EL DON DEL GUADALHORCE
***
El Guadalhorce no es sólo una
corriente de agua. Es un cauce por el que advinieron a lo largo de siglos multitud
de culturas que configuraron la
inveterada historia de muchos pueblos en los márgenes de su ribera. De sus
aguas se levanta, si es verdad que las
ondas hertzianas perpetúan en el aire los hechos, el eco del chapoteo de los remos
de las barcazas púnicas que a contracorriente hoyaron su sinuoso curso y
encontraron, al revolver de un meandro, un pueblo escondido en las agrestes
faldas de dilatadas sierras, plenas de flora y fauna salvaje, al que llamaron
en la jerga púnica, Cartha, que quiere decir, ciudad escondida.
Como el Nilo a Egipto, el
Guadalhorce ha dado carácter a los pueblos
cabe su dilatada ribera, desde que meramente nace
hasta rendir su curso en las aguas saladas del Mare Nostrum. Así, indistintamente, la Hoya de Málaga, le llamaban el
val de Santa María --al Cortijo de la Alhóndiga no ha mucho tiempo le llamaban también
Cortijo de Santa María, como es del recuerdo-- y otros singulares topónimos y
muestras orográficas, en las que se asienta un puñado de pueblos (en época
romana, según Avieno, fueron los “Pueblos confederados”, que incluía a
Malaca), que hincan sus
raíces en la oscura noche de los
tiempos. Algunos de ellos (Palmete, Fadala, Benamaquí, Cupiana, etc), ya
desaparecieron pero, su argamasa antropológica y el devenir histórico
de cada uno de ellos y los que subsisten, estuvo, y está determinada
por esa arteria vital que es nuestro
río.
Todo pueblo que se asiente próximo a
un gran río y al hilo de sendas
ancestrales, como el caso de Cártama --ya da señales de estas sendas un
miliario romano aparecido antaño en el cortijo de Las tres Leguas, que eso
indica el referido miliario porque esa
distancia hay de dicho enclave
a Málaga--, tienen una profunda historia. En efecto, existió una senda a cada lado del río, con ramales
a distintos pueblos de su entorno, que
unían Antikaria (Antequera) con Malaca.
En el libro, “Caminos
y pueblos de Andalucía (Siglo VVIII)” de
José Jurado Sánchez, Colec. GalaXia, 1989, se hace referencia de las rutas que desde el interior
acceden a Málaga, de la que cito y comento una que ratifica cuanto a rutas o
sendas llevo dicho; viene a decir: “...Se
pasa el río de Málaga por barca de maroma (como la de “Frasquito Baquero, “Talento”, en el vado de
Venta Romero de Cártama cabe los antiguos pontones de madera), nace por cima de Antequera, y corre hasta
entrar en la mar; sigue camino desde el río a la “Venta de Cártama”, a donde a cinco tiros de escopeta se ve el cortijo de
Casapalma. Desde él a la venta hay media legua, y a la derecha está el lugar de
Cártama y en el mismo camino está el cortijo de Ratón y, cercano al otro lado
del río, el de La Alhóndiga …”
La venta Ratón no era, pues, como
creímos algunos, el propio cortijo de Ratón, pero entonces ¿dónde están sus
ruinas o vestigios?. En el mismo libro, pag.51, se lee: “Supuesto lo andado hasta Coín desde Marbella, sigue...A legua y media
de Coín, hay un riachuelo (río Fahala”)
que tiene…; desde allí a Cártama hay tres cuartos de legua. Se sale a Cártama
y, a la media legua, está el río de Málaga (deja claro que el célebre río
Málaga que nombrara Avieno, no es el Guadalmedina,
sino el Guadalhorce, como matengo en mi libro “...El Juglar y la Virgen Peregrina ”)…” que se cruzaba (personas bestias y
carruajes durante las subidas del cauce, en
dicha barca de martomas.
