viernes, 25 de marzo de 2022

 

                                                      BENDITA Y DURA  VIDA LA  DEL LABRIEGO

Dedico este humilde canto al labriego ---que  se ha manifestado, por fin una vez,  ante los poderes públicos clamando justicia---  a mis amigos de “Mesa Guadalhorce”, en el que incluyo  al no menos amigo, Manolo Reina Olmedo, y, cómo no, a Celeste, “mi novia lírica”. Y, con el corazón en ristre en la memoria,  a mi padre y a mi hermano Juan José (ambos ya en el cielo)  con los que tanto bregué  al alimón en  las hazas de la  amada ribera Guadalhorzana.

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Sufrido, empobrecido y olvidado el pequeño y mediano labriego; paria  de los sistemas; siempre,  en desigual lucha con la brava tierra para sacarle la bendición social y solidaria de los frutos que alimentan  a sus congéneres.

            Seguimos  ignorando la bendita misión del campesino y lo enjuiciamos con irresponsable e insolidaria displicencia: Él es el  que  en su solidario designio del cielo, brega con la tierra y nos hace asequibles sus frutos obtenidos con continuados esfuerzos a la  intemperie, soportando, además del duro esfuerzo labrantío,  los imponderable adversos contrarios y diversos: meteorológicos, sequías, riadas, plagas, usura, avaricia impositiva de los Gobiernos, etc. Y ello, en total entrega física, mental, emocional y con  riesgo económico  porque, invertir en la agricultura conlleva un alto riesgo del capital invertido,  siempre de parco  valor añadido.

Pero, en realidad de verdad, los auténticos beneficiarios del valor comercial de las cosechas que obtiene el campesino,  han sido siempre los intermediario;  como los pulgones  emplean métodos de succión que rozan la usura descarada contra los beneficios de pequeño y mediano empresarios agrario.

 Saben los intermediarios   que el campesino suele estar  descapitalizado  y,   les adelantan dineros  bajo el compromiso de  llevar a su cuartelada de mayorista a  comisión, los  productos para su venta a minoristas, a los que venden caro, para pagar barato al agricultor mediante unilaterales  y muy discutibles  albaranes que constituyen la  trampa cruel. En ese albarán consigna el precio que le  parece bien con ratio casi  usureros.

Recuerdo que uno de los sábados que vacaba cuando estudiaba en los Maristas de Málaga  que, la patrona de la pensión despotricaba  contra el pobre labrador  de esta guisa: “Así se han puesto ricos los catetos del campo…¿hay derecho a que un kilo de tomates me cueste cuatro pesetas?…¡Ladrones!”

Aquella tarde, ya en casa, fui al sombrajo-labor de mi padre.  Me lo encontré rociándoles  un pañil de tomates  a los cerdos, que los devoraban. “Hola, hijo, venga ayúdame,  coge otro pañil de esa pila y rocíaselos  tú también a los cochinos a ver si a través de ellos convertimos los tomates en carnes y obtenemos algún beneficio”. Ante mi extrañeza, mi padre me explicó: “Es que en la liquidación que me ha hecho el mayorista de las tres últimas  cargas que le envié, no ha salido el kilo ni a dos reales (0.50 pts)…Todo el año tras el pujal de tomates para esto, ¡Dios Santo…

Los gorrino en efecto, engordaron, pero al mes y medio de lo que cuento, una epidemia de peste porcina, tan frecuentes entonces, acabó hasta con las cerdas  de cría y las camadas de lechones que amamantaban. Yo quise meterme a torero---como lo digo--- para ganar dinero y ayudarle a mi padre que ya tenía cinco hijos más. Pero fue él quien me dijo “No me des más quebrantos de corazón, si te tiras a una plaza, no vuelvas más por casa…” Mi padre era un mediano labrador, luchador cien por cien como en general  toda la gente del agro.

Hasta existía un adagio infeliz  del refranero campesino que rezaba: “El campo  envejece, empobrece y envilece” En extremo hiriente e injusto el último palabro  de tal propuesta (“envilece”), tan en boga en  un tiempo. He dejado antes explicado en alguna medida la razón que quizás contenga lo de  envejece” y “empobrece”, pero siempre de forma altamente digna en  estos hombres hermanos de la tierra,y jamás  envilecida. La madre tierra  no envilece nada, sino que  ennoblece y mucho. Nací en un cortijo y tuve niñez fe oro en dicho  cortijo de 200 fanegas de tierras  entre regadíos, tierra calma, olivares y sotos nemorosos cabe el río que me dieron circunspección y pátina de persona de bien que de  boyeros, gañanes, porqueros, aguadores, braceros, pastores, etc. aprendí para siempre desde mi nacencia.

  

Porque una  simple y pizpireta  lechuga  que despectivamente minimizan muchos  alegando,  eso nace sola  de la tierra”,  requiere durante su ciclo vegetativo (como toda planta cultivada),  un largo y duro trabajo, siempre a la intemperie, y haga frio, calor o diluvie,  no olvidemos esto.  

Entre la siembra y el fruto hay un gran trecho de tiempo  que exige en dicho tiempo  duros trabajos y afanes  constantes susceptibles,  no del nadeamiento habitual  que por desconocimiento se le aplica al hombre del campo, sino admiración,  gratitud y ayudas estatales. Valga como ejemplo, uno por cientos,  el  que   con propósito didáctico, me permito describir pormenorizadamente: las faenas que requiere desde su laboriosa y complicada  siembra hasta que el molino lo muele y obtiene la candeal  harina  con que se hace en las tahonas el  pan que nutre a  la humanidad: EL TRIGO:

            Ya, el  cacho de pan  que con el que desayunamos   cada mañana, guarnecido casi siempre con un lamparón de aceite, nos recuerda al campesino,  su entrega total   y  ciencia empírica.

