martes, 24 de marzo de 2020

EL SEÑOR CONEJO Y SU CABALLO


                                Resultado de imagen de ZORRAS Y CONEJOS
Cuento para mis nietos, a ver si con leerlo distraen  un ratito su obligado encierro por culpa del puñetero virus.

            Al señor Conejo, que era un presumido, ante la gente le gustaba darse importancia. Un día, estaba  charlando  con un grupo de conejos amigos venidos de un lugar llamado, paraje de Sierra Espartales, que le habían invitado a pasar con ellos el día y, de paso, comer uvas escondidos entre los pámpanos  de un cercano viñedo. Al hablar de caballos,  sus amigos dijeron que ellos no podían tenerlos porque no eran tan ricos como los conejos de los Pechos del Comendador. 

            Entonces,  el señor Conejo vio la ocasión de presumir delante de sus amigos. Sin pensarlo dos veces, les dijo: “Ah, yo sí tengo caballo y paseo mucho por los campos montado en él. Y,  os digo que,   mi caballo  es el mejor del país, pues, aunque parezca mentira, mi caballo es nada menos que la Señora Zorra” A los amigos del señor Conejo se le pusieron los ojos de siete picos por la envidia y, más aún,  porque todo el mundo sabe  que el enemigo más sanguinario que tienen los conejos, son las zorras y los zorros, por lo que no era fácil creer lo que les decía el señor Conejo. 

            La  señora  Zorra, que en ese momento pasaba por allí  y oyó lo que había dicho el señor Conejo, cuando este se hubo ido se acercó a sus amigos y les dijo: “Vuestro  amigo aparte de presumido es un embustero; yo os voy a demostrar que os ha engañado al deciros que yo soy su caballo…” Y, añadió:           Esperad aquí y veréis  que mal rato le voy a hacer pasar a ese embustero amigo vuestro”.

            Corrió a casa del  señor Conejo y, amigablemente, le dijo:

            --Señor Conejo, sus amigos van a dar otra fiesta y yo les he prometido que yo  os vendría a buscar…”

            Pero el señor Conejo, que no era tonto, ni mucho menos,  se olía que algo tramaba la señora Zorra, por lo que respondió a ésta que estaba enfermo y no podía caminar. Ante esta respuesta, la señora Zorra se ofreció a llevarlo sobre su lomo, pero, el señor Conejo, le respondió que sin silla de montar  y sin bridas  no se atrevía a ir sobre ella.  La señora Zorra aceptó y, el señor Conejo, después de ponerle la montura, se montó en la Zorra, pero, disimuladamente,  se puso unas punzantes espuelas en sus talones. Y,  se pusieron en camino.

            Durante el trayecto, en un momento dado, la señora Zorra se dijo para sus adentros “Ha llegado la hora de darle a este   tonto un soberano susto (¡cómo se le ocurre a un conejo montar en una zorra con lo que a nosotros nos gusta la carne de conejos!), yo le enseñaré que no soy su caballo…” Y, dicho y hecho: inmediatamente comenzó a brincar, a correr dando pingos con una pata y con otra, haciendo cabriolas, de  avanzando y de pronto retrocediendo, dando vueltas y más vueltas, todo  con intención de hacer caer al suelo  señor Conejo que la montaba. Pero éste le clavó las espuelas con tal fuerza que la señora Zorra no tuvo otro remedio que amansarse y seguir tranquilamente el camino.
Al llegar al punto de reunión, el señor Conejo ató a la señora Zorra en la cuadra y, dándose tono y  presumiendo de jinete y de caballero, entró en la casa en donde  le esperaban sus amigos de Sierra Bermeja, a los que  dijo:

--¿Veis como la señora Zorra es mi caballo? Es un poco  rebelde, pero yo la amansaré”. Dicho esto los llevó a la cuadra para que viesen allí, amarrada, a la señora Zorra, a la que, si peludo tenía siempre el enorme rabo zorruno, con la jugada que le había hecho el señor Conejo, se le había puesto los pelos todavía más  tiesos y, por tanto, el rabo todavía más gordo y largo, señal de que estaba muy, pero que muy, enfadada.

Terminado el banquete, esta vez de higos en un higueral cercano cuyo dueño se había marchado de viaje,  el señor Conejo montó de nuevo sobre la señora Zorra, poniéndose un tanto nervioso porque sospechaba que algo había tramado ella para comérselo. En efecto, esta vez no le valieron las espuelas; La señora Zorra se tumbó de repente en el suelo y empezó a rodar  sobre sí misma por lo que el señor Conejo tuvo que escapar de ella a toda velocidad.

Se levantó la señora Zorra y corrió detrás del Conejo con el apetito despierto y deseando cogerlo y comérselo sin  dejar de él ni el rabo, pero, el señor Conejo pudo esconderse en el hueco de un gran árbol de esos que llaman alcornoque.

Llegó la Zorra jadeando y, cuando más fácil creía tenerlo, se encuentra  que por el boquete del árbol cabía el Conejo, pero ella, no;  le gritó al Conejo: “De todos modos eres mío, aunque tenga que estar aquí hasta el año que viene, pase lo que pase te he de comer, gazapo estúpido  El Conejo no decía ni pío, para que la Zorra por la voz  no averiguara en que parte, dentro del agujero, estaba.

En esas andaban  ambos, cuando  apareció volando un águila  que desde la altura iba mirando a ver si veía algún animalito pequeño y tierno para llevárselo a sus poyuelos aguiluchos  al nido que tenía no muy lejos de allí en la rama más alta de un eucalipto.

--¡Eh, señora águila --le gritó la Zorra-- aquí tengo encerrado al señor Conejo. Hacedme el favor de que no  escape mientras voy por un hacha para agrandar la boca del hueco del tronco del alcornoque”

--El señor Conejo también le grito  al enorme pájaro:¿Sois vos señora águila? ¡Si vieseis que ardilla pequeñita y gordita hay aquí dentro conmigo! ¿Por qué no la cojéis? Es muy fácil. Al otro lado del tronco hay un agujero: poneos en acecho y yo la espantaré para que salga…

Al final el mentiroso conejo tuvo suerte, y se libro de una muerte segura en la panza de la señora Zorra. Mientras el águila estaba esperando a la ardilla al otro lado del tronco del árbol, él a todo correr alcanzó su madriguera, de la que ya estaba cerca dejando burlados al Águila y a la señora Zorra.

Pero hay que ver en los aprietos que se vio el señor Conejo por presumido y embustero; ¡tanto que casi le cuesta la vida hecho picadillo en la barriga de la señora Zorra. Cosas así suelen pasarle a los embusteros.

Y, colorín, colorado; este cuento ya se ha acabado. Espero os haya gustado.