Un intento de exaltar la bella
historia desde sus remotos tiempos cuando era navegable y en sus márgenes
contaba con algunos puertos fluviales --Peñoncillo, La Colonia , quizás el Soto del Moro, etc, que nos dejaron hasta
poco ha algunos vestigios testimoniales (alguno
que se alcanzó a ver hasta no mucho tiempo pasado y ya desaparecidos) nos lleva
necesariamente a alternarla con una historia siquiera sucinta del territorio
que bañan y riegan sus aguas, en lo que no puede faltar flora y fauna fluvial
de una riqueza y belleza extraordinaria. Y, a eso vamos insertado en este tomo,
“Ecos de la Alhóndiga ”, que
empezamos con un opúsculo historiológico,
sobre la fauna salvaje que otrora
poblaba sus sotos: Gato montes, Jineta, Polluela del río o Chocha perdiz, Abubilla de los caminos, Avefría de los humedales y habares, Alzacola, Cuco, etc.
II
ASPECTO LÚDICO DEL RÍO
Otrora,
el río y sus pozancones (lugares que por circunstancias tenían más profundidad
en su lecho), era el único lugar en el
que solían bañarse las gentes de estos
pueblos ribereños, ya que salvo algunos económicamente pudientes, apenas se
visitaban las playas, aún estando tan cercana a los de la vega baja (entonces
sólo se podía viajar en caballería; eso lo dice todo) más que algunas familias
económicamente pudientes, y eran las cristalinas aguas del río, con embriagador
olor a tarajes y cañaveras las únicas “playas” a mano para la gente menuda y mayores sin distinción
de clase. En determinadas fechas del año
eran familias enteras las que bajaban a pasara “un día de río”
asombrados en los sotos de sus márgenes. Así fue desde siglos y siglos, pues ya
nuestros antepasados homónimos bajaban de las terrazas cercanas en do habitaban
a abrevar en su curso formando algarabías orales inarticuladas.
No ha demasiados años que, como
reminiscencia de una época a caballo entre el fin del siglo XIX y la década de los años cuarenta del XX, los labriegos aún vivían en las casas
enclavadas a pie de tajo en las huertas
de la ribera del Guadalhorce y en las
campiñas de secanos adyacentes; para subsistir, los pequeños y medianos propietarios habían de
labrar la tierra directamente en
durísimas jornadas de sol a sol incluidos domingos y días de fiesta.
Ninguno (salvo contados casos) de los niños de
estos abnegados labradores podía ir a la escuela para adquirir los inicios
lectivos imprescindibles. Les enseñaban
las primeras letras, que solían ser
las únicas, vocacionales maestros que, como el “Bizco Antequerilla”, a
despecho de inclemencias atmosféricas,
acudían diariamente a los diseminados cortijos, alquerías,
haciendas y alhóndigas, para “enseñar al que no sabe”. De no haber sido
por ellos, cientos y cientos de niños
habrían engrosado, aún más, el dramático porcentaje de analfabetismo que durante siglos ha venido oscureciendo el
destino de España.
A principios del siglo XX, Cártama era un
municipio eminentemente agrícola con
unos 6.000 habitantes, de los que,
3.000, vivían clavados en la tierra día y noche de la forma antes dicha, en virtual
promiscuidad con el ganado de labor y doméstico.
Un autor, describe la
Cártama campesina
finisecular de esta forma: “La población rural es muy importante, y
está dividida en 14 partidos con unos 3.000 habitantes, contribuyendo tan
numerosos núcleo de almas a dar a las
campiñas peculiares tonos de animación y
alegría, pese a haber sufrido las
invasiones filoxéricas de los últimos años, que asolaron los riquísimos viñedos
del término”, de los que se extraían reputados caldos conocidos en Europa y América exportados por firmas del
renombre de Larios y Fermín Alarcón Luján.
Las 10.058 hectáreas
del término municipal cartameño se
distribuían así:
1.053 Hª de regadío; 2.533 Hª de
dehesas o pastos; 6.011 Hª de secanos (la mayoría de ellos transformados en
regadíos con el Plan Guadalhorce en la década de los cincuenta), y, unas 80 Hª
de edificaciones y yermos.
