Para José González
Marín era una constante en su vida colaborar con su arte, e incluso económicamente
sin ser un hombre adinerado, en cuantos actos benéficos se lo pidiesen. . En la
foto, en plena guerra civil, le vemos recién regresado de América, en un recital
a los heridos de guerra en un hospital andaluz. Entonces recorría los teatros
andaluces recabando, verso a verso, dineros para restaurar la
Ermita de la
Virgen de los Remedios de su pueblo (Cártama) y comprarle un trono de plata como el que tuvo porque durante el
dominio del Frente Popular todo fue destruido. También iba a las trincheras,
jugándose el pellejo, a decirle sus versos a los soldados de un bando y otro. Para
él, el ser humano no era definido como de derecha o izquierda.
Me contaba,
emocionado, Fernando Navarro Cortés, de Pizarra afincado después en Cártama, socialista hasta el tuétano, que siendo él comisario político en el frente
de Granada se corrió la voz de que el artista cartameño, José González Marín
iba a aquel frente rojo a recitarle a los soldados. Cuando Fernando Navarro le dijo a González Marín que él era de Pizarra, y por tanto casi paisanos, se fundieron en un
abrazo y almorzaron juntos tras el recital.
En otra ocasión, yo fui testigo de uno
de estos recitales a los presos políticos de la cárcel de Córdoba. Yo le había
acompañado como ayudante escénico (a veces había que apuntarle alguna poesía
desde la concha ad hoc), a una serie de cinco recitales en el Teatro Duque de
Rivas de la capital de los Califas, propiedad del empresario de la "pelambrera blanca", y amigo suyo, Antonio Cabrera. .
Parábamos en el Hotel
Simón, creo que en las Tendillas, y allí le visitó el capellán de la Cárcel para pedirle diera
un recital a los presos. Montaron un escenario al efecto, ante un salón repleto
de presos; muchos de ellos lloraban emocionados. El repertorio que eligió el rapsoda fue a base de poemas de Juan Ramon Jimenez (La cojita, El niño pobre, Las carretas) Antonio Machado, Alberti (La encerrada y Huida a Egipto), Nervo, Rubén Darío (Lo fatal y El lobo de Guvia), etc. Tras el rapsoda recitando,
estaba el capellán, gobernador Civil y Militar y otras autoridades en una fila
de sillones. El último poema que recitó fue
el “Lobo de Gubia” de Rubén Darío que plasmaba la amistad de Francisco de Asís
con el fiero lobo al que amansó con su bondad, y terminaba apuntando como
muchos “malos” lo son porque “los buenos” le empujan a ello con sus egoísmos.
Los presos se
saltaron las normas y cogieron a González Marín a hombros paseandolo así por las
galerías, con la consiguiente alarma de guardianes y autoridades, para devolverlo a la tribuna y le besaban y abrazaban.
De retorno al hotel,
todo el trayecto en el taxi fue llorando el bueno de Pepe González, muy
dolorido con el cura que le había dicho ante las autoridades: “Don
José, si sospecho que usted iba a recitar a los presos ese poema, jamás le
habría invitado; ha estado usted a punto de provocar un motín en
la cárcel…”
De sus labios escuche en mi vida decir “Dios
mío qué malos son a veces “los “buenos”.