienda,  fama, honor e imagen de muchas personas honradas; incluso, hasta el deceso profesional, y no digamos social.

            Y, con ser repulsivo el aleve e irreparable daño  que hacen a personas,  mayor calado tiene  el que irrogan  al pueblo en donde se da el criminal entuerto ya que, una vez  nadeadas  las personas de entidad moral sólida, acaparan las directrices y representación de la ciudad esas maldicientes  ricias y gandingas éticas  e intelectuales.

            De  lo antes enunciado, Cártama no es una excepción. Más bien es, si  entramos de lleno en la realidad de verdad de su casuística,  un paradigma; y con esto no solivianto ningún secreto  ni hiero ninguna fama; el  pajeado  es de sobra sabido y referido; y quizás, las causas de tan mantenida situación desde los albores del siglo XX, o desde  antes se deban a la consuetudinaria incultura impartida por las áreas pertinentes. La cultura, según Benavente, es “la buena educación del entendimiento”, y, para educar el entendimiento no existe más que un camino: la lectura. Lectura es igual a cultura. Las áreas de cultura municipales, casi siempre en manos legas, confunden capitalizadamente la cultura del pueblo con el adoctrinamiento y publicidad ideológica más o menos encubierta del mismo.

             En Cártama, sin embargo han existido genios del saber y el arte  como  un Enrique López Alarcón, poeta enorme (el autor de “La Tizona” y “Canto a la muerte de Joselito” que escribió una noche de vino y hembras en una  venta sevillana en compañía de  su paisano, Pepe González Marín, declamando versos que hacían llorar, el charlista García Sanchiz, el torero del arte supremo, Gitanillo de Triana y, otros personajes de semejante estirpe artística), “Loa poética a las cuatro hijas (sus primas) del cartameño que fuera alcalde de Málaga,   José Alarcón Luján --Concha, Remedios (madrina de Picasso), Soledad y Josefa”, a las que cantara el pueblo, y él recogió en rotundos versos: “Señor alcalde mayor/ no persiga a los ladrones,/ que tiene usted cuatro hijas/ que roban los corazones...!”; están  enterradas en la Iglesia Parroquial de Cártama y  la Plaza tiene  un azulejo con sus nombres: “Paco Juan Ramo”, erudito donde los hubiera para más mérito autodidacta, que siendo agnóstico me regaló mi primera Biblia y, me hizo dejar la lectura de Zane Grey, Palacio Valdés, Pereda …,  por la de Zola, Verleine, Heine, Lorca, Unamuno, etc; un Juan Gutiérrez Faura, autor del primer libro que se escribió sobre la Historia de Cártama “Recuerdos cartameños”, en cuya sustanciación tuve el honor de participar;  se ha escrito, por grandes tratadistas, entre ellos varios cartameños,  el magnífico libro, “Cártama en su historia”, que editó el Ayuntamiento de Cártama siendo alcalde, José Escalona Idañez; el malogrado Miguel del Pino Roldán nos tradujo del latín la, “Lex Favia Malacitana”, que alumbró Rodríguez  Berlanga;  mi caro amigo, Antonio Vargas “Aljáima”, ha escrito libros de sólida poesía y paseado medio mundo empapando sus retinas de motivos culturales;  Francisco del Pino Roldán ha escrito uno de los mejores libros sobre nuestro pueblo,  Cártama en la literatura y, otros muchos sobre Velez Málaga en donde le han dedicado una calle que se le niega en Cártama por ser un cartameño  no de determinada onda política;  Pedro Dueñas ha escrito dos o tres libros;la profesora cartameña, Remedios Larrubia Vargas, ha escrito al menos dos libros de sumo interés cuales,  Los cultivos subtropicales en la Costa Mediterránea”, “Agricultura y espacio metropolitano”, “Producción y Comercialización de los cítricos en la perovincia de Málaga”,Agricultura de Málaga y el bajo Guadalhorce” (en colaboración); para algunos eruditos de arribo no han existido en Cártama un Diego Marín Sepúlveda, abogado y ejecutivo de talla nacional; un Enrique Marín, perito y experto agrónomo amén de lector empedernido, etc. etc.

            Los culteranos que aquí nos culturizan desde las instancias exclusivas y excluyentes alegan que la ortografía la inventó un capitalista para humillar a los trabajadores. Así, de un golpe político de bajura, se manda a capar  monas a Nebrija, Marcelino Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Miranda Podadera,  Díaz Plaja, etc. etc. Se dijo un día de Cártama: “Cosas veredes amigo Sancho...”  

Y las estamos viendo ad perpetuan re memórian.