La mayor parte de estas tierras
fueron cedidas por los Reyes Católicos, tras la conquista de Cártama y otros pueblos colindantes en 1.485, a grandes
señores como pago de la colaboración que
éstos con sus mesnadas y medios, prestaron a aquellos durante la reconquista del granadino reino
nazarí. Los titulares y sus herederos que conservaron esta tierras hasta no
hace poco más de un siglo fueron:
D. García López de Riarán, capitán de la armada durante la toma
de Málaga, que recibió toda la Vega de Riarán cuyo villorrio
señorial se llama aún, “La
Colonia de Riarán”; Don Sancho Rojas, el Latifundio de
Casapalma; el General Concha, marqués de Duero, el Cortijo Ratón; Don Alfonso
Roldán, las Tres Leguas; Don Diego Salcedo, Venta Romero; Don José Alarcón Luján,
que fue alcalde de Málaga e impulsó la construcción de Calle Larios: la Alhóndiga , o, Santa
María, y también el cortijo de Los Bermejales; Don Fermín Alarcón Luján: Hacienda Los Remedios; la Casa Larios : Doña Ana y
Rovira, etc.
Estas propiedades, unos las recibieron
directamente de los propios Reyes Católicos por servicios prestados durante la
reconquista del Reino de Granada del que formaba parte Cártama y su fortaleza, y
otras fueron adquisiciones posteriores
Por varias leyes de colonización
promulgadas en los siglos XIX y XX, y
también, como veremos, por otras causas, estos
latifundios fueron pasando a
medianos y pequeños labradores; primero como colonos y aparceros y, después, en
propiedad. Éste trasiego lo motivó bastante la plaga de filoxera que, a finales del siglo XIX (año 1.878 hasta
1.891), acabó con los viñedos, cuyos
frutos industrializados (vinos, pasas y
otros cuales uvas e higos pasas), debido
a la exportación ofrecían notables beneficios económicos.
Pero exterminados por dicha virosis
los viñedos, no quedó otra alternativa de
explotación que la horticultura
y frutales de regadíos; en secanos, cereales y frutales tales almendro,
higueras y la ampliación del olivar, que sólo eran
ya rentables para quienes labraran
la tierra con sus manos --braceros cesantes de la viticultura-- y se resignaran,
por falta de otra alternativa que no
fuera la de emigrar a América, a un nivel de vida pobre y de ominosa
incultura para sus hijos. De entonces
viene el triste refrán que reza: “El
campo empobrece, envejece y envilece”.
En cualquier caso, ello significó para la ribera guadalhorzana, y en especial para el municipio cartameño,
una pacífica y natural reforma agraria,
no gubernamental, en tiempos en que ésta
era el debate nacional en el sentido de que solucionaría, aunque en parte, la imperante
y consuetudinaria indigencia económica campesina; la radical desaparición de cultivos
con fines industriales y exportación como la uva, que dio lugar a la aparición de pequeños propietarios
(aparceros), lógicamente descapitalizados y, por tanto, víctimas de
usureros e intermediarios de los que no podían redimirse, ni siquiera con una
economía de subsistencia e intensas
jornadas laborales de sol a sol en los
tajos. Pero el sentido de la propiedad que adquirió gran parte de los peones de
la tierra, imprimió a éstos un nuevo sello social en su autoestima, aunque quizás el trabajo y
sacrificios en una economía de subsistencia fueran más duro que antes. Esa
clase del campesinado medio aún subsiste en nuestros días, aunque en un claro
camino de extinción: Los nietos de aquellos primeros aparceros y propietarios
de pequeñas y medianas explotaciones han ido reciclándose en entes urbanos con
una más halagüeña calidad, material, de vida
Las nuevas explotaciones minifundistas
carecían de mecanización. Sólo existía el arado romano de palo, el
chirivito, el “Pamplona” y algún que otro Brabante, tirados por yuntas. Con
ello el labrador al tener que multiplicar
el número de cultivos al pasar de explotaciones intensivas (vid y agrios) a la de huerta de
variados productos, adquirió una nueva cultura enormemente rica por lo variado
de los cultivos con sus respectivas herramientas ad hoc y peculiar nomenclatura
que obligó al nuevo labrador a aguzar capacidad intelectual, ciclos
estacionales, diversidad de cultivos con aplicaciones labrantías distintas unos
de otros, incluso atemperadas a cada estación climática (cultivos de verano,
invierno y primavera), e igualmente la ganadería asociada: a la salida del
inverno se aquiría ganado para recria y engorde (feria de aabril) que
aprovechara los subproiductos de huerta y explotación, con aceptable plusvalía
al salir el verano (feria al efecto y de regocijo social y familiar de septiembre
o, de “San Miguel”), variada forma de cultivo, herramientas nuevas,
etc.etc., lo que le hizo más estudioso del medio en que hubo de desenvolverse. Nada de esto hubiese sido posible sin el
benéfico concurso de las aguas del río Guadalhorce, el río del “pan de trigo” de los moros, y su red de
acequias, también heredadas de los
moros.
