DOROTEA
Homenaje un tanto apasionado a la mujer. Tratándose
de sumarse a la exaltación de su condición de fémina inefable, siempre
símbolo y praxis de la abnegación y la solicitud entrañable (joya que
puso Dios como colofón de su Creación), no puede ser de otra manera, que con pasión efusiva. ¿Cómo no, si son a la vez
madre que nos pariera, novia como segundo estadio del despertar a las maravillas de la vida en
la que ella pone complacencia y goce --“carne de la mujer, ambrosía más bien,
¡òh maravilla!”, que diría Rubén Darío--; compañera, amante, hermana, amiga y, musa necesaria de
quienes tienen alma de poeta. Va por vosotras.
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Como
enamorado de dos feministas por excelencia, Teresa de Jesús (“fémina inquieta y
andariega”) y del Quijote cervantino, llevo a cabo este proyecto de exaltación femenina desde los auspicios
inspiradores del libro “MUJERES DEL
QUIJOTE (Al amor de las estrellas)” de Cocha Espina, que al igual
escribiera, “La niña de Luzmela”, “La esfinge maragata”, “Despertar para morir” y, otras que
descubrí, y degusté con fruición, desde
mi adolescencia, bajo las indicaciones (permítanme este recuerdo
gratificante) del gran catedrático profesor de literatura en el
Instituto Aguilar y Eslava e Internado de
la Purísima Concepción ,
asociados, de Cabra, don José Escalada, nombre que jamás se nublará en mi
memoria y gratitud.
Como orlas gráficas,
usaré las mismas sugestivas pinturas del antes citado libro, con firma de su
autor en uno de los ángulos.
Luna nueva, campo
dormido, noche de verano en la ribera. Cielo de terciopelo, puro, despejado y
resplandeciente, cielo estival cartamitano que nos mira con pupilas iluminadas de estrellas mensajeras,
invitadoras al sueño sobre la buena y
amada tierra...
Desde las baldas cortijeras, cantan los gallos acentuando el silencio limpio aún de impertinencia de rumores.
Desde las baldas cortijeras, cantan los gallos acentuando el silencio limpio aún de impertinencia de rumores.
Arriba, en la
penumbra del lugar, bajo el arrullo luminoso de la luna blanca, miles de vidas
laten al unísono dormidas con igual ignorancia, incapaces de seguir las huellas
reveladoras del Misterio.
Pero no, en un
habitáculo de dilatado ventanal, la luna es compañera y consoladora de las
cuitas amorosas del Alonso Quijano, el hidalgo terruñero, que sí sueña
despierto con un ideal transido de melancolía; sueña con una mujer que en sus
desvaríos de poeta andante la sublima en un entramado de madrigales irreales.
Sueña el caballero
Don Quijote con Aldonza, no por cierto el dechado propio y fino para encarnar
los ideales del caballero.
Lorenzo Corzuelo, labriego de pan comer, tenía una hija, Aldonza, moza que pese a ser membruda y silvestre, se convirtió en dueña y señora del ensoñador caballero andante, quien, acostumbrado a vislumbrar en sus libros de lecturas ( con aventuras de Caballeros andantes y Amadís), musas, emperatrices y altas princesas, y pasear con ellas su encendida imaginación por las verdes riberas de la tierra guadalhorzana. Idealizó hasta las más altas cumbres del pensamiento a aquella zafia tobosana a la que rompió en llamar, Dulcinea del Toboso.
Lorenzo Corzuelo, labriego de pan comer, tenía una hija, Aldonza, moza que pese a ser membruda y silvestre, se convirtió en dueña y señora del ensoñador caballero andante, quien, acostumbrado a vislumbrar en sus libros de lecturas ( con aventuras de Caballeros andantes y Amadís), musas, emperatrices y altas princesas, y pasear con ellas su encendida imaginación por las verdes riberas de la tierra guadalhorzana. Idealizó hasta las más altas cumbres del pensamiento a aquella zafia tobosana a la que rompió en llamar, Dulcinea del Toboso.
Calladamente la quiso
durante muchos años, con esa lealtad, con esa noble continmencia, con esa
delicada timidez, prendas morales de los poetas y de los héroes, cuando los hay
auténticos sobre la faz de la tierra.
De aquel gran amor
tan casto y escondido, tan lleno de inefables revelaciones, brotó sin opción a
dudas en don Quijote el firme propósito (para merecer de la mujer de sus altos
ideales), de salir a deshacer entuertos,
a imponer la verdad, el bien y la justicia con el brío y denuedo de su brazo,
pues pocas proezas hay en el mundo que en la inspiración enamorada hacia una
mujer, no tenga su raíz.
Dulcinea es pues, una
ilusión sutil, pero, al fin y al cabo, mujer ideal que Cervantes creó con la
pobre arcilla de la tierra y con el rico aliento de su numen la idealizó en el mas hermoso simbolismo, enseñándonos que todas las mujeres son bellas, porque todas las mujeres son madres,
hasta las que no han parido: el corazón de todas y cada una de ellas es una cuna en
que arrullan a un niño.
Loor, pues, a la mujer.
Loor, pues, a la mujer.