sábado, 21 de mayo de 2016

¡"PA CANTIÑAS VOY YO...!


         Una esplendente mañana estival, con el  sol aún amortiguada  su insolencia por las frescas brumas de la aurora recién asomada  tras los montes,  un  enorme galgo de letales instintos cinegéticos, negro como una parca del Dante,  perseguía cada vez más cerca de su jopo a una liebre  que intentaba escapar  de la muerte con velocidad de vértigo a media ladera y a favor del viento, hacia un melozal de alta hojarasca, no muy lejano, en donde escabullirse y librarse del  lebrel.

         En esas iba el lebrasto, pues macho era,  cuando una canora alondra   suspendida del cielo sobre el otero con imperceptible y grácil tremular de sus alas,  ofrecía al gran Dios la matinal y dulce jaculatoria   de cada día. Quién  nacido y criado en el campo no ha visto alguna vez  una alondra levitando en el cielo y desgranando su particular padrenuestro con arpegios estremecidos, al tiempo que la abubilla  zascandilea en  el polvo del camino ó, la alzacola salta de rama en rama en los cercanos matojos mientras los platillos de la carreta acompaña la temporera que a su yunta le canta el carretero al tiempo que los perros van ya mitigando sus ladrares  de la medrosa noche  a lo largo del río... ¡memento!    

         Pero eso solo no  es la vida.  A la alondra, exultante de misticismo panteísta diríase, no se le ocurrió otra cosa que interpelar a la liebre durante  su desenfrenada carrera de esta guisa: “¡Oh hermana liebre, aminora tu loca carrera y repara en las inspiradas invocaciones que mi canora garganta eleva al Creador de tantas maravillas que compartimos en la tierra mirando a los insondables cielos. Ceja en tu desaforado correr y escúchame, que  las prisas irreflexivas  conducen a la perdición...”  

         En una de las maniquetas que al socaire de una coscoja hizo la liebre para alejarse un tanto del inmisericorde galgo, mirando de soslayo a la beata avecilla le endilgó: “¡Malnacida, pa cantiñas voy yo...!  Más valdría, y agradaría a Dios,  que te tires en picado desde ese altar lírico sobre el lomo del malvado lebrel, le picotees el rabo y la rabadilla para distraerlo y así yo escapar de la muerte a que me lleva sentenciada sin apelación posible”.

         No tiro de moraleja: Sáquenla de su propio caletre políticos robapanes y panza afrecho y, “beatos” de pescuezo torcido, “meapilas”, que distorsionan la dignidad de la política y la sublime  doctrina de Jesús  de Nazaret.