Era
un día de un mes del año l.944. Los poetas españoles le hacían un
homenaje (otro más de muchos) al insigne
cartameño, José González Marín, en el teatro Español de Madrid, al que tuvo la
bondad de invitarme como le había
sugerido en conversación telefónica don Jacinto Benavente, amigo de mi familia:
“No te dejes a Paquillo ahí…”
Cuando por la tarde, ya en el tren
expreso en la Estación de Málaga (no tenía parada en Cártama) , colocábamos los
maletines no facturados en la repisa del apartamento, González Marín como persona de exquisita educación, dejó su sombrero sobre uno de ellos. Al volver
la vista vio a una señorita sentada ya, que llevaba puesta una enorme y preciosa boina y, me musitó: “Qué envidia me da la boina que lleva puesta esa señorita …” No tardó la chica en levantarse y salir del
apartamento; enseguida, entró un señor
con la boina en las manos:
--“Don José González Marín, para mi
hija, y para mí, sería un honor que aceptara
su boina… Somos admiradores suyos…” Pese a su
susurro, la chica había oído las palabras del gran cartameño.
--Por Dios, cómo va a hacer ella el viaje sin
su boina…
--Don José, por favor, no nos prive de ese honor…
--Qué remedio; les estaré agradecido
toda la vida… Pepe
González Marín llevo la boina puesta toda la noche. Mientras Pepe González
dormía ella me fue preguntando cosas de
la historia de Cártama y de José González Marín.
Entonces en todos los trenes de
pasajero, al pasar frente a Cártama, los viajeros se apelotonaron en la ventanilla exclamando: “Cártama, el pueblo de González Marín; y el
cerro con la Ermita de su Patrona que él
salvó de la quema en la guerra llevándosela en una gira de año y medio por toda
Iberoamérica y Nueva York”. Entre la gente estaba la chica de la boina que se le ocurrió decir: “Pues tienen ustedes a González Marín en persona muy cerca, viaja en mi apartamento que es aquel…” El
número fue apoteósico y, no tengo
palabras para describirlo.
En uno de sus impulsos
característicos José González Marín salió al pasillo y levantando una mano pidió
silencio y, declamó con voz potente los
pregones de Salvador Rueda
Málaga, Cártama, tierra
que adoro con mis entrañas,
Escuché el coro inmenso
de tus pregones
Llenos de algarabías dulces y extrañas.
Vi llegar de Cártama la
fruta grata
En canastas de esparto
escurridizos,
Y cantó el pregonero
con voz de plata:
“ ¡Van los chumbos
reondos y qué pajizos!.
Pasaron los años y, hará unos doce,
fui invitado a colaborar en un homenaje que la casa de la cultura de
Arroyo de la Miel le rindió a González Marín y al poeta de la raza, Salvador Rueda.
Cuando terminó la velada, nos
invitaron a cenar a los intervinientes. De sopetón, una de las señoritas que habían
bailado me enjaretó:
--Sr. Baquero ¿por qué Cártama no quiere a un
hijo tan famoso y bueno y que tanto hizo por ella?
--Bueno…, quizás haya alguno que por
ignorancia no lo aprecia mucho, se me ocurrió contestar
--Mire usted, Sr. Baquero, si en una
habitación cerrada hay veinte personas , aunque sólo fumen cinco, cuando salen,
todas huelen a humo… y yo tengo familia en Cártama y me duele lo que pasa con
la memoria de este señor.
Ninguno de los cartameños presentes
supimos qué contestar. Reconozco que me dejé sobre la mesa la comida sin poder
seguir deglutiendo los manjares.
¡¡¡Quietas,
lágrimas del recuerdo, quietas…!!!