Como quedó apuntado, a las haciendas
de regadío y a las de secano, se les
asociaban como plus de subsistencia, ganadería familiar, explotadas a veces en
estabulación en instalaciones ad hoc adosadas a la vivienda rural. Cuadras, y
tinados y gallineros, se comunicaban por comodidad con la propia casa vivienda.
Las corraletas, por salubridad estaban un tanto distanciadas de la casa. Cuando
la familia era numerosa, los pajares igualmente comunicados con la vivienda a
través, el tinado, servían también de virtual
dormitorio para los miembros varones
con sólo echar una manta sobre la
paja. Visto desde la sociedad del bienestar y el consumo actual, esta vida
parecerá vil y dura. Todo, empero, es relativo.
La escasa industria
existente era también subsidiaria
de la agricultura: Molinos de harinas y
piensos cercanos a los caminos y cabe
las acequias cuyas aguas movían los empiedro molares. La propiedad
de estos molinos era entonces signo externo de gente pudiente (“Quien tiene
abejas, ovejas y molinos, puede
entrar con el rey en desafío”) Citemos
algunos de estos molinos de la vega guadalhorzana que aún tengo en la memoria: El de La
Colonia , en la acequia de Riarán lindera a la del Barullo,
que inspiró a un castizo poeta andaluz
(José Carlos de Luna ), un precioso poema
del que no me resisto a citar algunas estrofas
“Lo
que más me gusta a mí
es un molino harinero
¡De
trajín
tan sencillo y jaranero¡.
Pienso
y hablo --¡claro está¡--
del
molino
que a
la vera del camino
nos
brinda con la sorpresa
de su
blancura bonita
... y
el son de su tarabita.
...
Del que precisa la rima
cortijera
para
hacer del trigo harina
y de
la harina telera .
...Todo
a la antigua usanza
sin
remedios posteriores
al
pie de las enseñanzas
que
los moros nos legaron
cuando
los moros anduvieron
por
estos alrededores.......
Y el “Molino de Carvajal” en acequia
del Barullo (propiedad de D. José
Carvajal y Hue, que fue ministro), y el de Rovira en el cauce del mismo
nombre. Existían también varios
molinos de aceite, tanto dentro del pueblo como en el diseminado rural, hoy desaparecidos todos. Y
alambiques de aguardientes: el de “Trascastillo” y el de Frías en calle Santa Ana, que después fue almazara de
aceitunas. Algunas fábricas de chacinas
que transformaban en productos cárnicos la cabaña ganadera de Cártama y pueblos
limítrofes, entre las que “Industrias Prolongo” (hoy Soler, S.A), instalada
sobre 1.830 (algunos años antes que
llegara a este pueblo el ferrocarril), fue, y es, emblemática sobre ésta y
otras industrias de aquella época, muchas ya desaparecidas.
Tan intensa dedicación a la explotación
agropecuaria obtenía una superproducción
de productos en todas las estaciones del
año, para cuya venta eran transportados
al mercado de la capital donde gozaba de especial aceptación e incluso,
algunos, famosos, como los chumbos, que aún hoy se pregonan para su venta
con “denominación de origen”: “¡Chumbos de Cártama, dulces y reondos!”.
