viernes, 31 de enero de 2020

ACOJONADOS (31.1.20)


      
            La gente de España, como nos llama el tal Pablo Iglesias, no tenemos bastante con la plaga de políticos desleídos y en gran mayoría  indigentes  intelectuales que hoy por hoy pululan  por nuestra bendita piel de toro que, encima, nos brea otra también insidiosa epidemia de gripe, digamos doméstica. Y, por si ello no bastara a preocuparnos, nuestros medios  de comunicación nos llevan al acojonamiento constantemente con noticias apabullantes sobre el mortal coronavirus, sin que en momento alguno nos digan si la ciencia está, o no, manos a la obra, corre que te pillo, para conseguir una vacuna que es la única solución para frenar al dichoso microbio o bacteria, noticia que llevaría un rayo de esperanza a la acojonada  e inerme sociedad civil de este hoy maltratado país con eventos  sobreañadidos  a la nefasta actuación de los políticos.

            Yo, aunque no me crean, por circunstancias fortuitas gocé de la benéfica amistad del premio Nobel de literatura, don Jacinto Benavente, que  invitado por su amigo, José González Marín, pasaba frecuentemente algunos días en Cártama, lo cual siempre lo recogía la prensa nacional para motivado orgullo de esta villa.  

            Cuando venía acá, siempre subía al santuario de nuestra Patrona la Virgen de los Remedios, que a él le gustaba visitar; a dichas subidas siempre me pedía que le acompañara y,  uno de esos paseos fue en agosto del año 1,947, al día siguiente de  saberse que el toro Islero de la vacada  de Miura había matado a Manolete en la plaza de Linares. La muerte del “Monstruo” del toreo, como le llamó Kaito, director de la revista El Ruedo,  conmovió a España y al mundo hispano de allende el océano.

            Dicha noticia y los toros en general fue el tema de conversación del grupo de personas que acompañábamos  a don Jacinto, que callaba. Cuando habló fue para decir, bien lo recuerdo, lo siguiente: “Yo, después de la República no he vuelto  ir a los toros; iba durante ella, no por afición, sino porque  cuando el presidente era abucheado yo me solazaba en mi fuero interno gritando también: Presidente eres un impresentable,  ignorante, un malvado irresponsable que estás destruyendo a España. ¡¡Vete ya!!,  y, la última vez que fui  pensaba en Casares Quiroga” Don Jacinto recurrió a ese truco porque durante la II República había una feroz  censura de la libertad de expresión y opinión.