El autor en su estudio
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EMBUSTEROS POLÍTICOS, Y NO POLÍTICOS
Siempre que escribimos, o hablamos, de esas consabidas minorías ostensiblemente depravadas y corruptas que suelen imprimir carácter parrandero al colectivo a que pertenecen, es obligación de bien hacer, el dejar constancia de que en nuestro convencimiento está que existen muy honorables excepciones. Todo el mundo tiene conciencia del bien y del mal, por lo que sólo deben darse por aludidos, y de qué manera, los que rentabilizan “caca”, bien por acción o por omisión que, tanto monta. Pero ojo: Si en una sala cerrada tertulian cinco personas de las que sólo dos fuman, cuando salen huelen a humo las cinco.
Si un prójimo, de a pie o político con mando en plaza, miente descaradamente, no le cuadra otro apelativo que el de embustero y, si la trola que propala es capitalizada (interés personal o político) automáticamente el grado de embustero asciende al de cínico.
Si un prójimo roba de alguna de las múltiples formas que clamorosamente se hace ostensible diariamente, qué otra cosa se le puede llamar, por escrito o en pláticas, sino ladrón de tomo y lomo.
Si un prójimo mata a un semejante, para el común no es sino un asesino; y, qué decir si la víctima es una inocente e indefensa criatura que aún mora en el cálido y nutriente seno materno. Lo grave es que aquí, en España, nadie protesta ni alza la voz contra este herodiano proceder que, hoy por hoy, adquiere caracteres de holocausto de inocentes nonatos a los que se matan de la forma más espeluznante que imaginarse pueda, y ello, en el vientre de la madre, bajo la argucia dialéctica de que, ésta, es la dueña de su cuerpo, con lo cual, encima, también insultan estos hijos de puta (honoris causa), la inteligencia más roma. Al feto-niño en desarrollo, le ha dado hospedaje una persona humana que, sarcásticamente, llaman madre pese a ser anuente con el desnaturalizado crimen de su propio hijo. Con esa misma regla de tres, valga el símil, ¿qué cabría decir de un posadero que tuviera licencia legal para matar a su antojo y comodidad a los huéspedes porque él es el dueño de la posada?
Pero, centrémonos en lo que resta del espacio aquí disponible, en el vicio de la mentira, tan socorrido para uso de las gentes de mal vivir desde la perspectiva de la ética y la honorabilidad consuetudinarias en nuestra civilización.
El error objetivo de este vicio es que la mentira (tan perniciosa para la salud social) no se castigue, y que, su tráfico, por quien quiera que lo realice, le sea indiferente no sólo a las leyes positivas dictadas por los políticos, sino también, y ello es lo peor, al natural código del honor. A veces --he aquí la corrupción de los conceptos que ha logrado el poder sobre el pueblo a través de la propia mentira circulada por los potentes medios de comunicación y creadores de opinión-- hasta cae gracioso y simpático a quienes engaña un redomado embustero. En todos los rincones de nuestra piel de toro emergen hoy como ortigas en infectos muladares, la mentira estratégica, o hecha hábito social. Y si, según Apolonio, la mentira social es tráfico propio de esclavos, el pueblo español es hoy más que nunca esclavo de sus políticos, y, lo más sangrante, es que los mentirosos saben ya que el pueblo es propicio a creerles. La verdad, que es la virtud contrapuesta al vicio de la mentira, está hoy oprimida y aherrojada, aún siendo aquella, según Píndaro, el fundamento de las virtudes más sublimes, tal lo atestiguan la experiencia y la razón,
Los embustes, incluso cuando, como hoy vemos excesivas veces, beneficie a los maliciosos y cínicos que los trafican, que son muchos, constituyen un horrendo vicio antropológico digno de extirpación social: Los hombres se distinguen esencialmente de los animales por la palabra, por lo que cuando la prostituimos de su divino cometido con la mentira, los hombres descendemos a la categoría de animales; Así sucedió, entre otros episodios históricos paradigmáticos y definidores, cuando la mujer de Putifar, despechada, atribuyó ante éste al casto Jesús solicitudes lascivas y, por tanto, adúlteras. Cabe preguntarse, pues: ¿Qué es un mentiroso que permuta ilusiones por realidades, ya sea el tal, o la tal, del común del pueblo, político gobernante, adinerado o indigente? Un monedero falso que pasa el cobre de la mentira por el oro de la verdad, un ruin, un infame, un vil traidor, un ensuciador de conversaciones, un detestable falsario de noticias --tal vemos a diario-- indigno de una sociedad humana moralmente sana.
En otro “A BOCAJARRO” ampliaremos sobre este nefasto vicio social, no obstante tan utilizado hoy para autopromocionarse politicastros de tres al cuarto, ante un pueblo indiferente, cuando no anuente. La distorsión de los principios, entre ellos el de la verdad, es una grave faceta de la crisis que padecen los pueblos.
AA. VV