BENDITA Y DURA VIDA LA DEL LABRIEGO
Dedico
este humilde canto al labriego ---que se
ha manifestado, por fin una vez, ante
los poderes públicos clamando justicia---
a mis amigos de “Mesa Guadalhorce”, en el que incluyo al no menos amigo, Manolo Reina Olmedo, y, cómo
no, a Celeste, “mi novia lírica”. Y, con el corazón en ristre en la memoria, a mi padre y a mi hermano Juan José (ambos ya
en el cielo) con los que tanto bregué al alimón en las hazas de la amada ribera Guadalhorzana.
***
Sufrido,
empobrecido y olvidado el pequeño y mediano labriego; paria de los sistemas; siempre, en desigual lucha con la brava tierra para
sacarle la bendición social y solidaria de los frutos que alimentan a sus congéneres.
Seguimos ignorando la bendita misión del campesino y
lo enjuiciamos con irresponsable e insolidaria displicencia: Él es el que en
su solidario designio del cielo, brega con la tierra y nos hace asequibles sus
frutos obtenidos con continuados esfuerzos a la intemperie, soportando, además del duro
esfuerzo labrantío, los imponderable
adversos contrarios y diversos: meteorológicos, sequías, riadas, plagas, usura,
avaricia impositiva de los Gobiernos, etc. Y ello, en total entrega física,
mental, emocional y con riesgo económico
porque, invertir en la agricultura
conlleva un alto riesgo del capital invertido, siempre de parco valor añadido.
Pero,
en realidad de verdad, los auténticos beneficiarios del valor comercial de las
cosechas que obtiene el campesino, han
sido siempre los intermediario; para,
como los pulgones emplear métodos de
succión que rozan la usura descarada contra los beneficios de los pqueños y medianos
empresarios agrarios.
Saben los intermediarios que el campesino suele estar descapitalizado y, les adelantan dineros bajo el compromiso de llevar a sus cuartelada de mayorista, a comisión, los
productos para su venta a minoristas, a los que venden caro, para pagar
barato al agricultor mediante
unilaterales e indiscutibles albaranes que constituyen la trampa cruel. En ese albarán consigna el
precio que él al intermediario le parece bien con ratios casi usureros.
Recuerdo
que uno de los sábados que vacaba cuando estudiaba en los Maristas de Málaga que, la patrona de la pensión despotricaba contra el pobre labrador de esta guisa: “Así se han puesto ricos los catetos del campo…¿hay derecho a que un
kilo de tomates me cueste cuatro pesetas?…¡Ladrones!”
Aquella
tarde, ya en casa, fui al sombrajo-labor de mi padre. Me lo encontré rociándoles un pañil de tomates a los cerdos, que los devoraban. “Hola, hijo, venga ayúdame, coge otro pañil de esa pila y rocíaselos tú también a los cochinos a ver si a través de
ellos convertimos los tomates en carnes y obtenemos algún beneficio”. Ante
mi extrañeza, mi padre me explicó: “Es
que en la liquidación que me ha hecho el mayorista de las tres últimas cargas que le envié, no ha salido el kilo ni
a dos reales (0.50 pts)…Todo el año tras el pujal de tomates para esto, ¡Dios
Santo…”
Los
gorrinos en efecto, engordaron, pero al mes y medio de lo que cuento, una
epidemia de peste porcina, tan frecuentes entonces, acabó hasta con las cerdas de cría y las camadas de lechones que
amamantaban. Yo quise meterme a torero---como lo digo--- para ganar dinero y
ayudarle a mi padre que ya tenía cinco hijos más. Pero fue él quien me dijo “No me des más quebrantos de corazón, si te
tiras a una plaza, no vuelvas más por casa…” Mi padre era un mediano
labrador, luchador cien por cien como en general toda la gente del agro.
Hasta
existía un adagio infeliz del refranero
campesino que rezaba: “El campo
envejece, empobrece y envilece” En extremo hiriente e injusto el
último palabro de tal propuesta (“envilece”),
tan en boga en un tiempo. He dejado
antes explicado en alguna medida la razón que quizás contenga lo de “envejece” y “empobrece”, pero siempre
de forma altamente digna en estos
hombres hermanos de la tierra,y jamás
envilecida. La madre tierra no
envilece nada, sino que ennoblece y
mucho. Nací en un cortijo y tuve niñez fe oro en dicho cortijo de 200 fanegas de tierras entre regadíos, tierra calma, olivares y
sotos nemorosos cabe el río que me dieron circunspección y pátina de persona de
bien que de boyeros, gañanes, porqueros,
aguadores, braceros, pastores, etc. aprendí para siempre desde mi nacencia.
Porque
una simple y pizpireta lechuga
que despectivamente minimizan muchos alegando, “eso
nace sola de la tierra”, requiere durante su ciclo vegetativo (como
toda planta cultivada), un largo y duro
trabajo, siempre a la intemperie, y haga frio, calor o diluvie, no olvidemos esto.
Entre
la siembra y el fruto hay un gran trecho de tiempo que exige en dicho tiempo duros trabajos y afanes constantes susceptibles, no del nadeamiento habitual que por desconocimiento se le aplica al
hombre del campo, sino admiración, gratitud y ayudas estatales. Valga como
ejemplo, uno por cientos, el que
con propósito didáctico, me permito describir pormenorizadamente: las
faenas que requiere desde su laboriosa y complicada siembra hasta que el molino lo muele y obtiene
la candeal harina con que se hace en las tahonas el pan que nutre a la humanidad: EL TRIGO:
Ya, el cacho de pan
que con el que desayunamos cada
mañana, guarnecido casi siempre con un lamparón de aceite, nos recuerda al campesino, su entrega total y ciencia empírica.
