miércoles, 21 de febrero de 2018

EMOCIÓN Y FE BAJO UN CIELO DE PARAGUAS

                   
Familia de Caracas (Venezuela)  íntimos amigos de González Marí, que fueron devotos y protectores de la Virgen Peregrina depositada en la Capilla de la Virgen de Coromoto.; en honor de la odsea mariana y G. Marín pusieron a su villa residencial,  "Villa Cártama"



         Año 2.011, 23 de abril. Reproducción de una crónica de F. Baquero Luque sobre aquel “Dia de la Virgen”:
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         Día de Nuestra Sra de Los Remedios, Patrona de Cártama,   secular  objeto de profunda devoción  popular, entrañada en la comarca guadalhorzana y no pocos  lugares más de la provincia de Málaga e incluso a espacios geográficos mucho más dilatados.  

         Era también Sábado de Gloria: Una pertinaz lluvia   obligó suspender casi todas las procesiones  en Málaga y provincia, menos en Cártama la procesión de la Virgen de los Remedios. Nunca sucedió, que se recuerde. Con lluvia o sin ella la Procesión de la Virgencita se llevó siempre  a cabo produciéndose tras años, siglos tras siglos el habitual testimonio de presencia devocional.

          Ocho de la tarde. Cártama, hora tradicional de la multisecular procesión de su Patrona. Sigue la lluvia sin pausa y con   insidia inusitada (los nacidos no recuerdan que un 23 de abril, a la hora de salir Ella en solemne procesión, no escampara), y la multitud de propios y foráneos,  de hombres y mujeres, de  adultos y niños, bajo un cielo de paraguas abarrotaban la Plaza de la Iglesia esperando impávida la salida de la Señora. Había en los corazones muchas peticiones que hacerle, infinidad de promesas que ofrecerle e innumerables  favores recibidos de Ella que agradecerle y, ante eso, no hay lluvia que valga: están todos protegidos por el paraguas de la fe. Se repetía 526 años, aquel 26 de abril de 1.485 en el que el Rey Fernando y todos los cristianos  miembros de su ejército y nuevos colonos que con ellos venían, protagonizaron  la primera y quizás más  solemne procesión de nuestra historia: Subida de la Virgen a su nuevo Santuario en donde quedó instaurada Patrona Titular de la Villa.

          Y fue el 23 de abril de 1.579: Una terrible epidemia de  peste asolaba las moradas de la Villa;  en muchas puertas de de ellas    se había trazado la espeluznante y fatídica  cruz  roja, señal inequívoca, entonces, de que dentro de ese hogar reinaba la agonía y la muerte y, nadie, so pena de contagio letal, podía acceder en socorro de los contaminados y afligidos familiares. Padres que huían de sus hijos apestados, hijos que hacían lo propio de sus padres, y hermanos que eludían ayudar a otros hermanos:  Desesperación   y  visión dantesca era el escenario total cartameño.

          Como no se podía acceder a los hogares contaminados ni salir de ellos,  además de  por la enfermedad, los moradores morían de hambre y sed al ser imposible el socorro desde fuera. Sólo se atrevían a entrar los pocos frailes mercedarios de la Orden de los Trinitarios, afincados en Cártama, aunque no tenían Iglesia (salvo capilla en una finca explotada por ellos para la redención de cautivos), ni convento como sí en Coín, en cuya misión de entrega y socorro a los afectados por la pestilencia perdieron la vida  muchos  de ellos.  Amén de socorrer a los apestados, trasladaban  carros y caballerías con angarillas repletos de cadáveres   a darles cristiana sepultura en fosas que ellos mismos excavaban.

          En ese estado de calamidad,  los vecinos de Cártama pensaron en bajar de su Ermita a la Patrona, entonces advocada como Virgen de los Reyes  porque, como dije antes,  la implantaron los Reyes Católicos un 26 de abril de 1.485; empero, el pueblo liso y llano la llamaba, “Virgen del Monte”,  por la singular ubicación de su  Santuario, antiguo oratorio agareno adaptado para culto mariano por los cristianos reconquistadores.

         Tal se siguió haciendo por los siglos de los siglos, aquel  22 de  abril de 1.579 el pueblo “baja” a la Virgen patronal a la Iglesia parroquial y, el 23, a hombros de hombres ya esqueléticos por el sufrimiento de la tragedia la “pasearon” en andas por  el mismo recorrido que se hace hoy, 432 años después, sin que ni un solo año, a partir de ahí,  dejara de ser procesionada. El 23 de abril de 1.937 lo fue en Cuba en donde le cogió su festividad cuando era peregrina por todas las ciudades y pueblos de 16 repúblicas iberoamericanas en los brazos del  Juglar poeta, José González Marín, que salvara para Cártama a Ella y a su multicentenaria tradición, que de no haber sido por este genial artista hoy no existiría, pues la quema de la imagen habría desaparecido todo el ritual mariano, al igual que desaparecieron, y siguen sin llevarse a cabo, los pasos de Semana Santa. Gratitud sin cortapisas merece de todos los cartameños bien nacidos la memoria del eximio hijo del terruño, José González Marín.

         No más pasear las calles de Cártama en procesión de rogativas la Virgen de Los Remedios, la peste cesó radicalmente, lo cual fue tenido por el pueblo por  milagroso, haciéndose constar así en actas capitulares y Registros Parroquiales, y dejando ordenado en ellas que “por siempre jamás” se celebrara cada 23 de abril en recordación del grandioso hito de 1.579 fiestas y procesión en honor de nuestra Patrona.


         Y desde entonces, seguramente por la influencia de los monjes Trinitarios, la Virgen es advocada como Remediadora, o de los Remedios, la misma advocación de la titular de la Orden de los Trinitarios.  

         Y, he aquí que por la fe y el ancestral sentimiento de amorosa fidelidad, el pueblo, pese a la lluvia y a que corren  tiempos poco propicios al sacrificio, no permitió que la lluvia fuera óbice para que como todos los  23 de abril de la historia su Patrona realizara el recorrido procesional consuetudinario. Ni aunque cayeran de las nubes  chuzos de punta: La Virgen de Los Remedios, arropada con cuerpo y alma por miles y miles de almas bajo un cielo de paraguas, en impresionante y emotiva aglomeración, volvió a estar entre sus devotos hijos donde estuvo  siempre en tan señalada fecha y hora.


          Los cirios y velas,  al impulso de una suave brisa ofrecían un sembrado de  metáforas encendidas de   fe. Espectáculo digno, en estos tiempos un tanto desacralizados, de los pinceles de un pintor de altura.