Salvador Gonzalez Anaya, escritor y académico de la
R.A .L (1.879 – 1.952),
oriundo de Cártama (su madre era natural
de este pueblo), cumpliendo la promesa
que le hizo a ella, escribió en el año 1.950 una novela (“El llavero de Anica La Pimienta ”), sobre
Cártama, en la que en relación a este típico fruto dice literalmente: “... Y subí al tren y arribé a Cártama. Pero salvo
la Virgen de
Los Remedios, algunos parientes... y la escueta figura del aplaudido Gonzalez
Marín, en la villa no tropecé con cosa alguna digna de mención novelística,
sino chismes y chumbos ”. Cuando en
su despacho de Málaga le reproché tal mención, me dijo: “¿Te duele el panorama, eh...?. A mí, que
soy cartameño, también. ¡Que se enmienden
de una vez nuestros paisanos...!” No se hace esta mención al higo-chumbo
gratuitamente. En aquellos años de hambrunas
--de la “churripampa”--, a veces
las gentes, a falta de algo mejor con que llenar el estómago, se daban una
pechá de chumbos hasta llegar a la ahitera, o
“atoro”, lo que dio lugar a escenas realmente jocosas entre el singular
médico cartameño, José Cuevas, cuando había de “desatascarlos” con medios
caseros en los propios esquilmos en la sierra de Las Viñas, como en una ocasión
en que a falta de vasija y goma para lavativas llevó a cabo éstas con una
regadera colgada de una viga conectada al vientre bajo con una goma de trasegar
vinos. Yo creía que los fenicios, en su comercio con los
iberos-turdetanos cartameños, compraban a éstos, entre otros productos de la tierra, el “rojo
de cochinilla”, que, bajo las chumberas,
producía el insecto “Coscus catti ”, que
era embarcado en el puerto fluvial del Peñoncillo sobre el río Guadalhorce,
entonces navegable, pero, mi amiga buena Noelia Hidalgo me ha demostrado que
las chumberas tienen en Cártama un origen mucho mas tardío históricamente. No
toda la culpa es mía; cometí el error de creer a uno de esos eruditos a la
violeta que se la dan de investigadores.
Esta materia la utilizaban los libaneses de entonces para la fabricación
de la púrpura con la que se tintaban las telas de oriente tan famosas en la
antigüedad. Así, pues, parece que alguien no falto de fundamento, propuso (yo
no lo he comprobado) al confeccionar el escudo de Cártama, que en él figurara un chumbo, con igual motivo que el madroño figura en el de
Madrid.
Hasta no hace
muchos años, el trasporte de los productos desde las huertas cartameñas al
mercado de Málaga, se realizaba con
medios del propio labrador (carretas, carros y bestias), o, mediante
cosarios, entre los que se recuerdan, “Juaní”, Diego Díaz y Pitana.
Éste último fue,
además, gran cantaor de flamenco que merece aquí un comentario. Creó estilo propio y, según
José Luque Navajas, “...el cartameño Cipriano Pitana, con otros, fue cantaor que
está ya en la historia de la
cultura española”.
Pero su escenario natural era el pescante de
su carro cosario, desde el que cada mañana, cuando hacía el trayecto Cártama-
Málaga, sus malagueñas “hijas de su vida
y de su sol”, basadas en otras de Teresita la del Terralo, cartameña
saetera, y la Chirrina malagueña (que se perdieron ), trasmitían en
palabras musicales, embriagando los sentidos, el olor a biznagas de jazmines de
las hembras ribereñas. Cuando Pitana caminaba en las noches estrelladas, las
gentes se agazapaban a la vera del camino
a oírle cantar. Pero, como ejemplo de malagueña de Pitana, es mejor recurrir al flamencólogo cartameño-perote, Pepe Navarro, cofundador
con Luque Navajas de la malagueña Peña Juan Breva, y sobrino de otro cartameño
flamencólogo y erudito autodidacta,
“Paco Juan Ramos”, quien en su libro
“Malagueñas y malagueños”, anotó esta letra pitanera:
.
“Para
más martirio darme
mientes
a quien más quería.
Yo te
juro por mi vía,
que
he de venir a cobrarme
a toas las horas del día.
Esta composición está basada (como
se dije antes), en la malagueña de la “Chirrína”, que nada tenía que ver con
Teresita la del Terralo (que fuera madre
de Martín el “Chirro”, que no ha mucho
murió), y por tanto, es una recreación; pero las extraordinarias
facultades de este cantaor, con su aguda y fina voz daban tal impronta a su
cante que quedó catalogado y admitido como obra personal.
La argentina voz de “Pitana”, aguda
como el más fino estilete y transparente como el agua del más puro manantial,
no exenta de un regusto rebosando sentimientos, lograron que este estilo
destacara de entre los demás rápidamente.
