Este trabajo
intrahistórico de una antañona Cártama,
constará de dos, o quizás tres, partes. Esta primera la dedico a mis amigos,
Gerardo Hernandez Les e Isabel, su esposa, y, al matrimonio Juan Andrés Vera y
Esther e hijas, quienes, desde su arribo
a este pueblo, en el que han asentado sus vidas,
tanto se han interesado por su auténtica y enjundiosa historia.
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Ha
poco prometí en este mi blogs rememorar
de que manera celebraba el pueblo de Cártama antaño la Semana Santa. Amén de mis
recuerdos y de cuanto oí de mis mayores, me sirve de especial ayuda para éste
mío, un trabajo que, al respecto,
publicó mi amigo y paisano, el profesor, Claudio Roldán Ruiz, en un interesantísimo
libro editado por el Obispado en 1.991, en el que se sembla como celebran la Semana Santa de Málaga, y todos y
cada uno de los pueblos de su provincia.
A
más vivencia personal, acompañé como “guía” durante 10 inolvidables
días, y fui testigo de excepción de cuanto sobre la tradición semanasantera y
otras particularidades cartameñas iba recabando de la gente del pueblo al
ilustre escritor, poeta y novelista costumbrista, don Salvador González Anaya, de la
RAE , que me honró con su amistad hasta su muerte.
Dicho libro era un brindis que a su madre le
quería hacer (tal le tenía prometido desde sus primeras
andanzas de escribidor) desde su terruño
de nacencia al cielo, en donde ya moraba su alma. Lo publicó, si mal no recuerdo, en 1.952, como un esbozo de novela dada su corta
dimensión literal con el título, “El
llavero de Anica la Pimienta ”.
Lo poca gratificante línea que parece haberse marcado últimamente Cártama sobre su propia
historia, pudiera ser la causa de que sea
uno de los poquísimos pueblos de la
provincia que, desde 1.929, sigue
prescindiendo de las genuinas celebraciones de Semana Santa. Dice Claudio Roldán en su citado trabajo: “...Cártama
tuvo una gran tradición semanasantera anterior a nuestra triste guerra civil, y
que después desgraciadamente se perdió...(y) queremos (yo también me uno a
ese deseo) que aquellas antiguas
celebraciones de Semana Santa sean conocidas
por generaciones posteriores...(porque) Cártama también fue en los
comienzos de siglo (XX) y muchas décadas anteriores, un pueblo que vivía la Semana Grande cristiana con un gran sentido religioso plasmado en una serie de actos de fervor en
los que el pueblo participaba...” con sencilla unción de mismidad, a veces con sorprendente armonía
interpretativa.
Aunque
el pueblo creyente sí participa en los actos
litúrgicos de Pasión celebrados dentro de la Parroquia , las actuales
generaciones ya no recuerdan, ni casi saben que existieron, los singulares y peculiares “PASOS DE CÁRTAMA” de no excesiva antigüedad. Entonces, la gente se constituía en participes y actores
de todas las secuencias bíblicas que
evocaban dichos PASOS. Estas
representaciones, de sorprendente realismo, eran puestas en escena por un gran
elenco de “actores”, al aire libre en lugares de orografías muy similar a las de los lugares que en el
otro extremo del Mediterráneo frecuentó Jesús de Nazaret en el sublime drama
del Gólgota. Todo, reitero, empezó a decaer por complejos ante ideologías
adversas agresivas en el año 1.929, según Claudio Roldán, aunque mis fuentes lo sitúa por el año 1.934.
Con
los PASOS alternaban las procesiones de
los titulares de las dos Hermandades, “verdes” y “moraos”, que contaban con
imágenes de enorme interés artístico, quemadas durante la contienda
civil, salvo un Nazareno, salvado por el rapsoda cartameño, González Marín,preciosa talla atribuida al célebre imaginero, Fernando Ortiz, de la Escuela Granadina.
Estremecía
el ánimo durante el recorrido procesional, las inesperadas saetas de cualquiera
de los muchos cantaores que tenía Cártama. Sobresalían Pitana y la humilde
“Chirra” o “Mariquita la del Terralo”; eran tan buena saetera, empírica obviamente, pero que ello
no fue óbice para que un año, que González Marín la llevo a a un
concurso de saetas en Sevilla, se trajera el primer premio; tal suena. Allí, entre otras
cantó la siguiente saeta.
