sábado, 21 de diciembre de 2013

REFLEXIÓN EN NAVIDAD: COMUNISMO Y CRISTRIANISMO




(¿Puede  la humanidad celebrar la fiesta de Jesús sin reparar tan injustas diferencias?)
Un amigo –digo amigo- comunista me ha planteado un serio dilema intelectual, que veremos si en estos momentos, en los que aciagas circunstancias de mi entorno me aturden no poco, me dejan desmenuzar:
-Entre tu fe como cristiano y la mía como comunista, y en el hecho de que ambos queremos un mundo mejor, amigo Paco, ¿cuál es la diferencia?
Me ha puesto a cavilar mi “rojo” (así se llama a sí mismo) amigo. A trancas y barrancas concluyo al respecto, según mi humilde entender, lo que sigue:
El comunista, en término generales, ideológicamente se atiene a la materia, porque cree, sin más, que ni le espera nada después de la muerte, ni existe un Dios que no alcanza a ver. Sólo le merecen importancia las huellas que él mismo deje en este mundo.
El cristiano tiene la certeza de que su origen está en Dios. Que Él le ama, a pesar de los pesares, pase lo que pase, y a despecho de dificultades, a veces casi insuperables, y pese también a que hay momentos en que esa fe entra en zonas oscuras del alma. Y precisamente el saberse amado le ayuda al cristiano a superar estas dificultades.
El comunista da una vuelta completa a la Tierra, pegado al limo; el cristiano se encamina hacia el Ser cuya existencia siente de forma inefable, tenuemente si se quiere, pero real, testimoniada por la propia creación: leyes siderales, la concepción de los seres vivos y sus diferencias complementarias, etc.  Nunca olvidé una cita de Einstein: “Cada  vez que la ciencia abre una ventana, por ella se ve a Dios”.
En algunos casos, para el comunista el fin, en lontananza del ideal, justifica los medios para llegar a él. Esto consta en todos los escritos de los mandamases marxistas, que no viene al caso citar, donde la llama de su  lucha “por el bien” es alimentada por la fobia.
El cristiano procura combatir el error, el mal, la injusticia, en todas partes que se las encuentra; pero sin odiar a nadie. Ni al enemigo, porque sabe que, a veces, su mayor enemigo está -como seres imperfectos que somos todos- dentro de él, y no es baladí la lucha que ha de mantener consigo mismo.
El comunista (porque comunista es el amigo que me interpela intelectualmente, pero valga lo dicho en todo caso) no puede creer que Dios consienta tantas injusticias. ¡Cuántas veces a lo largo de mi vida, desde la niñez, me he planteado esta cuestión! Un hecho fue el punto de arranque para medio solucionar racionalmente el dilema. Creo haberlo contado en otras ocasiones:
Un día que mi padre aprovechó mis vacaciones lectivas para que ejerciera de gañán, levantando un rastrojo con la yunta y el arado, observé durante un rengue, sentado en la rebaba del surco, que a una infinidad de creaturas de Dios (insectos, orovivos, lombrices, lagartijas, tabarros terrizos, hormigas, alúas…) el arado les había destruido totalmente su hábitat, al voltear éste la tierra. Aquello les sucedía porque un ser, de un estadio superior, mi padre, tenía legítimos designios de mayor escala, que no eran inmorales ciertamente. Entonces, como Hamlet en su célebre monólogo, me limité a decir: He aquí la cuestión, que yo nunca alcanzaré a comprender. Cogí de nuevo la mancera y, “sin volver la vista atrás”, hice a la yunta de arar. Desde entonces, mi duda metódica en Dios, se hizo certeza de fe.
Y qué consolador es sentirse, en estos días, integrante de esa caravana humana que camina, según Rubén Darío, hacia Belén.
                                                 Francisco Baquero Luque
     (Presidente de la Asociación Vecinal ERMITA LOS REMEDIOS, de Cártama)