EL ALMUERZO, UN RITO DE ANTAÑO
A
“Paquito Pupilo” y su hermano “Miguelón”, braceros y amigos fraternales, que hubieron de
emigrar para vivir y morir con
añoranzas del terruño sureño, en las
frías y brumosas tierras
del norte.
***
Las
campanas de la Ermita
serrana (con las parroquiales, fueron antaño reloj de jornaleros y pobres), anunciaban otrora con sus angelicales
arpegios metálicos que eran las doce, que el día horario se había partido en
dos y, había llegado en los campos labrantíos la hora del almuerzo. Los
campesinos ya tenían volteada media jornada en su dura faena.
Por
las veredas, angosturas y sendas de herraduras, bajaban
puntualmente hacia la vega una
goteada procesionaria de mujeres y
chavales que iban a llevarle la comida a esposos o padres.
Colgado del hombro
con un ramal de esparto o pita ad hoc, llevaban el canasto de cañas y olivo; dentro
de él el pan moreno, la fiambrerilla con tomates y papas fritas, o pimientos
fritos guarnecidos con un huevo, o unas
manecillas de boquerones, jureles o, cosa
parecida, de lo que debía dejar algo para la hora de la merienda, y como postre,
a veces, una batata cocida, cuando no naranjas cajeles o calabacitas, o un
puñado de higos prensados, a lo que se le solía sumar alguna granada o melón si se estaba en la estación
de estos frutos .
En la mano
del lado contrario, cogida con un trozo de guita gruesa amarrada a las asas, la olla con cazuela de
papas, de fideos o de arroz claro, casi nunca con carne (eran los años de la
“churripampa”. Sentados en algún terrón o en el jato de la bestia, yantaban el
contenido de la olla y el canasto, para después, sacar tabaco de picadura,
librito Bambú, “mistero” de ruedecilla y mecha para líar un cigarro. Y cumplida una hora de “comida” se
reanudaba la áspera tarea, dividida en dos reveso, y dar de mano casi
poniéndose el sol. Este era el yantar de
los ascéticos jornaleros de posguerra,
con jornadas de sol a sol, cual era
costumbre consuetudinaria, hasta que Franco en el Fuero de los Trabajadores, la
implantó de 8 y 6 horas, según lo duro de la faena.
Dentro de lo anedóctico, aquel niño oyó la noche antes que su madre le decía a su padre: "Mañana te voy a mandar cazuela de papas con carne; la vecina me ha regalado un cacho de lomo y con él voy a hacer una cazuela para tí, que trabajas mucho.El niño le llevó al día siguiente el canasto y la olla, y durante el trayecto se acordó de la carne que la tentación irrefrenable y el hambre, le indujo a comérsela". El padre cuando abrió la olla y vio que no había carne bramó. El niño para defender a su madre quiso arreglar la cosa de esta guisa: "Padre es que por el camino me he caído y se ha volcado la olla, y lo único que he podido recoger es el caldo..."
Cuando
aquellas abnegadas mujeres volvían a
casa, ya los pequeños habían dado cuenta del almuerzo que les dejó preparado,
tomaba ella un piscolabis, y les lavaba cara y manos para en cuanto las
campanas tocaran a vísperas, din din, din don..., ponerle en la mano pizarra
con pizarrín, el Catón y la
Enciclopedia Álvarez y... “venga a correr y no llegar tarde
a la escuela que os tenéis que hacer hombres de provecho” Y uno viendo los
pros y los contras se pregunta: ¿De provecho para quien es el saber de los
pobres?
Así de dura
era aquella época de postguerra para mayores y niños, pero no sabíamos que era
la droga, conocíamos el nombre del vecino y lo respetábamos como a los padres,
no sentíamos miedo salvo a las pesadillas, las “bichas” y los “tíos
mantequitas”; si nos sobraba en el
bolsillo una perrachica (5 ctmos de peseta) que nos diera la madre para alguna
chuchería sabíamos desprendernos de ella si algún pobre suplicaba “niño..., una limosnita por Dios”; que pena sentíamos cuando por no tener un puto céntimo teníamos que contestar al anhelante pobre: "Hermano, perdone por Dios..." , y más sentimiento sentíamos ante la sonrisa resignada y comprensiva de aquel desafortunado ser, al que en todo caso le dábamos un apretón en el brazo.
No sabíamos
que eran los derechos humanos porque casi todos los humanos caminaban derechos;
sabíamos jugar con los animales y hacernos con herramientas bastas nuestras
propias carretitas y camionetitas para jugar (no tenían nuestros padres dinero para
juguetes, a veces ni para zapatos), rezábamos la oración de la noche y de la mañana con nuestras madres,
y, para terminar hoy un tema que es interminable, desde niño el ejemplo que
recibíamos de los mayores era que la honestidad es el mayor orgullo de la
persona humana y la mentira una maldición.
Hoy, una esperanza: El retorno de la verdadera
vida, simple como una gota de lluvia, limpia como un cielo de abril, leve como
la brisa de la mañana, pan y justicia.
Y, mañana será otro día,
D. M.