Tampoco “Pitana” fue nunca cantaor
profesional, por lo que su cante fue poco divulgado. En algunas ocasiones cantó
en el “Café de Chinitas”, pero siempre comprometido por amigos o paisanos.
Este cantaor fue elegido por el gran
recitador, Pepe González Marín, para que
le enseñara el cante de la trilla (como
el Pena en Álora le enseñara otros palos), que él intercalaba en los poemas
rimados, creando escuela a la inversa, entre los cantaores de la época.
Dice Madoz, y la tradición popular, que antes
de que en la época de Primo de Rivera se hiciera el puente de hierro sobre el
Guadalhorce en la carretera Cártama a Málaga (joya de unión entre cartameños,
que no de desunión), durante la época invernal las personas, bestias y carros
cargados de frutos de la tierra, habían de pasar de una orilla a otra en una
barcaza, cuyo último barquero, fue hasta 1.925
Frasquito Talento (padre). Un día, a su balsa, con él a bordo, se la llevó una súbita riada. Quedó varada
y está enterrada hoy bajo los limos de las riadas en una haza llamada, por ello, “Haza de la barca”, cercana
a la
agarena noria de Carrión.
Según es sabido, al barquero (padre de 12 hijos), “sólo pudo salvarle de morir en los
embravecidos torbellinos de agua turbia
y pestilente del enfurecido río, un
milagro de la Virgen
de Los Remedios”. Un dosel cubre-púlpito que, con su nombre bordado regaló
Talento a la Virgen ,
da fe de este hecho. (Véase el capítulo “Hechos extraordinarios”, del libro,
“El juglar y la
Virgen Peregrina ”) y la milagrosa salvación de la muerte de
un hijo soldado en la guerra de Marruecos.
Es de señalar que el crecimiento de
alfabetización de Málaga y provincia
entre 1.860 y 1.930, fue muy lento (el más bajo de Andalucía) “pues mientras la tasa de alfabetización en España creció 18.6 puntos y
la andaluza 11.9, la malagueña sólo creció 6.6 puntos”.
El entramado social urbano de
Cártama de finales de siglos (1.903), podemos resumirlo con estos datos:
Alcalde, Miguel Gonzalez Negrete (padre del recitador cartameño
José Gonzalez Marín) instaurador de la
ya citada feria de septiembre para facilitar la venta del ganado terminado el
verano; feria hoy desaparecidd.
Secretario: Arturo Muñoz de Toro y Moreno
Juez municipal: Francisco Roldán y Salcedo
Fiscal: Diego Marín Díaz
Secretario del juzgado: Cayetano León de Selva
Teniente de la
Guardia Civil y Jefe de Línea: José Aladro
Sánchez
Cura párroco: Félix Rosso del
Prado. Vivía en el hoy llamado Lagar de Rosso en la “ Cuesta Colorada”.
Teniente cura: Natalio Aranda
Mairena
Cura castrense: Manuel Berlanga Baquero “El cura Berlanga”
Maestro de instrucción pública: Félix
Ruiz Extremera
Maestra de instrucción pública: Matilde Jolín
Escuela privada: Vicente Pérez Mairena, que ejercía también de
encuadernador y librero municipal y particular, y en los años 30, Ignacio y
nuestro personaje “ El Bizco Antequerilla” y su esposa “ Doña” Ciriaquita, de
pábulos.
Alguacilillo: “Gasparillo”, quien, previo toque de trompetilla para
centrar la atención del vecindario, en los emboques de las callejuelas pregonaba
en alta voz los edictos del alcalde. (Foto de la trompetilla)
Romanero municipal: Juanillo de la “Tota” y,
después, Antonio Porras, “Cueto”
Molinos de aceites: Herederos de Fermín Alarcón. Hacienda Los Remedios,
hoy Tintero campero .- José Alarcón Luján ( calle Alarcón Luján, “casa del
carbón”) .- Eduardo Espinosa ( en Calle Enmedio, antigua escuela de Francisco
Romero y doña Mercedes, en donde hasta no hace mucho se conservaban pozuelos y
tinajas )..-Diego Marín, en la punta del pueblo camino de Coín .- M. Roldán.
