jueves, 13 de febrero de 2020

LOOR A NUESTROS ANTEPASADOS



                En mi larga vida he podido  conocer como  una mayoritaria parte  del ser de  España tuvo una cultura  densa y profunda,  eminentemente rural, que perduró hasta la primera mitad  del siglo XX;  a partir de ahí ese sector social pasó a ser en gran parte  urbanita.

                Quienes nacimos y vivimos  esa cultura campesina en toda su plena grandeza y dignidad,  estamos marcados de amor al campo que nos nació y fue nuestro hábitat  humano. Y qué motivaciones de amor más acusadas que el hecho de que mi madre bendita estuvo a punto de parirme montada en una burra cuando, a lomos de ella con aparejo  y manta,  se traslada de casa de sus padres, mis abuelos, en un cortijo de  Alhaurín de la Torre a la Alhóndiga en Cártama en donde residía desde que un año antes se casó con un cartameño, mi padre. Pidió auxilio una mozuela herma que le acompañaba, y unos carboneros que echaban un horno de carbón cercano a la vivienda, la acompañaron, uno subido a la culata de la burra de un salto  para llevarla cogida  por los hombros y tres más, tirando uno de la jáquima dela rucia,  y los otros dándole ánimos a su lado. Cuando acudió la partera llamada urgentemente,  ya estaba yo en este perro mundo Mi niñez gozó de las maravillas de los días y las noches de los campos abiertos, del canto de los pájaros, del mugir  de vacas y bueyes en los manchones, del trato con gañanes, boyeros y braceros cuyo argot fueron las palabras que oí toda mi niñez, arrullado mi sueño por el rumor del río Guadalhorce que dista  no más de 100 metros de la que fue mi casa de nacencia y crianza hasta los seis años.   

                Y,  ningún amor se puede tener en secreto eternamente. Es como el agua que circula por las entrañas de la tierra  que siempre termina manando por alguna parte no prevista, a  veces en forma de leve y humilde fuentecilla  entre adelfas y sierpes. Igual, los sentimientos, emociones y vivencias  que el alma remansa con el tiempo.

                 Los caudales  de la existencia en mi amoroso campo de nacencia y crianza  afloran  tímidos, y apenas sugeridos,  por el manadero de mis muchos relatos, gran cantidad de ellos  recopilados en mi libro, de reciente publicación, y edición limitada  con ocasión de homenaje a nuestros antepasados y abnegados labriegos, “ECOS DE LA ALHÓNDIGA”. A través de ellos  el lector, quizás,  sienta la sensación de estar dando un paseo por los campos hortelanos en donde laboraban la tierra y afanaban  la diaria subsistencia  multitud de gente del campo  en aquellos lejanos tiempos  de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Luego, todo empezó a ser distinto.

                  Mientras escribo, se van acumulando en mi memoria recurrente y amorosa saudade del campo sobre el que, a  fuerza de pasear por él, mis ojos y mis oídos  llegaron a conocerlo con la misma fruición amorosa que el cuerpo y el alma de la mujer amada,

…! Oh la bendita
paz de mi paisaje matinal…! Rosales
en mi ventana al campo…
Frente al sol generoso, junto al río
sonoro, en plena gloria de la vega…,  dejó dicho Manuel Machado.

            Bendito campo de Cártama, orografía que ya impactó en los sentidos de la belleza  a los fenicios que al descubrirla por el curso del río la bautizaron como Cartha (ciudad escondida entre montes),  campo de mi nacencia  que me hiciste gozar cada día que nacía el sol de tus  balates sugerentes,  campo  virgiliano,   del follaje frondoso de tus  barrancos, y las piedras seculares de tus majanos  ---donde el  búho (¡buuu, buuu…!) tiene su mansión nocturna--- por tus cielos y tus lunas, por tus caminos polvorientos, por tus oteros y coquetas mesetillas  , por tus estíos y tus eneros, a lomos de mis recuerdos, como otrora en la realidad,  cabalgó mis sentires entre  juncos, maciegas, tarajes y cañaveras  bordeando el lírico y épico río Guadalhorce,  cauce de civilizaciones  milenarias.

              Todo ello pretende  recuperar del olvido el libro que estos recuerdos me han sugerido. En él las artes empíricas laborales, el nombre y sentido de sus aperos labriegos,  el vocabulario derivado, en su mayoría,  de faenas de labor, de las herramientas  de  usos  ya periclitados de nuestros  labriegos; las distintas faenas agrarias que fueron la base de la atávica y enjundiosa cultura oral  de nuestros antepasados no tan lejanos,  todo en relatos evocadores  de lo que fue  una dilatada época de nuestra historia que, por ser eminentemente  agraria, fue igual, con  matices, en toda la geografía  hispana.

              Ellos, esos nuestros antepasados, con sus enormes sacrificios y esfuerzos, hicieron posible que las generaciones actuales vivamos (olvidados de ellos) lo que hemos dado en llamar, “sociedad del bienestar”,   sin que esté debidamente definido lo que entendemos por bienestar en un mundo en el que prima  el materialismo y  el relativismo más descarnado sobre los valores fundamentales que conforman a los seres  humano.

            Con mirada de hoy, es difícil comprender la vida y hechos de aquellas civilización enraizada en la tierra. Gentes, ciertamente desprovistas de ilustración académica, salvo  sectores sociales muy concretos y limitados, pero sí eran dueñas de una densa y enjundiosa cultura acorde  con los principios fundamentales para vivir en coherencia con la naturaleza de forma material y espiritual.

                He aquí, según mi humilde entender el valor descubridor  de estos relatos, sostenidos en sus propuestas por recuerdos, vivencias y experiencias directas durante largos años.