LOS
DESTINOS DE LOS PUEBLOS
Todos los pueblos, con contadas excepciones, viven a la sombre del árbol de su historia,
que suele hincar sus raíces en la oscura profundidad de la noche de los tiempos.
Unos cuentan con una historia harto enjundiosa y prolija en hitos gloriosos
(caso de Cártama en una época ya lejana), otros menos, según la categoría, prez
y fama que les imprimen esas minorías de hijos preclaros que se han distinguido
en alguna rama del saber, del arte o con su esclarecida y modélica manera de entender y vivir su existencia.
Son como esos faros de radiante e
intensa luz con la que en las noches brumosas y tempestades terroríficas de los mares, alumbran y señalan
el rumbo a
seguir en sus singladuras hasta llegar a
los respectivos puertos de destino.
Y también es la masa global de hombres y mujeres de los
pueblos, la que debe premiar y alentar a estas minorías señeras a seguir siendo los espejos en que se puedan mirar las gentes del
común.
Y
no es en absoluto de recibo por el perjuicio que ocasionan a la imagen cultural
y ética del pueblo en que ocurra (un
ejemplo indubitable lo tenemos en Cártama) que sean los propios alcaldes con la anuencia mamandúrrica de y algún que
otro conmilitón advenedizo, de dentro (que son los peores) o de fuera, quienes hagan de palmeros a dichos
ediles mayores, que temen patológicamente que la gente de pro, incluso en la
memoria por estar ya muerto, le hagan sombra. Son casos clínicos pero de
difícil solución porque el cargo les da patentes truhanescas.