jueves, 10 de junio de 2010

JACINTO BENAVENTE, NÓBEL DE LITERATURA, VINO A CÁRTAMA


Dice la carta: Sr. don Francisco Baquero Vargas (mi padre). Mi querido amigo: Le agradezco su atención y su cariñoso recuerdo. Estimo en mucho su juicio de mi obra. Le saluda con toda simpatía su affmo amigo, Jacinto Benavente.


Como tantos y tantos personajes españoles, e incluso internacionales, que venían a Cártama a visitar al rapsoda, González Marín, también lo hizo el genial dramaturgo, y premio Nóbel de Literatura, Jacinto Benavente. Esta que recuerdo fue, entre otras veces, en agosto de 1.940. Rapsoda y escritor visitaron mi casa, en donde almorzaron sopa de caldo "poncima", o sea, las típicas de tomates, y, tras el almuerzo honró mi cama echando una siesta en ella; en otra cama de la misma habitación yo hice lo propio, y mientras descansaba, don Jacinto no se durmió, sino que no paró de preguntarme cosas del pueblo; era asombrosa su curiosidad mental pese a su venerable edad. Por la tarde, fuimos al "sombrajo" de labor de mi padre en donde, mientras el morero, Niño de la Ramona, trillaba y le cantaba a la collera coplas acompasadas de la trilla, el autor dramático iba tomando nota de sus letras. El trillero cantó, entre otras, una que decía " La mujer del alcalde/ del Alhaurinejo,/ pesa diez arrobas/ sin el verdejo" Cuando Antonio el morero dio de mano, me dijo: "Paquillo (yo tendría unos diez años), lleva las bestias a la pasá de la acequia y abrévalas, pero córtale el agua no se vayan a aguá.." Don Jacinto, quiso acompañarme a la acequia que distaba unos 2oo metros del sombrajo y la era. Me preguntó que era eso de cortarle el agua a las bestias, que yo se lo mostré de forma práctica y le expliqué que como estaban sudada podía coger una enfermedad que le decían "aguarse", y en ese caso la tenían que tener las patas metidas en agua 15 días. Pero, cuando inquirió que había querido decir el morero con eso de que la mujer del alcalde pesa 10 arrobas sin el verdejo, la cosa se me puso más difícil. Yo le dije que la gente del Alhaurinejo, un pueblo cercano, y de Cártama, estaban siempre a las greñas, pero sobre lo del verdejo, sólo me salía una sonrisa. Entonces don Jacinto cortó por lo sano y me preguntó ¿No habrá querido decir el "higo", o sea, el coño..." "Pues sí, don Jacinto, eso mesmo ha querido decir...". El bondadoso e irónico don Jacinto se reía de ello abiertamente y tomó nota en su libretilla. Ya en el sombrajo, saboreamos el suculento gazpacho que mi padre habia elaborado y el "mojete" con la miga, huevos y aceite en el mismo dornillo de madera. Por la tarde, retornamos al lugar en la carreta y, en mi casa, hubo tertulia con amigos del pueblo hasta altas horas de la madrugada, durante la que, lógicamente, don Jacinto fue el centro de la atencion y quien abogó ante mi padre para que no me mandara a la cama y estuviera con ellos. Aquellas tertulias eran para mi una fuente de aprendizaje de cosas de la vida. En otro momento amplíaré sobre estos gratos recuerdos. Pasado algún tiempo, don Jacinto envió a mi padre una de sus obras recién publicadas y, mi padre, le contestó enviándole un obsequio (una manta bordado en bellos colores del "jato" de la burra que le había llamado la atención durante su visita a mi casa, y, una carta de felicitación; de ahí la carta del Nóbel que arriba incluyo. Siempre comprobé que cuanto más alta jerarquía intelectual tienen las personas, más sencillas, afables y asequibles son. Al morero, Niño de la Ramona, al que se pasó un rato a la vera de la parva viendo como con la voz acarariciaba la collera y la mandaba desde el rulo hablándole ---"ven acá morena, ven acá, tooma..."), y cantándole ( "la yegua de la mano/ tiene un potrito/ que ni come ni bebe/ y está gordito), le llamaba "hermano San Francisco de Asís", porque, al igual que éste, trataba a los animales como hermanos. ¡Cuantos recuerdos!