Que ellos, que acaban de pasar por los cristianos lares de la hispana tierra, marquen a España con su estrella un horizonte más halagüeño hacia el que encaminarnos, que el que nosotros mismos estamos dibujando para nuestros hijos y nietos.
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De todos
los fracasos colectivos, y por ende, individuales --a la colectividad la
integran individuos con rostros y
nombres, sin los cuales no existiría--,
que atribulan a los españoles en
estos momentos, ninguno tan llamativamente grave y determinante para sus
vidas, como el retorno de un excesivo grupo de ellos a la pobreza
que, para mayor dignidad, bienestar y progreso, se empezó a superar a partir de los años sesenta del siglo pasado, o sea (digámoslo a
despecho de los que está interesados en
distorsionar la verdad histórica), en pleno franquismo, hoy tan denostado incluso por
los que callaban durante su vigencia o, militaban en sus filas.
Y, todo
ello, para más evidencia de la incapacidad de los recalcitrantes panzaafrechos que hacen de la
historia manchón de “pastureo” personal.
Éstos, ha dilapidado la ingente cantidad de millones de euros que graciosamente nos han venido, y vienen, de Europa, tanto en calidad de préstamos (en muchos casos robados a los trabajadores para los que venían destinados, cual los ERE en Andalucía y Peñarols en Cataluña, y evadidos por cloacas ad hoc cuales subvenciones espurias, etc) y, otros, a fondo perdido, con lo que han puesto en serio entredicho nuestra democracia a la que no pocos cualificados políticos de plural pelaje tienen ya por un fracaso.
Éstos, ha dilapidado la ingente cantidad de millones de euros que graciosamente nos han venido, y vienen, de Europa, tanto en calidad de préstamos (en muchos casos robados a los trabajadores para los que venían destinados, cual los ERE en Andalucía y Peñarols en Cataluña, y evadidos por cloacas ad hoc cuales subvenciones espurias, etc) y, otros, a fondo perdido, con lo que han puesto en serio entredicho nuestra democracia a la que no pocos cualificados políticos de plural pelaje tienen ya por un fracaso.
Dineros, en efecto venidos de Europa y no allegados con nuestro esfuerzo e iniciativa
creadora de riqueza, que nos indujeron a
creer eran “de nadie” (cual dijo una
ministra “progre”) y nos alentó a vivir irresponsablemente en un imaginario paraíso jaujino.
Cuando nos
han cortado el grifo del momio, y nos obligan a devolver las ingentes deudas
contraídas de tal guisa con Europa,
hemos descendido en picado a cotas de indigencia equiparable a aquellas de las
que nos sacó el vil general ferrolano imponiéndonos, eso sí, una disciplina y un orden económico casi
cuartelero, que, en hiriente paradoja, ahora nos imponen por nuestra necedad, desde Europa; y, ahora ¿qué?. Ello, con un agravante: Que hemos tirado por tierra todo el acervo de
valores esenciales (tan necesarios en estos momentos) que
nos legaron, amén del ejemplo de laboriosa responsabilidad nuestros mayores, los de
alpargates y pantalones de pana; la historia no se sustancia en dos meses.
A cuantos,
como un servidor, conocimos muy de cerca la
nefasta II República, dos guerras civiles (1.934 y 1.936) propugnadas y
provocadas, una y otra, por gerifaltes de izquierdas
como, entre otros, Largo Caballero,
Azaña, Prieto, como por la cobardía y necia altanería de
una derecha egoistona, y, ambas guerras ganadas
por el “innombrable” General gallego
sin haberlas iniciado él (lean algunos la historia real), la situación actual
nos produce especial desasosiego, y más, con el desmadre de que hacen gala
algunos nacionalismos que pretenden fraccionar, saltándose a la torera la Constitución y la
historia, el multisecular rostro de España.
Los romanos
que rebautizaron la Iberia
griega de Heródoto como tierra de conejos (Hispania), la debieron nominar, más acertadamente, tierra de
caines (como se lamentó Antonio Machado)
y, de chorizos, aún más ostensibles.