domingo, 22 de marzo de 2020

ERATO


                     
Presentación por Francisco Baquero Luque de Celeste Torres en el Ateneo de  Málaga el día 4 de dicbre. de  2.001



Señoras, señores, amigos:

Quizás pudiera  parecer paradoja, que siendo Celeste Torres conocida por casi todos ustedes, desde antes, y más ampliamente que yo por razón de residencia y diario discurrir de su quehacer literario y vida social en Málaga, sea quien os habla, comarcano de la Hoya guadalhorzana, casi desconocido por estos pagos capitalinos, el designado para presentarla en esta velada lírica, en la que ella, por los sobrados méritos indiscutibles que atesora, es protagonista singular.

Aparte de otras no improbables motivaciones colaterales, que no son pertinencia de estos momentos, ello es atribuible –parafraseando a Pascal- a que a veces las razones más razonables que mueven a las personas, son las del corazón; por supuesto, las del corazón grande y generoso de Celeste Torres, a la que, más que presentar, que como queda dicho huelga aquí, quiero semblar desde mi personal y humilde criterio en su dual perfil artístico y humano, con la brevedad que reclama mi cometido de mero heraldo o adelantado suyo, tal es la dinámica habitual en estos actos.

Digamos de entrada, y apriesa, que Celeste Torres es una gran poeta. Y la defino poeta y no poetisa, a despecho de corpiños gramaticales, porque, al igual que poetisos –que haberlos también haylos-, para mi humilde entender y parco saber, son géneros de distinta estirpe pese a la semejanza del follaje semántico; algo así, permítaseme el símil, como la avena bravía al trigo candeal que, aún medrando ambas plantas simultáneamente en los mismos pegujales y hazas, ofrecen frutos de desiguales cualidades. Yo me entiendo; y espero que ustedes me perdonen este campesino argot mío, que me viene, dicho sea de paso, de cuando en illo tempore amelgaba por las besanas, aferrado a la mancera tras la yunta, compañero (a mucha honra) de gañanes y muleros, de cuya presencia me evadía, eso sí, en los revesos, para enfrascarme, en sintonía con el entorno de mi existencia, en las Églogas y Geórgicas de Virgilio; el Epodón de Horacio, con su poema “Beatus ille”; los pasajes en que se describen las inefables peripecias del dulce y peludo Platero; la descripción rubendariana del pesado buey, que echando vaho en la ribera fecunda, plena de armonía, junto a la tórtola arrulladora de los sotos umbrosos alhondigueros, despertaron desazones líricos, nunca expresados, en mi alma enamorada de mi tierra.

Y todo esto viene a pelo porque es, precisamente ello, lo que ha puesto en sintonía mi sentir con el corazón y la lira de Celeste Torres, de no pocos acordes virgilianos y juanramonianos..

Desde que en 1999 conocí a Celeste Torres –apellido que enraíza con altas torres, arrullados palomares, tendencia al cielo, apunte al infinito...-, barrunté que había trabado conocencia con un alma sensible, altamente espiritual. Y de una primera lectura apresurada de su poemario, intuí que era poeta de exquisitos registros.

Pero mi admiración a su fragua poética, mi apego al rumor de su Musa comarcana, mi querencia al calor de su corazón, se define y acentúa el día 2 de enero del pasado año 2000, con ocasión de la subida  que a la ermita de la Virgen de los Remedios de Cártama, realizamos ambos, junto con el común amigo bueno Antonio Fuentes. Y es que los dos se fueron enamorando de uno de los amores más caros de toda mi vida, es decir, se produjo el milagro de la confluencia emotiva.

Celeste se iba empapando de los ancestros del entorno (iberos, tartesios, fenicios, griegos, romanos, visigodos, agarenos, y otros pueblos que habitaron el monte sobre el que se asienta la actual ermita); y por doquier  arrebañaba al instante motivos para su fantasía, soplos para su estro, sugerencias creadoras. Celeste fue para mí un espectáculo inusitado: No sólo se trascendió su verbo, sino que hasta sus rubias guedejas se enardecían al conjuro del tintineo de las campanillas de su Musa. No exagero: Como muestra de lo que digo, al otro día había parido un poema alusivo a este entrañable memento, que en nada desdice del resto de su prole poemaria.

Como artista, Celeste abreva en lo inmanente y nos lo revela concretado en su obra plagada de imágenes bucólicas actualizadas:

Se agolpan los recuerdos
como gorriones
sobre el trigo dorado
de los campos...”
“Huye la tarde deprisa
enrollando en el horizonte
el último pergamino de sol...”

Tiene Celeste una enorme facilidad para captar la belleza infinita presentida:

“Un silencio de duendes espesa,
con misterio,
una pasión oculta
en la sacra tumba de mis venas...”

Sin poderse desprender de ella, lleva en su mochila la nostalgia evocadora de su nacencia pueblerina, Antequera, la romana Anticaria que cuando los romanos, ya era antiquísima, tal significa el toponímico:

El día, como yo, declina

sobre el alto campanario de la iglesia.

Tus campanas, como águilas azules,
ocultan tus misterios...”

Increíble creadora de bellas metáforas, que además dicen cosas:

“El bramido del ciervo

hace sonar el tambor del viento...”

“Se agrisa la montaña
para esconder la tarde...”


“El tiempo es un girasol
que habla con los pájaros...”

Tampoco se queda muda, Celeste Torres, ni manca, para cantar el amor:

“La tela de mi blusa se hace esponja 
que empapa la caricia de tus ojos...


¡¡OH Celeste!!

A la hora de dar rienda suelta a mis sentimientos personales y admiración por el arte de Celeste Torres, como queda expresado, no he sentido temor alguno a excederme en elogios, pues antes que yo fueron por la misma senda laudatoria, ilustres autoridades en la materia, como Rafael Caffarena, José Mª Lopera, Francisco Peralto, Antonio Aguilar y otros. Apenas hace unos días, el Ayuntamiento de Lucena  ha concedido el primer premio de su Certamen de Relatos 2001, a Celeste Torres, quien se encuentra entre nosotros y para la que  pido un cálido aplauso. Gracias.