Su semilla germinal es otro grano de trigo. tras el  abonado del terreno, ya en tempero,  el labriego ase  la mancera del arado y levanta  el barbecho; al mismo tiempo,  otro siembra: rítmicamente, va sacando de un saco fino convertido en  talegón que cuelga al hombro, puñados de granos que, con empaque de solvente eficiencia práctica, va voleando a largos pasos por la amelga sin que un solo grano sobrepase el surco que señala la  amelga contigua en la que hará lo propio.

Otras veces, “pinta” (echa) tras la yunta a cada paso   en el surco que el arado tirado por ésta va abriendo, pequeños pellizcos de grano que luego, a la vuelta de la yunta  abriendo  yunto el arado va enterrando la semilla depositada  (pintada) en surco anterior dejando  la siembra hecha.

A los cuatro meses  será ya caña con espiga empanzada y reventona de prietos granos,  promesas  de cochuras  en las tahonas que alimentan el fuego de los hornos  con leña que suelen ser ramón de olivos, tomillos, jaras y romeros, cuyos vahos, son inciensan el  pueblo cada alborada tras dejar en los grandes cestos las teleras de pan que alimentan a la humanidad.  

Llega el momento de la siega realizada por segadores, y  a veces segadoras,  con hoces y dediles normalmente bajo un sol de justicia del inicio estival; tras ellos va quedando sobre los rastrojos un tendal de gavillas que la carreta o bestias con angarillas,  barcinan a la era para su  trilla una vez la mies emparvada.

El rulo sobre la  mies y el morero subido en el,   arrastrado por  colleras de mulas  convierten los pajotes  en fina paja ---con la que luego desde los pajares, los boyeros irán pasturando en los pesebres del tinado al ganado acornilados a ellos  en horarios madrugueros que le marca  por su situación en el cielo el lucero miguero--- se produce por los moreros el aventado  en incansables movimientos rítmicos   de brazos  de abajo a arriba  en trayectos de ida y vuelta sobre la  parva empuñando el bieldo con el que lanza   paletadas de mies trillada al aire, para que las ráfagas de aire separen al trigo que, por su mayor peso, cae al empiedro de la  era  mientras  a la paja la arrastra el pausado viento casi diez metros en el sentido que éste corre ue a base de una y otra parva acumula una montaña de paja.

Después, el apaleo del trigo, como la paja pero sólo grano ya, con palas ad hoc de madera y, finalmente, el cribado hasta dejar el grano  “limpio de polvo y paja”  amontonado en forma de pirámide con el astil de la pala clavado en su vértice símbolo  de que la dura tarea con esa parva ha terminado. .

Este duro faenar conformaba un ambiente humano  dinámico bajo un sol abrasador cuyos efectos sólo se paliaban a la hora del  rengue a la tupida sombra del sombrajo  de la  pesebrera-gañanía que siempre existía necesariamente cabe la era en el que a la hora del almuerzo y merienda comían  hombres y  animales de brega y engorde. La hora de la merienda era celebrada desde  el rulo por el morero cantando una temporera de  trilla al son amodorrado del sonar de la esquilas de las mulas:

Ya está jecho  el gazpacho

Y en los dornillos,

Señor morero mayor

 Espante usted a las moscas

Y a los chiquiiiiillos

            Aludíamos a la innegable cultura empírica del hombre del campo de sofisticada técnica agraria. Conocía el significado de  accidentes meteóricos  cual que si la luna llevaba cerco que, de ser positivo, o no, era señal de lluvia o sequía y, por ende, imprimían esperanza o inquietud de que ese año “se pusiera era o no” con lo que ello era de importancia  transcendente te para el   devenir  del año agrícola; otro ejemplo: el riesgo cierto de hacer las siembras  de alfalfa forrajera con la luna llena o en cuarto creciente, porque seguro que el ganado vacuno podía  “coger aire en el vientre (se meteorizaría)  y reventaría la res en tal caso; las “cabañuelas (este proceso se hacía en el mes de agosto y requiere capítulo aparte; y con la siembra de las judías pasaba igual, o sea, que si sembraban en luna llena o cuarto creciente, las vainas no tenían semillas y, por ello, sólo era apta para ensaladas, y cocidos pero nunca para obtener habichuelas en grano, etc.etc. Una auténtica sabiduría y cultura plural del labriego.

                          Estas y otras tareas  camperas  han aportado desde la noche de los tiempos temas literarios (cultura humanista en uno de sus aspectos más entrañables) de la inspiración de los poetas, novelistas, místicos, etc, desde los griegos con un Virgilio, un Horacio, a un Cervantes con su inigualable y rural  Quijote, su jamelgo Rocinante, y un esmirriado borriquillo; venteros, las mujeres de la obra del “manco de Lepanto”: Aldonza Lorenzo (la idealizada dama de los altos pensamientos  y amor de Alonso Quijano,Fémina inquieta y andariega, La enamorada ideal, Rosa de pasión, Clara niña, Contigo pan y laureles, Diana cazadora, la doncella capitana, Maritornes, yVioletas de paz y dela muerte.

¿Quien dijo que el labriego es un patán sin ciencia ni poesía…………Lo dejó dicho Concha Espina en su grandioso libro, “AL  AMOR DE LAS ESTRELLAS”: “El dolor es el padre de la poesía y su madre la misericordiosa abnegación… Así: El Labriego..