“La
corona del Señor
no
es de rosas ni claveles,
que
es, de espinas de zarza
que
le traspasa las sienes”
También recoge Claudio
Roldán en su trabajo historiológico
(y yo coincido por mis recuerdos, el haberlo oido de los mayores y por mis lecturas), los interesantes datos siguientes: “todos
los personajes que participaban tenían su vestuario específico que constaban
de:
--Túnica hebrea,
vestidos de romanos, de sayones, etc.
--Sandalias.
--Careta para
caracterizarse hecha de cartón piedra
Todo
este material y el espíritu participativo se transmitían de generación en generación, de padres a
hijos. El hábito los hacía buenos actores, pero había casos de valía notable para la
interpretación. Debió ser realmente un alarde de realismo pintoresco, de
fruición espiritual y hermandad popular, pese a la dinámica formal casi elemental.
Según
Roldán, los momentos o secuencias más importantes también se correspondían con
los más significados del drama bíblico:
--El sacrificio de Isaac.
--La samaritana y
Jesús en el brocal del pozo, que al parecer se representaba al final
de calle Concepción en el pocillo
simulado cabe la Peana.
--María Magdalena como
mujer pecadora y arrepentida
--La negación de Pedro.
--La negación de Pedro.
--Juicio de Jesús ante
Anás, Caifás y Pilatos.
--Ecce Homo:
Presentación al pueblo.
--Jesús camino del Calvario.
--Jesús camino del Calvario.
--Las tres caídas de
Jesús. La Verónica
--La Crucifixión.
--Resurrección en el
interior de la parroquia.
El
sábado de resurrección lo llamábamos los zagales “día de las latas”,
pues tras tres días de silencio
penitencial, ya podíamos hacer ruido la alegría por la Resurrección del
Señor. Semanas antes, los chaveas las pasábamos rejuntando latas viejas
en muladares, comercios y en el propio hogar; cada uno hacía con
ellas un montón bien empañetado y asegurado con fuertes guitas. Una flexible
alambre se enganchaba al montón y, tirando de las latas recorríamos,
arrastrándolas en desenfrenada carrera por las calles del pueblo, entonces terrizas o, a lo sumo, enchinadas. Un
verdadero clamor de latas, al que se unía el trepidante repicar de campanas de la Iglesia y Ermita, que
duraba un par de horas con el gozo de la chiquillería, y el de los mayores que
para hacer más atronadora la algarabía, echaban mano de la escopeta de caza y
unían a los cohetes unos cuantos disparos al aire. Ese día de alegría todo estaba permitido, en aras ciertamente, de
olvidar muchas cosas sobrecogedoras de una aciaga guerra aún muy reciente. ¡Qué tiempos...! Don José
Cuevas, el médico del lugar, tenía ese
día acopio de suero anti- tetánico para prevenir las resultas de las latas infectas
en la chiquillería que solía herirse con ellas en ocasión tal.
Como queda dicho, la guerra acabó también con
esta tradición. Por cierto, el pasado 26
de febrero se ha cumplido los 75 años que retornó de su odisea
mariana-poética por las América, en los brazos de José González Marín, su
JUGLAR, La Virgen
de Los Remedios, que fue recibida por todo un pueblo enlutado en la punta del
pueblo junto a la carpintería del Ñaña. Allí, al menos durante una tarde, se
olvidaron odios y rencores represados aún desde la cainita contienda. Tenía yo unos siete años, e iba de la
mano de mis padres en medio de aquella multitud doliente, recién salida Cártama
del drama de la guerra incivil.
Difícilmente podré reprimir las lágrimas al rememorar y describir este
grandioso espectáculo del retorno de la Patrona del pueblo tras año y medio de peregrinar
místico allende los mares que constituyó, sin duda, la mas bella cantiga mariana de
la historia de España. Traía consigo en un pequeño arca tierra y la bandera de cada país, regalos de los mandatarios de todas y cada una de las naciones
visitadas, que fueron 16.