jueves, 7 de marzo de 2019

GARCIA LORCA Y DIOS



         Salvo gratificantes excepciones, es hoy en día  infrecuente  que alguien  “pierda tiempo” dedicando un artículo periodístico a hablar de Dios ó, de su soporte dialéctico, la religión. Hablo, lógicamente, del Dios en quien yo con dos tercios más de la humanidad, creo: el Cristo Jesús.  Bien se que hacerlo concita sobre uno las miradas en soslayo de toda la trupe políticamente  correcta, o sea, “izquierdista”, y hasta no izquierdista. Digamos de inmediato que no es lo mismo ser “izquierdista” que ser coherentemente de izquierda; esto último me merece un gran respeto. Pero, aún así,  Unamuno decía: “Ser de izquierda o derecha son, en España, dos maneras de ser imbécil

         Y, para más escándalo de “izquierdistas”, y  más “guipeos”  de soslayo, no voy a hablar de Dios desde mi particular sentir y creer, que poco importa a nadie, sino de la fruición de espíritu en Dios  que, entre tantos y tantos grandes genios de la literatura, el pensamiento y el arte que experimentaron a lo largo de los siglos   la emoción de lo divino plasmada en sus obras,  sintió  uno de los más grandes poetas de España  de todos los tiempos, de cuya figura y símbolo se quieren apropiar los susodichos “izquierdistas”, sectarizando  su figura, al margen de lo estrictamente literario y poético, y atribuyéndole, capitalizadamente,   actitudes afines con la virtual “ideología”     “izquierdista” de ellos, como, entre otras, rampante laicismo  e indiferencia ante la existencia de Dios, obviando  toda la poesía que, en el misterio infinito, existe y nos transmitió  este poeta.

Me vengo a referir, obviamente, a Federico García Lorca, cuyas inquietudes  religiosas sólo las recoge uno de sus biógrafos, José Luís Vila San Juan. El  más traído y llevado (por aquello de lo políticamente correcto) de sus biógrafos,  el hijo de la Gran Bretaña (allí nació), Ian Gibson, si bien no rehúye abundar morbosamente  en los posibles desvíos sexuales de sus personajes ---si no los tuviere, se los atribuye (ya se lo dije en su cara          a él)--- elude en sus biografías reflejar las acuciantes  inquietudes religiosas del poeta granadino, que, como vamos a demostrar a renglones seguidos, emana de su vida (pese a sus pasiones humanas),  y de algunas de sus capitales obras literarias:  hay algo en nuestras almas que sobrepuja a todo lo existente”… “las catedrales invitan a la meditación de lo Supremo…El alma que vea la grandeza de Jesús que se suma a estas sombras húmedas con ojos de cirios para sentir consuelo espiritual…Eso es adoración a  Dios…Creo en la resurrección de los muertos” (Obras completas, T.III, 1.991, p. 5). Su amigo Dalí le dijo en una ocasión: “Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo”. En una carta a sus padres desde Nueva York, García Lorca les dice:        “…Esta mañana fui a una misa católica dicha en inglés. Y ahora veo lo prodigioso que es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza”...La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con  nosotros, démosle culto y adoración”

         De su obra, “Mariana Pineda”, cabe citar estos elocuentes versos: “Soy una gran pecadora/ pero he amado de una manera/ que Dios me perdonará/ como a Santa María Magdalena./…Y en el mismo texto: “Dios está cubierto de heridas de amor que jamás se cierran.

         Termino con algunos versos de su bellísima “Oda al Santísimo Sacramento del Altar”:

Pange lengua gloriosi
corporis mysterium

…Cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento…
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio…
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte…
Es así, forma breve de rumor inefable,
Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno,
repetido mil veces, muerto, crucificado
por la impura palabra del hombre sudoroso…
¡Oh forma limitada para expresar concreta
Muchedumbre de luces y clamor escuchado!...
¡Oh llama palpitante sobre todas las venas!

         Por todo ello, cuando se sacan  los crucifijos de las escuelas y  se  prohíben en ellas actos religiosos navideños,  se olvida que Jesús de Nazaret, como ayer no más decía en el diario Sur el eurodiputado socialista, Pedro Aparicio, “es la figura más viva de la historia de occidente…Más que Sócrates, Leonardo, Beethoven o Kan”
Se priva a los niños de un trozo capital de la cultura que definió a sus antepasados.