Aguardientes: Miguel González Negrete (alambique en Calle Santa Ana,
después también molino de aceite).- Diego Salcedo.- José Salgado Faura (también farmacéutico que tuvo
la botica en la Plaza ,
antigua casa del Ayuntamiento).-
Albañiles: Agustín Cañamero Martín, Antonio Cañamero Torres, Claudio
Cañamero Ramos, Diego Cañamero Torres.-
Albardero o albardonero: Francisco Rodríguez Marín (Frasquito el
albardonero, que vivió en calle González Marín, junto actual relojería) Alpargatería : José
Gómez.-
Banquero (prestamista): Cayetano Selva León y en mayor escala
Fermín Alarcón Luján .-
Cafés–Restaurantes: José Rodríguez Ramos (bisabuelo de los actuales “Cocos”);
Juan Villasana Aragón y otros tipo “tascas”, como la de “Cucharón” en La Plaza (
“ taberna de los obreros”) .-
Carretero: Constructor de carretas y carros, arados de palo, etc :
Bartolomé Pérez Mairena y posteriormente, por los años 40, Miguel de Miguel,
que tenían la carpintería junto a la tripería de Mora, y, el Ñaña que la tenía
en la punta del pueblo en lo que hoy es Bar “La parada” .-
Fábrica de cera: Juan Rodríguez Ramos.-
Curtidores y zapateros: Francisco
Benítez, Francisco Plaza, Claudio Roldán y Enrique Roldán ( Enriquito)
que fabricaban zapatos a encargos.-
Droguería:
Francisco del Pino Espinosa.-
Farmacias : José Salgado Faura y
Francisco del Pino Espinosa.-
Remitentes de frutos de la tierra: José Díaz y Mariano Ramírez y
posteriormente José Vargas y “Perreche”.- Depósito de harinas y aceites: Antonio Anaya, Mateo Berlanga y
Diego Marín López.-
Hojalatero: José Lozano, que era un singular artista confeccionado a mano
toda clase de utensilios de hojalata: Medidas para aceite (cantaras de 1/4, 1/2
y 1 @; litros, panillas y medias panillas), jarros, candiles, faroles de
tinados, etc. Muchos recordamos aún a su hijo, que se llamaba Fernando, quien siguió el oficio pese a estar impedido de nacimiento: tenía que andar
con ambas rodillas en tierra, protegidas
con trozos de ruedas de coches y, las manos, sobre dos cuadrados (cubos) de
madera adheridos con sendas correas a las plantas de sus manos.-
Fábricas
de harinas: Herederos de José Carvajal (ya citado en otro lugar como molino), González y Tellado, y,
Herederos de Santiago López.-
Herrería: Juan Heredia .-
Después, Juan Mora.......
Casas de huéspedes: Dolores Faura, Antonio Vela, Juan Villasana Aragón,
Venta – posada de Doña, en cuyo tinado
estaba la yunta para encuartar los carros que se atascaban en la cuesta del
Hoyo Espartero en la calle de la
Carrera (hoy González Marín) que acarreaban a Málaga y
Estación las frutas de Coín, Alhaurín, Tolox, etc Después el acarreo se hacía en camionetas,
siendo célebres las de Ramos de Coín y Trujillo de Alhaurín, a las que la
chiquillería para quitarles frutas se “recolgaba” al aminorar la marcha en dicha cuesta.-
Luz eléctrica: Compañía de González y Tellado, que se implantó
inmediatamente después de desaparecer el alumbrado de gas de nuestras calles y para
aparecer las bombillas eléctricas de 125 voltios y luz amarillenta que los
zagalones, y menos zagalones, rompían con tirachinos a espaldas del alguacil–policía,
“Gasparillo”, y así, tranquilamente, poder “pelar la pava” a oscuras, eludiendo
para el menester la “inquisidora” vigilancia
de la suegra.-
Jardinero podador: Basilio García.-
Memorialista (que se dedicaba a escribir cartas a quienes no sabían
hacerlo, o sea, al 90% del pueblo): Manuel Díaz (años
después lo hacía, Antonio Rodríguez).-
Panaderías: Mateo Berlanga
Espinosa, que tenía la panadería en la calle de En medio frente al bar de
Miguel Vargas; Miguel Gonzalez; Diego Rodríguez Díaz, en la plaza.-
Pirotécnico: Claudio Cañamero Ramos. Pasados los años el oficio lo
ejerció su hijo Miguel Cañamero (“Morenito”) el encargado hasta no hace mucho
de encender y echar las ruedas y cohetes durante la procesión de la Virgen de Los Remedios y
las tracas en las ferias de abril y septiembre.-
Ultramarinos: José Torres y Cristóbal Gómez.-
Criadores de vinos: Herederos de Alarcón Luján, Manuel Bracho, Eduardo
Espinosa y Gonzalez y Tenllado.-
Médico: Ricardo Muñoz Toro ( “ don Ricardo”), que vivía en las
afueras del pueblo en una casa con jardín, palmeras etc. ubicada junto al
Arroyo frente al Polideportivo, al otro lado de la antigua curva de los “
paerones”. Veterinario: José Bedoya.-
Sirvan estas breves pinceladas dictadas
por el recuerdo directo y trasmitido,
para dar idea del contexto rico
de matices y variopinto, y al mimo tiempo, paradójicamente, de pobreza
económica y lectiva, comprendida entre finales del siglo XIX y la cuarta década del XX.
