miércoles, 20 de abril de 2011

CON LA VIRGEN EN VÍSPERAS DE UN 23 DE ABRIL

En la Ermita de Los Remedios con la gran poeta, de nacencia antequerana, Celeste Torres. Es mi amiga entrañabale desde hace mucho tiempo; durante varios años hemos formado parte del grupo poético Erato, que creó y dirigió el erudito, Antonio Fuentes Franco, amigo común; con dicho grupo, escenificábamos la inefable poesía de Celeste por las salas de la capital malagueña (Pimpi, Ateneo, Centro de la Generación del 27, etc) y teatros y coliseos de los pueblos de nuestra provincia y otros de la de Córdoba. Tocábame a mí, para predisponer al auditorio al acto poético, redactar y leer una pieza literaria en prosa poética que se llamaba, Introito.

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Un día, Celeste me pidió subir a la Ermita de esa Virgen de Los Remedios de Cártama que con tanta vehemencia ella me oía exaltar en los escenarios de las poblaciones de dos provincias en que actuaba Erató. Y, en efecto, subimos, con arrobos del espíritu, a la Ermita cartameña y, ella, Celeste Torres, mi amiga del alma, cantó el hito con los alados y "celestes" versos que siguen (pocas veces se ha cantado nuestra Patrona y su entorno con la belleza y el sentimiento que lo ha hecho ella, como cartameño que quiere a su pueblo, gracias, Celeste):


EL NIÑO DE LA VIRGEN

A mi amigo Paco Baquero, recordando la subida a la Ermita
de la Virgen de Los Remedios de Cártama. (
Celeste Torres, de su libro, ”Del amor y sus misterios”)

Llegó con la sonrisa
del amigo que embarga
todo cuando posee
en pos de la amistad.

***

El Niño de la Virgen,
místico de una ermita,
contempla entre dos mundos
que uno perfuma el Valle
de todo el Guadalhorce.

***

Era un hombre muy alto,
hecho de tierra blanda,
miel de caña y compota;
con voluntad de hierro.

***

Sus ojos eran bosques
con recodos perdidos,
donde la fe aún tiene
palacios de cristal.

***

Cuando hablaba de Ella,
su voz era un prodigio
de ángeles dormidos
sobre un sendero alado
escrito en la memoria.

***

La estampa era tan bella
que subimos despacio
detrás del peregrino
por la empinada cuesta.

***

Cártama dormitaba
en la tiniebla blanca
de su cal milenaria.

***

Las piedras del camino,
con ocultos presagios,
cedían a cada paso
una esperanza nueva,
una promesa, un rito,
un milagro cualquiera,
una ilusión,¡la fe!,
único talismán
que florece, sin nombre,
detrás de los misterios
en el árbol perenne,
cubierto por los siglos.

***

Arriba, solo, el monte,
abrazado a la Ermita,
en una comunión
de incienso derramado.

***

Dentro está la Señora...
y en sus ojos de Luz,
cien espejos de estrellas
convierten en eterno
todo lo sobornable.

***

Al fondo, allá en el valle,
perdido entre la noche,
se desangra el río,
ocultando su verde
herido por las sombras.

***

Y hay un momento mágico
a velas encendidas,
a pájaros dormidos,
a plegaria y a salmos,
a Madre y a Mujer.

***

Por un instante extraño,
se iluminó la Ermita
con lumbre secreta
de un exvoto del sol.

***

De repente, la tarde
se deshizo con prisa
sobre un letargo antiguo
de encajes amarillos.

***

Bajábamos despacio
tras los pétalos blancos
de una luna de tiza.
Brotaba en cada paso
un vaticinio lleno
de promesas cumplidas.

***

Y el viento solitario
arrastraba en silencio
un olor a montañas
unidas entre sí
como un castillo moro,
cuyas pétreas almenas
están deshabitadas
de sus cantos de guerra.

***

Casi sin darme cuenta,
como un milagro único,
empapando el perfume
del humilde tomillo
y el nardo de la noche,
volvió la realidad...
tan solos los minutos,
cansados de esperar,
se escaparon fugaces
detrás de la retama.