RELATOS
BREVES (2)
(De m/libro “Ecos de la alhóndiga”)
Iluminada
y cálida, tierra madre. Hienden tus
entrañas los arados para darte el tempero propicio a las sementeras que son promesas de vida. Millones
de veces esponjada con sudores de
hombres; secularmente halagados
tus incógnitos tímpanos con cantos temporeros al son de esquilones que
ponen ritmo al santo trabajo de cada día.
Dibujados en tu faz, caminos de
herraduras y rodaderas y eres subsidiada
del sol y de la calaera lluvia que en tu vientre macera las semillas que devendrán
en cosechas de las
estaciones todas.
Tierra
madre que me viste nacer, te llevo licuada por los canales de mis venas y
alimentas mis recuerdos y mis nostalgias de un ayer que, por ti, fue un hoy pleno de realidades.
Compadezco
a los que te olvidan, a los que huyen de
tus recuerdos, porque al perderte, pierden su ser, su raíz y su alma. Tierra
labrantía, por algo fuiste numen de excelsos poetas. Ya el divino Virgilio, al
escribir la épica Eneida, recordaba sus Églogas y Geórgicas con esta entradilla:
“Yo aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de la leve
avena...obligué a los vecinos campos a que obedeciesen al labrador...”
Y, qué decir del “Beatus Ille” del eterno Quinto Horacio Flaco, nacido de liberto 65
años a.C:
“Dichoso aquel que alejado de los
“negocios”,
como la
antigua raza de los mortales,
cultiva
sus campos con los bueyes,
alejado
de la usura...
Ora con la crecida vid
une los
altos álamos
ora
contempla desde lejos su rebaño de vacas...
y podando
con la hachuela las inútiles ramas
injerta
otras mejores...
Madre eterna, panteista y horno de todo lo creado…