CARTAMEÑOS POR TIERRA SANTA
Días atrás,
un grupo de unos treinta cartameños, integrantes de las dos parroquias locales,
acompañados de sus párrocos han
peregrinado a Tierra Santa, legendaria
geografía surcada de sendas que hoyaron, 2.000 años ha, las sandalias y callados del Mesías y sus
apóstoles, sementeros entre sus gentes
de palabras que fueron bálsamos para las
heridas de los afligidos y descorazonados y, lo siguen siendo hoy en
cuantos invocan a aquel espíritu
celestial, el Príncipe de la Luz
y de la Paz.
Mi
amigo Juan Martín Sánchez y su esposa,
Reme, han tenido la gentileza de traernos a mi mujer y a mí una ramita del Huerto de los Olivos; quién sabe si del mismo árbol
bajo cuya fronda veló Jesús el sueño de sus discípulos. Parece mentira cuántas
sugerencias despierta una mera brizna vegetal en un alma que desde la lejanía
física está tan cerca a través del evangelio de aquella tierra plagada de
topónimos que sugieren pasajes salvificos: Nazaret, Jerusalén, Samaria, Tiberiades, Galilea, Betsaida, Belén --hacia donde,
según Rubén Darío, camina desde hace 21 siglos la caravana humana--, Betania,
Nain... todo el esplendor de la belleza semántica.
Más,
nosotros con embrutecidos sentidos miramos hacia la Luz y nada vemos, prestamos
oídos y
no oímos, extendemos nuestras manos al infinito y nada palpamos, no nos
importa cuánto, abriendo el alma, puede
decir una simple hebra del olivo bajo el
que rezó y lloró la Bondad Sublime hecha
hombre, nos rociarían con incienso divino y nada oleríamos en estos pragmáticos
tiempos, nos visitaría el Amor y le preguntaríamos preventivos a que partido
pertenece, ni apreciaríamos los mensajes de paz y amor que enuncian los
arpegios de su cítara.