Creyó que eran gigantes, y resultaron molinos cuyas aspas en liza abatieron a rocín y caballero...
Un molino
perezoso al par del viento.
Un son triste de campanas.
Un camino
que se pierde polvoriento,
surco estéril de la tierra castellana.
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Una venta.
Un villano gordo y sucio,
de miserias galeote
Somnolienta
la andadura de su rucio,
no aparece en la llanada Don Quijote.
Cervantes, cuya magistral obra cumbre inspira al poeta los versos que anteceden, había nacido en Alcalá de Henares en 1.547, y bautizado el 9 de octubre. A los 22 años se sabe que estaba en Roma como paje del legado pontificio, Acquaviva. Ingresó soldado con el Maestre Miguel de Moncada, lo que le dio ocasión de visitar desde Roma el corazón de Italia: Ancona, Ferrara, Nápoles, Génova, Venecia y otras ciudades., acrecentando así su conocimiento de lenguas, lugares y de la condición humana. Ávido de aprender, fortalece su ingenio acogiendo en su intelecto enorme cantidad de obras de arte al tiempo que estudiaba la literatura clásica, del Renacimiento italiana y española e inglesa, en donde otro genio coetáneo, daba a luz otra obra universal, Hamlet.
Formando parte de la tripulación de la Marquesa, nave de la escuadra de 300 naves mandadas por don Juan de Austria, tomó parte en la batalla de Lepanto contra el turco, el día 7 de octubre de 1.571, de lo que se han cumplido en este mismo mes de octubre, 440 años. Allí, Cervantes como todos los soldados de la flota de la Santa Alianza, luchó al grito (¡mire usted por donde!) de “¡¡Por la Virgen de Los Remedios !!” advocación a la que en Valencia, antes de zarpar la escuadra española para unirse a la del Papado y la veneciana, se encomendaron los capitanes españoles. En la batalla de Lepanto perdió de un arcabuzazo “la mano izquierda para gloria de la diestra”, hecho que el mismo Cervantes describe de esta guisa literal: “Blandía con una mano la espada y de la otra manaba a borbotones la sangre. Mi pecho se hallaba desgarrado por una profunda herida y tenía la Manon izquierda destrozada, pero tan inmensa la soberana alegría que inundaba mi alma, que ni siquiera asentía mis heridas”
En el Quijote, arguye una autora, como en toda obra de arte y de vida, hay oposiciones y contrastes aparentes que al cabo se reducen a una síntesis profunda y universal. Así por ejemplo en dos mujeres de su obra (hablaremos en otra hoja de este somero estudio del Quijote, de las mujeres en la obra cervantina), Dulcinea y Aldonza aparentan propuestas contradictorias, y no son sino aspectos de la misma mujer, de la Mujer ideal y real que Cervantes creó con la pobre arcilla de la tierra y con el rico aliento de su numen.