NACI CABE UN BELLO
RÍO
Nací en un cortijo pegadito al río,
Llamado por los moros, “del pan de trigo”.
Orlaban su ribera parajes frondosos
De edénicos, umbrosos y nemorosos sotos,
En cuya tupida fronda moraban bandadas
De canoras aves que hoy ya solo viven y cantan,
Entre el edénico ramaje de la espiritual memoria
De aquel niño, ya abuelo nonagenario y achacoso.
Tuve una
niñez libre como el aire que se respira,
Y las retinas de mis ojos de paisajes plenas,
Amigo de los pájaros que de árbol en árbol vuelan
Y, de la
salvaje fauna que en el
paraje moran:
El gato montés, hermoso como cabrillo,
La jineta, el tejón, la nutria del río, el lirón,
La culebra de regadíos, la comadreja, el turón…,
Y tantos más
que recordar ya no puedo.
Los dos niños del cortijo, mi pequeña hermana y yo,
Amábamos el
sol al despertar cada mañana,
Y éramos coperegrinos suyos en su puntual recorrido,
Libre por la inmensa esfera de la madre tierra.
Desde el zaguán de nuestra humilde casa cortijera
Con la puerta abierta que se orienta hacia el lugar,
se veía
En su cerro
la Ermita (hoy robada al devoto pueblo)
De la multisecular Patrona, La Virgen de Los Remedios
Y, el dulce tañer
de sus campañillas, que a los seres
todos
De la hacienda, les enjugaba y dulcificaba el alma.
Las brisas de la serranía bajan cargadas de esencias,
Brilla la
luna redonda en las noches veraniegas
Y se ve desde el hogar serpear el camino de la
Ermita.
Ladran los
perros en el silencio de la noche y el corazón
De quienes
dormimos en las parvas de las eras y,
El corazón de gozo lleno, palpita al guiñar de las
estrellas.
¡¡Oh libertad bendita de los campos de mi pueblo!!,
Perfumadas tus callejas con la quema
En las tahonas, del lentisco, el tomillo y las jaras, para
Cocer en el
horno las teleras: el pan nuestro de cada día.