sábado, 13 de marzo de 2021

 

            GRANDES PERSONAJES de la historia de Cártama

                            LUIS LÓPEZ ALTAMIRANO Y PEDRO IGNACIO ALTAMIRANO

             El apellido Altamirano tuvo fuerte arraigo en Cártama y en algún otro pueblo del contorno, como también en Málaga, a partir del  siglo XVII. Al parecer, proviene  de Ávila ---“Altamiros, pueblo de esta provincia “cuyo nombre, ligeramente modificado, tomaron por apellido” ---, y, así mismo, tuvieron  asiento en Fontiveros, Arévalo y Arenas de San Pedro.  Desde esta provincia, alguna rama se extendió entre otras regiones, por  Andalucía, incluida Málaga, Alora, Velez Málaga y. Cártama. En Álora aparece ya acompañando a los Reyes Católicos, Bartolomé Sánchez Altamirano, siendo desde aquí que entroncaron con Cártama, al parecer por casamientos. No es de este momento, obviamente, establecer el árbol genealógico de los Altamirano cartameños, que tuvieron fincas en ésta, títulos nobiliarios y conocieron la riqueza y la ruina, y entroncaron con otra familia cartameña de abolengo: Andrade y  Sotomayor. Digamos que nuestros biografiados parece que nacieron en Calle Bajoncillo 2 , y sus ascendientes  gozaron del marquesado de Isla Hermosa cartameña.

 

      Pero, no es de este momento entrar en la remota  fronda genealógica de los personajes  cuyas hazañas históricas, valorando el nombre de Cártama por España y América, son las que nos interesan en este y sucesivos trabajos del mismo tenor..

 

      Dos  hermanos Altamirano  muy relevantes en la historia de España, jesuitas nacidos en Cártama, son los que a continuación aparecen en sendas notas biográficas, que me fueron suministradas como colofón a mi afanosa búsqueda de datos sobre nuestros insignes paisanos del siglo XVII-XVIII,  por el sacerdote de la Orden jesuítica, investigador consagrado,  con varios libros escritos sobre temas jesuíticos e históricos, don  Wenceslao Soto Artuñedo:

 

          

Hubo un tercer hermano Altamirano cartameño, Bartolomé Altamirano, de edad intermedia entre Luís y Pedro, que   ingresó en la Compañía el día 12 de octubre de 1.714, y murió en Granada el 23 de noviembre de 1.725, cuando ya había dejado de pertenecer a la Orden.

 

              Otros jesuitas nacidos en Cártama fueron, Bartolomé Sánchez, que ingresó en la Compañía en el año 1.581 poco después de la fundación de la Orden por Ignacio de Loyola en 1.534 y, de la bula de Pablo III, 1.537, (que prohibía la esclavitud de los indios) y, murió en Sevilla el 6 de octubre de 1.628. Jesuita fue también   el cartameño, Francisco Moreno, que ingresó en el año 1.593, y, Tomás de Molina Martel   el 29 de marzo de 1.755, aunque dimitido el 3 de marzo de 1.767.

 

               Antes de entrar sucintamente en las apasionantes actividades de los  jesuitas   cartameños, hermanos Luís Lope y Pedro  Ignacio Altamirano, es necesario hacer unas breves anotaciones  históricas que tanto condicionó parte de la vida de Lope Luís de Altamirano:

 

“El 13 de enero de 1.750 se firma el Tratado de Límites, o de Madrid, por el que España y Portugal ponían fin a sus diferencias sobre Sudamérica, intercambiando la colonia de San Sacramento, fundada por los portugueses en 1.680 en la margen oriental del río de la Plata, por varias reducciones,  o misiones, jesuíticas del Paraguay, de manera que Portugal pasaba a dominar la orilla izquierda del río Uruguay, área denominada de “los Siete Pueblos”, o misiones. Los jesuitas, como otros residentes en América, conocedores de las consecuencias de este tratado, se opusieron  a él por ser claramente perjudicial para los indígenas, que sin la protección de las reducciones jesuíticas (pueblos) podían más fácilmente ser convertidos en esclavos”, comercio a gran escala entonces practicado, entre otras naciones, por España y Portugal. Las reducciones, pues,  comenzaron a ser una amenaza para la corona española por el nivel cultural, de progreso y autonomía que iban adquiriendo.  Ante la oposición jesuítica  a este trueque, el Padre Superior de la Orden, Ignacio Visconti,  envió como comisario de la Orden al Padre Lope Luís de Altamirano, nacido en Cártama (Málaga), y hermano de Procurador de Indias en Madrid, Pedro Ignacio de Altamirano

 

 

  

(*) Nota tomada  del libro “Los jesuitas de Málaga y su expulsión en tiempos de Carlos III” del Padre Wenceslao Soto Artuñedo, al que desde aquí agradezco su atención a mis llamadas telefónicas a Sevilla en varias ocasiones y, los correos electrónicos que me ha enviado ilustrándome sobre este tema tan importante para Cártama. 

