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Tuvo el abuelo “Canito” diez hijos; ocho hembras y dos varones, entre aquellas, mi madre, Francisca. Unos habían
nacido en Cártama (Estación de Rubira), y el resto en el histórico Cortijo, “El Convento”, cercano al casco urbano de Alhaurinejo.
Un día de principios de julio del
fatídico año 1.936, el abuelo “Canito” se desplazó a lomos de su burra desde “El Convento” a Cártama para ver a su hija, Paca, mi madre, y a sus dos nietos.
Al siguiente día, entrada la media tarde buscando las frescas, retornó llevando
consigo a su nieto y, a la nieta, con tres.
A ésta la llevaba ante sí, y al nieto a
la grupa trincado a su cintura, "para que cambien de aguas y no estén tan canijos", arguyó la madre.
Desde el “mercado”, en
donde el Cristino tenía las caleras, emprendimos el regreso por la cuesta “Colorá” y el Lagar “Rosso” para, a la altura del Cerro de la Silla , embocar de lleno en el camino que a través de la Sierra de las Viñas lleva
al “Convento”.
“¡Anden a los gordos y reondos,
a los chumbos, dulces y mauros...!”
Ondulada y acogedora campiña serrana,
tachonada de cerros y alcores de lujuriantes tonalidades, que asientan sus confines en redondos visos por arriba y umbrosas cañadas por abajo,
en las que aflora alguna que otra
humilde fuentecilla de muy parco caudal, abrevadero de la abundante fauna de
pelo y pluma y, aplacan la sed de los
esquilmeros; tierra en fin, de pan
comer. Cañadas, donde tienen su húmedo hábitat
las zarzamoras de negros frutos, adelfas,
jaras y retamas.
La voz del silencio entraba por
todos los poros; se acentuaba con el parloteo de los pájaros, el regaño en
lontananza del cabrero a la piara y el titilar de las esquilas, el torvo grajeo
del ave carroñera por el Cerro de la Umbría. Cuando menos se esperaba, un negro mirlo de pico amarillo saltaba raudo de algún zarzal
cercano al camino, haciendo con su agudo chirriar que la burra echase hacia delante las orejas,
como buscando mayor amplitud auditiva y
valorar el pajeado. En un momento dado, la perdiz madre seguida de una
banda de perdigones de segunda postura,
cruzaba el camino a velocidad increíble, mientras el pájaro macho
piñoneaba en el viso del alcor próximo para orientar a la prole.
Campos
que se hacen gozosos a los sentidos que
lo acechan todo, lo captan todo; campos que, por contra, en lo material son cicateros al pagar en
plusvalías los sudores y sacrificios de
los abnegados viñeros. ¿Cómo ellos no tienen en Cártama una calle llamada
de “Viñeros” o, “Esquilmeros”?. No poco
han contribuido a la noble nombradía de nuestro pueblo por todos los rincones de habla hispana de aquende y allende el mar, el “poeta de la raza”, Salvador Rueda, que cantó, con los boquerones y biznagas de Málaga, los
chumbos de nuestros montes; remedando al
pregonero de ellos en su inmortal poema “Pregones malagueños”, apuntaba:
“Llevo los buenos chumbos,
redondos ¡y qué pajizos..!.”
Cuántas veces le oí a nuestro
paisano, Pepe González Marín, haciendo patria chica, recitar estos pregones...
Escuchen ustedes, amigos lectores, estos pregones en la voz del insigne rapsoda,
honra y prez de nuestro pueblo; hay reproducciones, más o menos fieles en
cuanto a la voz, de ellos.
Pero volvamos al abuelo “Canito”. Ya
a medio camino la nietecilla le dice:
--Abuelo hambre...
--Y el niño: Abuelo yo también
--¿Tenéis hambre, hijos míos? Yo os voy a dar una sabrosa merienda.
Echó el abuelo pie a tierra, ató la
burra a un matojo y, presto, cogió higos verdejos y partió con dos piedras
almendras de los árboles que daban al camino, y en el corazón de cada higo
dulce hincó una pipa de almendra. Cómo saborearon sus nietos aquella exquisita
merienda. “Venga, no comer más que os
puede dar diarreas...! Vámonos.
--Abuelo, agua, dijo la nieta y, el nieto, yo también abuelo...
--Mirad aquellos esquilmeros que
están a la puerta de su choza, en cuanto lleguemos a su altura os dará
agua..¡Arre burra...!
La esquilmera deslizó dulcemente:
--Bonitos, ¿queréis beber...? ¿Queréis mejor leche recién ordeñada de
aquella cabra que ramonea con su chivito...?
Del cacito que había en un poyete
dentro de la choza, dio un jarrillo de leche a cada niño.
Seguimos el camino sinuoso y largo
pleno de olores de hierbas serranas.
--Abuelo tengo sueño...
--Para espantar el sueño yo te canto una bonita canción:
Me gusta mi nieta
Y olé,
Con sus cabellos
rizados
Y olé.
Parece una paloma
Y olé,
De aquellas que van volando (¿las veis?)
--Ya
mismo llegamos al Convento, y allí vais a dormir como ángeles y mañana, la
abuela os dará a desayunar arrope hecho con higos cocidos y trocitos de membrillos y batatas, y también torrijas... ¡Arre burra, que se hace noche...!