EL “HUEVÚO” Y LOS POLÍTICOS (AS)
Uno de los
atributos que los varones suelen llevar entre las piernas, aquel bercero
callejero lo llevaba abultadamente
montado sobre uno de sus muslos. La causa del fenómeno todo quisque
barruntaba, pero nadie la sabía a
ciencia cierta, razón por la que el común de las gentes le llamaba simplemente,
“el bercero huevúo”.
Era
aparcero de un pequeño huerto de regadío de cómo dos fanegas, en donde personalmente cultivaba toda clase de
verduras de estaciones.
Cada día, a
las del alba, lloviera o tiritara el verbo si era invierno, más llevadero si verano, enjaezaba su mula con el aparejo y, sobre
éste, un serón de esparto con profundos cujones que en tandas de variedades hortícolas
los llenaba para venderlas callejeando por el pueblo.
Se sabía
que la gente del consistorio lo traía frito a impuestos, que le eran cobrados en
plena calle a tenor del precio total de la mercancía según el aforo hecho por
el práctico municipal, a la vez
romanero de los arbitrios de usos y consumos.
El bondadoso
bercero, pese a la indama que sentía contra la plebe edilicia por su voracidad
recaudatoria, no se atrevía a vocearlo
(¡menudos son los mandamases!) pero, por bajinis, se le solía oír: Y yo trabajando día y noche, bregando
con la dura tierra, con las lagartas, el gusano gris, el mildeu, el tizón, etc,
para cada día tener que entregar parte del fruto de mis sudores a
estos vagos, que no hacen ni el huevo
sino arruinarnos, estos arrimaos de
lipendi a la olla de la sopa boba, y otros etcéteras que mejor es no
reproducirlos. Si el bercero hubiera vivido estos tiempos de nuestra España, en
do la mentira, la trola, la corrupción de hechos y de conceptos lo invade todo
¿qué hubiese dicho?
Pero la
cosa parece que viene de lejos y no se vislumbran propósitos de enmienda.
Ya en los tiempos Bíblicos, un autor recoge una escena concordante con lo
que expongo: A Pilatos, que juzgada al dulce Jesús, se le quedó fija una frase de
Él “yo
he venido al mundo para dar testimonio de la verdad...” Pilatos, político,
se preguntaba quien podría ser aquel
justo al que debía condenar a muerte ¿un
iluso, ¿un loco? , ¿un soñador?... Él
(Pilatos), sabía por experiencia que no es posible gobernar y vencer en política
sin el engaño, el fraude y la mentira, y así, con ese escepticismo propio de
muchos políticos de las sociedades
decadentes, exclamó: “Y qué es la verdad”.
Pilatos no
se había enterado --sí, su mujer, Claudia Prócula, nacida en Cartima (Cártama
actual)--, que el Reo había dicho “Yo soy
el Camino, la Verdad
y la Vida ”.
El tiempo ha demostrado lo real de lo que aseveraban ambos.
Volviendo
al bercero, sus pregones callejeros con voz aguardentosa y cansina durante el recorrido una y otra vez por las empedradas, cuando no
terrizas, calles del lugar, llevando tras de sí su sumisa y abnegada mula
castaña cuyo cabestro él llevaba terciado por los hombros cabe la nuca, andando
parsimoniosamente, “huevo” (o lo que fuera) en ristre, era de esta guisa:
Amas, llevo coles empellá, lechugas oreja
mula y mininas del terreno, acelgas, rabanitos de entre alfalfas, batatas
California y blancas para cocidas o asadas, papas orondas y, overas para
engañar al vino, coliflores, cebollas y cebolletas, yerbabuena, aceitunas pa
partir (en eso se acordó de los políticos y sus impuestos) y, en un lapsos
mental, seguía: Amas, llevo políticos mauros y como las verduras, doy dos por
el precio de uno...
NOTA:
Probablemente el siguiente artículo esté dedicado a una significada concejala
del Ayuntamiento de Cártama porque, ¿a quien que le apuñalen no le sangra y duele la herida?