El Padre, Lope L. Altamirano tenía una trayectoria brillante dentro de la Compañía (por ello, precisamente, le fue encomendado tan ingrata misión), y, lo que en este momento más nos toca resaltar es que era hijo  de Cártama, nombre que ambos hermanos con sus vidas y hechos incluyeron dentro del contexto de la  historia universal.

Le cupo, pues,  a Lope Luís Altamirano, bajo “voto de obediencia”, realizar sobre el terreno las reales cédulas de los años 1.606, 1.607 y 1.609 que, sancionaron los “Treinta Pueblos Misioneros guaraníes”, en los que los jesuitas habían abierto  el horizonte de los indios al saber universal sin exigirles en momento alguno dejar por eso de pertenecer fielmente a su cultura de etnia guaraní. La intuición de los jesuitas  les dictaba que solamente podrían llegar a evangelizar a los indígenas  aborígenes guaraníes desde la justicia y el respeto a sus costumbres, que dio lugar a un acercamiento por parte de los guaraníes, que poco a poco,  se tradujo en la posibilidad de levantar pueblos partiendo de una civilización nómada equiparable a la neolítica.

 

Gramática Guaraní

Los jesuitas escribieron una Gramática guaraní de Ruiz de Montoya y catecismo del cacique Nicolás Yapuguí, de la reducción de Santa María (Francisco Díez de Velasco, Universidad de La laguna)

En tiempos de nuestro Rey Fernando VI y  su esposa, la portuguesa  Bárbara de Braganza, ---que tanto se preocuparon  y alentaron las excavaciones arqueológicas efectuadas entonces en Cártama ---   se llevó a cabo definitivamente, quizás por razones de Estado, el Tratado de Límites, según el cual, estos indios eran obligados a abandonar sus poblados de la otra orilla al oriente del río Uruguay, lo que significaba su ruina y el inicio de un incierto porvenir.  Los jesuitas de estas misiones se rebelaron contra este tratado, que consideraban cruel e injusto. Y le tocó a un cartameño sofocar esta rebelión jesuítica invocando el “deber de santa obediencia”, bajo amenaza de excomunión,  que él mismo se veía  obligado a cumplir, allanando, seguramente,  su propia conciencia.  Fue amenazado de muerte por los indios. Toda su pesadilla terminó cuando, providencialmente, murió el Padre general, Visconti el 4 abril de 1757, lo que le descargaba de la misión que éste le encomendara, y se embarcó para España. Los indios habían empuñado las armas, y los jesuitas de las reducciones se unieron a ellos, pero fueron derrotados y aniquilados por la artillería portuguesa española  en la batalla de Caibale en 1.756.

El Rey Carlos III, expulsó por ello  a los jesuitas en 1.767, que salieron de España para morir lejos de ella. Los hermanos Altamirano lo harían cargado de recuerdos  de su niñez en una casa de Cártama de calle Bajoncillo, en donde nacieron.

El jesuita, Wenceslao Soto Artueñedo  describe la vuelta a España desde México del cartameño Pedro I. Altamirano, de esta manera en su libro citado “Durante la expulsión de los Jesuitas, viajó alojado en el camarote del oficial de a bordo, en lugar de hacerlo hacinado con sus compañeros. Comió en la misma mesa del oficial, al igual que otros jesuitas , pero este le tenía un especial agradecimiento al P. Pedro, porque de joven había sido su preceptor. Durante su estancia en América había desempeñado importantes funciones”

En la película  “La Misión” escrita por Robert Bol,  dirigida por Roland  Joffre, trata en profundidad este estadio de nuestra Historia sobre el traslado de  las reducciones del Paraguay;  el cardenal que en ella aparece interpretado por el actor  Ray McAnally, no era tal cardenal, sino el cartameño Padre jesuita, Lope L. Altamirano, visitador de la Orden desde 1.752 a 1.757.  Se trata de una película digna de ver, técnicamente impecable, aunque con bastantes inexactitudes históricas en aras del impacto cinematográfico, que le significó premios como Palma de Oro a la mejor película en Cannes 1.986; Oscar a la mejor fotografía con 6 nominaciones más en 1.987; 3 premios de la British Academy (8 nominaciones) en 1.987, y premio Donatello al mejor film extranjero en 1.987, y otros premios más. Y, un cartameño  entre sus motivaciones históricas.

