lunes, 25 de marzo de 2019

VIDA COTIDIANA EN LA POSGUERRA CIVIL

   (De mi libro, ya avanzado:"Memoria histórica de un niño de la guerra"
Amas de casa haciendo guñuelos  otrora
                                
Las campanas de la Ermita serrana    al unísono  con las parroquiales con   eran antaño, con sus tañidos singulares, el reloj  que marcaban las horas de cada reveso y rengues en los tajos labriegos como también  la  hora  de caer a comer, merendar y dar de mano. Anunciaban  con sus angelicales arpegios metálicos cuando  eran las doce, cuando  el día horario se había partido en dos y, había llegado en los campos labrantíos la hora de “caer al rengue del almuerzo”. Los braceros ya tenían volteada media jornada en su dura brega con la tierra.

Era entonces cuando por   veredas, cerrillos, angosturas y sendas de herraduras, bajaban hacia la vega un goteo de mujeres y chaveas que iban a llevarle el almuerzo a esposos o padres.  Colgado del hombro con un ramal de esparto o pita ad hoc, llevaban el canasto de cañas y bordes de olivo; dentro el pan moreno, la fiambrerilla con tomates, papas y pimientos fritos (estos si verano) guarnecidos con un huevo o unas manecillas de boquerones, jureles o  pescado barato parecido, de lo que debía dejar algo para la hora de la merienda y, como postre, a veces una batata cocida cuando no naranjas de aquellas cajeles o calabacitas; a veces un puñado de higos prensados a lo que, si había huerto cercano se le solía añadir algún melón, sandía o granada si era su estación.

En la otra mano, cogida con un trozo de guita gruesa amarrada a las asas, la olla con cazuela de papas, de fideos o de arroz claro, casi nunca con carne; eran los años de la “churripampa”, como el pueblo sufridor bautizó a la hambruna que devino tras  la guerra, porque la zona vencedora hubo de compartir la que ya ensombrecía  la II República ).

Sentados en algún terrón, o en el “jato” de la bestia, yantaban de olla y canasto. Tras ello, tiraban de petaca,  librito (“Bambú”),  “mistero” de torcía y, echaban un cigarro. Liar un cigarro de picadura era un arte.

Cumplida una hora de comida (para ésta era el rengue más largo entre revesos),  se reanudaba la áspera tarea  dividida en dos  revesos con rengues de media hora y, tras ellos, se daba de mano. Este era el yantar de los ascéticos jornaleros de posguerra  e posguerra hasta que el Fuero de los Trabajadores implantó jornadas máximas de 8, 6 y 5 horas según la dureza  de  los trabajos.

Cuando aquellas abnegadas esposas   volvían a casa, ya los pequeños habían dado cuenta del almuerzo que las madres  les dejaron  preparado; tomaba ella un somero piscolabis, lavaba a los críos cara y manos y, al toque de vísperas  de las campanas parroquiales (din,din, din don “que son las dos”)  ponerle en la mano pizarra, pizarrín, el Catón o la Enciclopedia Álvarez y…:” venga a correr, no llegad tarde a la escuela que os tenéis que hacer hombres de provecho…”

Así de dura era aquella época de posguerra para mayores y niños; por contra,  entonces  no se sabía que era la droga, conocíamos el nombre del vecino y los respetábamos como a los padres, no sentíamos miedos salvo a las pesadillas, las “bichas” y a los “Tíos Mantequitas”; si nos sobraba en el bolsillo una perrachica (5 céntimos de peseta) que nos diera la madre para chuchería, sabíamos desprendernos de ella si algún pordiosero suplicaba: “niño…una limosnita por Dios”: si no teníamos nada que darle, con pena le decíamos: Hermano persone por Dios, y le enseñábamos el forro de los bolsillos vacíos....; no sabíamos de “derechos humanos teóricos”, porque casi todos los humanos caminaban derechos; sabíamos jugar con los animales y hacernos, con herramientas bastas, nuestras propias carretas y, como yunta de bueyes, dos canutos de mata de maiz o de cañavera y, nuestras  camionetas para jugar (no había dinero para juguetes); con la madre  rezábamos la oración de la noche al acostarnos mirando  un cuadro del Ángel  de la guarda y,  el ejemplo que recibíamos de los mayores era que la honestidad es el mayor orgullo de la persona humana y, la mentira, una maldición. Estábamos muy atrasados, aún no éramos "progues", porque los tecnicos no habían inventado la lavadora, el frigorífico (apenas existía la radio) el televisor, ni siquiera la fregona con mango, se fregaba el suelo rodilla en tierra con la cubeta del agua al lado. Yo diría que estábamos peor, pero... se vivía mejor y la convivencia era más humana y auténtica. La Verdad era un valor esencial y al que entraba en una casa y robaba algo se le perseguía gritandole: "cogedlo ahí, al ladrón, al ladrón, al ladrón,,," Si eso hoy se le gritara así a los ladrones, el clamor llegaría a los cielos en forma trueno estruendoso. 

Hoy nos agarramos a una esperanza: el retorno de la verdadera vida, simple como una gota de lluvia, limpia como un cielo de abril, leve como la brisa de la mañana amando el progreso basado en los auténticos valores.

En otra entrega hablaré del maquis que pululaba por nuestros campos y sierras. Yo mismo  fui rehén dos días y dos noches hasta que cobraron el rescate. Pero eso (D.M) queda para otra entrega que compartiré con quien tenga la paciencia de leerme.