Los alcaldes que presidieron la corporación cartameña desde
principios del siglo XX hasta los años cuarenta del mismo en que murió el “ Bizco Antequerilla”, fueron por orden cronológico:
1.889?.- José Salgado Faura, ya citado
como farmacéutico. Durante su mandato se trasladó el antiguo cementerio de la villa, sito en la aún llamada haza de
la cruz o del humilladero por debajo de la fuente del Higuerón, a donde está hoy, compuesto de un sólo patio
y otro más pequeño llamado “de los desgraciados”, porque en él se daba
sepultura, sin rito religioso, a los que morían por suicidio o manifiestamente
fuera de la religión católica. Era entonces Obispo de Málaga Marcelo Spínola y Mestre, que realizó una
visita pastoral a la villa con tal ocasión.
1.900 .- Miguel Gonzalez Negrete (ya lo era
cuando el desastre de Cuba y Filipinas en 1.898). Fue el creador de la feria de
septiembre, o de San Miguel, en atención a su onomástica y porque en septiembre
los labradores necesitaban una feria
para vender el ganado comprado en la de
abril,ya engordado con las rastrojeras y entresacos del verano. Si bien la
feria de abril era, y es, la segunda de Andalucía tras la de Carmona y alguna
veces ee la de Sevilla, la de septiembre es una de las últimas. En
estas fechas, el Obispo de la
Diócesis era Juan
Muñoz Herrera, que igualmente vino a Cártama en visita pastoral para bendecir
el reloj que este alcalde puso en la falda del campanario, en donde sigue, con
cuyas campanadas se empezaron a regir, supliendo a las de la Ermita , los horarios
laborales. Entonces contados eran los que llevaban reloj, y sólo de bolsillo.
Era este alcalde de los llamados “ de monterilla” por su forma de
gobernar imperativa y caciquil.
1.910
.- 18-11. Es nuevamente alcalde José Salgado Faura, que deja
el cargo para marcharse a Madrid en donde adquirió una farmacia, en donde
precisamente ( como explico en otro libro en ciernes), estuvo escondido
Gonzalez Marín en junio de 1.936, al caer en desgracia de los políticos por
unas palabras que pronunció en un recital en el Teatro Español al que asistía
el Presidente de la
República , hasta entonces admirador y amigo suyo.
Esta
botica se convirtió, por estas circunstancias, en lugar de tertulia salrededor
de Gonzalez Marín, a la que asistían poetas, dramaturgos, periodistas, artistas
de teatro, etc. que le eran afines y aconsejaron se fuera de España, lo que
hizo llevándose consigo la
Patrona de Cártama, La Virgen de Los Remedios, que durante año y medio
recorrió en sus brazos todas las repúblicas americanas desde el cono sur a
Estados Unidos, en donde para su culto, le regalaron el órgano que aún existe en la parte alta del
coro de la parroquia con una inscripción que recuerda este hito. (En mi libro
“El Juglar y la Virgen
peregrina” amplío sobre un singular hecho mariano, único en la historia de
España)