Su
semilla germinal es otro grano de trigo. tras el abonado del terreno, ya en tempero, el labriego ase la mancera del arado y levanta el barbecho; al mismo tiempo, otro siembra: rítmicamente, va sacando de un
saco fino convertido en talegón que
cuelga al hombro, puñados de granos que, con empaque de solvente eficiencia
práctica, va voleando a largos pasos por la amelga sin que un solo grano
sobrepase el surco que señala la amelga
contigua en la que hará lo propio.
Otras
veces, “pinta” (echa) tras la yunta a cada paso
en el surco que el arado tirado
por ésta va abriendo, pequeños pellizcos de grano que luego, a la vuelta de la
yunta abriendo yunto el arado va enterrando la semilla
depositada (pintada) en surco anterior
dejando la siembra hecha.
A
los cuatro meses será ya caña con espiga
empanzada y reventona de prietos granos, promesas de cochuras
en las tahonas que alimentan el fuego de los hornos con leña que suelen ser ramón de olivos,
tomillos, jaras y romeros, cuyos vahos, son inciensan el pueblo cada alborada tras dejar en los
grandes cestos las teleras de pan que alimentan a la humanidad.
Llega
el momento de la siega realizada por segadores, y a veces segadoras, con hoces y dediles normalmente bajo un sol de
justicia del inicio estival; tras ellos va quedando sobre los rastrojos un
tendal de gavillas que la carreta o bestias con angarillas, barcinan a la era para su trilla una vez la mies emparvada.
El
rulo sobre la mies y el morero subido en
el, arrastrado por colleras de mulas convierten los pajotes en fina paja ---con la que luego desde los
pajares, los boyeros irán pasturando en los pesebres del tinado al ganado
acornilados a ellos en horarios
madrugueros que le marca por su
situación en el cielo el lucero miguero--- se produce por los moreros el
aventado en incansables movimientos
rítmicos de brazos de abajo a arriba en trayectos de ida y vuelta sobre la parva empuñando el bieldo con el que lanza paletadas de mies trillada al aire, para que
las ráfagas de aire separen al trigo que, por su mayor peso, cae al empiedro de
la era mientras a la paja la arrastra el pausado viento casi
diez metros en el sentido que éste corre ue a base de una y otra parva acumula
una montaña de paja.
Después,
el apaleo del trigo, como la paja pero sólo grano ya, con palas ad hoc de
madera y, finalmente, el cribado hasta dejar el grano “limpio de polvo y paja” amontonado en forma de pirámide con el astil
de la pala clavado en su vértice símbolo
de que la dura tarea con esa parva ha terminado. .
Este
duro faenar conformaba un ambiente humano dinámico bajo un sol abrasador cuyos efectos
sólo se paliaban a la hora del rengue a
la tupida sombra del sombrajo de la pesebrera-gañanía que siempre existía
necesariamente cabe la era en el que a la hora del almuerzo y merienda comían hombres y
animales de brega y engorde. La hora de la merienda era celebrada
desde el rulo por el morero cantando una
temporera de trilla al son amodorrado del
sonar de la esquilas de las mulas:
Ya
está jecho el gazpacho
Y
en los dornillos,
Señor
morero mayor
Espante usted a las moscas
Y
a los chiquiiiiillos
Aludíamos a la innegable cultura empírica
del hombre del campo de sofisticada técnica agraria. Conocía el significado de accidentes meteóricos cual que si la luna llevaba cerco que, de ser
positivo, o no, era señal de lluvia o sequía y, por ende, imprimían esperanza o
inquietud de que ese año “se pusiera era o no” con lo que ello era de importancia transcendente te para el devenir
del año agrícola; otro ejemplo: el riesgo cierto de hacer las
siembras de alfalfa forrajera con la
luna llena o en cuarto creciente, porque seguro que el ganado vacuno podía “coger aire en el vientre (se
meteorizaría) y reventaría la res en tal
caso; las “cabañuelas (este proceso se hacía en el mes de agosto y requiere
capítulo aparte; y con la siembra de las judías pasaba igual, o sea, que si
sembraban en luna llena o cuarto creciente, las vainas no tenían semillas y,
por ello, sólo era apta para ensaladas, y cocidos pero nunca para obtener
habichuelas en grano, etc.etc. Una auténtica sabiduría y cultura plural del
labriego.
Estas y otras
tareas camperas han aportado desde la noche de los tiempos
temas literarios (cultura humanista en uno de sus aspectos más entrañables) de
la inspiración de los poetas, novelistas, místicos, etc, desde los griegos con
un Virgilio, un Horacio, a un Cervantes con su inigualable y rural Quijote, su jamelgo Rocinante, y un esmirriado
borriquillo; venteros, las mujeres de la obra del “manco de Lepanto”: Aldonza
Lorenzo (la idealizada dama de los altos pensamientos y amor de Alonso Quijano,Fémina inquieta y
andariega, La enamorada ideal, Rosa de pasión, Clara niña, Contigo pan y
laureles, Diana cazadora, la doncella capitana, Maritornes, yVioletas de paz y
dela muerte.
¿Quien
dijo que el labriego es un patán sin ciencia ni poesía………… ?