martes, 22 de marzo de 2022

 

 

    EL ABUELO “CANITO”

 

            Data este, para mi emotivo recuerdo que me ablanda hasta los lacrimales, de unas fechas anteriores al estallido de la guerra civil cainita que nos tocó vivir a los españoles de aquellas generaciones. El recuerdo del abuelo Canito, como por parte de mi padre, Frasquito Talento,  me traen al ánima saudade infinitas, cuyo relato dejo para otro momento por obvias razones de espacio.   

            Tuvo el abuelo Canito diez hijos, ocho hembras y dos varones; entre aquellas, Paca, esposa de Frasquito Talento. Unos habían nacido en Cártama (Estación de Rubira)  y, el resto en el histórico Cortijo El Convento, cercano al  casco urbano de Alhaurín de la Torre.

            Un día de principios de julio del año 1.936, el abuelo Canito se desplazó a lomos de su burra desde El Convento a Cártama, para ver a su hija Paca y a sus dos nietos, Paco (quien suscribe) y Ana. Al siguiente día, entrada la media tarde, buscando las frescas, retornó, llevando consigo a sus dos nietos, de cinco y tres años. A la niña la llevaba ante sí, y al niño, a la grupa, agarrado a su cintura.

            Desde el mercado, en donde El Cristino tenía las caleras, emprendieron el regreso por  la Cuesta Colorá y el Lagar Roso para, a la altura del Cerro de la Silla, embocar de lleno en el camino que, a través de la Sierra de las Viñas, de románticas remembranzas, lleva al Convento.

            La Sierra de las Viñas constituye una dilatada campiña de suaves montes, en cuyas laderas labrantías los viñeros sembraban, asociado a los árboles de frutos secos, pegujales de subsistencia: habas, chícharos, altramuces  -chochos les llaman en algunos sitios-, yeros, arvejas, etc., si la otoñada era abundante en lluvias tempranas. En cuanto a arboleda, se mezclan algarrobos, encinas, almendros, higueras, olivos y, las pencas chumberas,  que daban los mejores chumbos de la provincia, que pregonaba a las del alba casi,  por las calles del pueblo;  recuerdo de manera especialmente afectiva, al Rubio Puilla: :

-        ¡Anden a los gordos y reondos,

              a los chumbos, dulces y mauros...!

            Ondulada y acogedora campiña serrana, tachonada de cerros y alcores de lujuriantes tonalidades por sus  laderas, umbrosas cañadas y arroyuelos de cristalinos hilos, no más, de agua, que asientan  confines en redondos visos encrestados. Estos hilos de agua cañadas por abajo, en las que aflora alguna que otra humilde fuentecilla de muy parco caudal, era abrevadero de la abundante fauna de pelo y pluma, como también donde los esquilmeros aplacaban su sed. Tierra, en fin, de pan comer; hondonadas  donde tienen su húmedo hábitat las zarzamoras de negros frutos, adelfas, jaras y retamas.

            La voz del silencio entraba por todos los poros; se acentuaba con el parloteo de los pájaros, el regaño en lontananza del cabrero a la piara con  titilar de esquilas y el torvo grajeo del ave carroñera por el Cerro de la Umbría. Cuando menos se esperaba, un negro mirlo de pico amarillo saltaba raudo de algún zarzal cercano al camino, haciendo con su agudo chirriar que la burra del abuelo Canito echase hacia delante las orejas como buscando mayor amplitud auditiva para valorar el pajeado. Campos que se hacían gozosos a los sentidos que lo captan todo. No poco han contribuido sus productos, en especial los chumbos, a la noble nombradía de Cártama por todos los rincones de habla hispana, de aquende y allende el mar, porque el poeta  de la raza, Salvador Rueda, los cantó, con versos de oro, como a los boquerones y biznagas de Málaga.

 

            Pero volvamos al abuelo Canito. Ya, a medio camino, la nietecilla le dice:

          -  Abuelo, hambre...

            -  Abuelo, yo también –se sumó el niño.

            - ¿Tenéis hambre, hijos míos? Yo os voy a dar una sabrosa  merienda.

            Echó el abuelo pie a tierra, bajó a los nietos, ató la burra a un matojo y presto se dispuso a coger unos cuantos higos verdejos, partió con dos piedras almendras de los árboles que daban al camino y, en el corazón de cada higo dulce, hincó una pipa de almendra. ¡Cómo saborearon sus nietos aquella exquisita merienda!.

            Siguieron el camino sinuoso y largo, pleno de olores a hierbas serranas.

-        Abuelo, tengo sueño –musitó la niña bostezando.

-        Para espantar el sueño yo te canto una bonita canción:

                                                ¡Me gusta mi nieta

                                                       y olé,

                                         con sus  cabellos rizados

                                                       y olé,

                                               parece una paloma

                                                          y olé,

                                       de aquellas que van volando!,

                                                    ¿las veis?

-        Ya mismo llegamos al Convento, y allí vais a dormir como ángeles. Y mañana, la abuela os dará a desayunar arrope,  torrijas bañadas en miel y café con leche. ¡Arre, burra, que se hace noche!