Allá 1,630 (esta fecha no ha podido ser bien constatada), un Altamirano costeó las obras de reedificación de la Ermita del Santo Cristo de  la Vera Cruz, ubicada en la falda del Cerro del Santo Cristo en Cártama, de ahí el nombre de éste, hoy parque. Por aquel tiempo desde mitad de la calle Concepción llegaba hasta ella  el  Vía crucis diario  del que nos habla Salvador González Anaya en su libro, “El llavero de Anica la Pimienta” que, sobre Cártama, escribió a principios de 1.950 cumpliendo  promesa a su madre, que era cartameña, de escribirla sobre el pueblo de ella y, obviamente, de él también  en gran medida; don Salvador González Anaya, escritor costumbrista, erudito y miembro de la Real Academia de la Lengua, dos veces alcalde de Málaga, era tan generoso y sencillo que me dispensó el honor de “pagarme” los diez  días  que, él en una pastueña burra y yo en un  mulo resabiado y pingoso que nos pudo dejar  mi padre,  ya que el resto de bestias  estaban trillando,  le acompañe por  todo el municipio que quiso recorrer recabando datos  en beneficio de la novela a su madre. Don Salvador comía y dormía en casa de su pariente, José González Marín por esos días descansando en Cártama. Algunas veces comían ambos en mi casa.  Las anécdotas y vivencias,  algunas  las tuve y las tengo como inefables;  pero no de este momento volverlas a escribir; ya lo haré, D.M.-

 

Cuando fue publicado el  libro, don Salvador me envió un ejemplar con el recadero Antonio “El minina”, y, ya al leer el prólogo, me quedé pasmado y enfadado con el siguiente párrafo literal que Don Salvador inserta en él (cito de memoria): “…Decidí cumplir la promesa hecha a mi madre; cogí el tren y arribé a Cártama y, salvo la Virgen de los Remedios y la escueta figura del aplaudido González Marín, sólo encontré en ella digna de mención, que chumbos y chismes…” Si en aquella época unos descerebrados cartameños le hubieran quitado el nombre de José González Marín a su teatro en en su propio pueblo ¿qu8é habría dicho de Cártama el ilustre  Don Salvador González Anaya en el prólogo de su libro sobre Cártama, El llavero de Anica la Pimienta”. ¡Ojú, ojú, ojú…! Yo cogí mi moto ISO y a toda bulla me fui a Málaga en busca de don Salvador que tenía su hábitat en los altos de la Papelería de su propiedad en calle Nueva. No más me vio entrar coligió a lo que iba y, sin más,  asomado a la mampara de su despacho me dijo. “Ya sé a lo que vienes cargado de “justa ira” y,  sabes qué te digo: ¡¡Que se enmienden nuestros  paisanos…,bajo para ir contigo a tomar café…”

 

Volviendo al tema del relato, en la otra punta del pueblo (entrando desde Málaga) existía otra Ermita, denominada de San Sebastián,  contigua al cementerio antiguo. Los restos de esta ermita,  “casilla de los muertos”, duró hasta los años 20, así llamada por estar, precisamente, junto al citado cementerio, que fue cambiado al lugar  actual siendo alcalde de Cártama, José Salgado Faura (boticario que regentó su farmacia en la Plaza de la Iglesia en la que después fue casa del antiguo Ayuntamiento), en el año 1.894.

 

NOTA: A mí me invadía la curiosidad  sobre   la posible razón de que en Cártama exista  una calle dedicada al  benedictino fraile,  Feijoo  (del “Fijo” le  llaman en Cártama la gente). La razón del rótulo,  tras mucho indagar, casi con total seguridad se debe  a la amistad de los hermanos Altamirano, en especial Pedro Ignacio, con Fray Benito Jerónimo Feijoo, ya que ambos tuvieron una especial  relevancia en la corte del Rey Fernando VI y  Bárbara de Braganza. Es absolutamente posible, e incluso probable, que el jesuita quisiera dejar constancia de su amistad con el benedictino y, de la valía científica literaria de éste,  progresistas ambos, propiciando  que en Cártama, pueblo de los Altamirano, el ilustre sabio  tuviera una calle.