jueves, 28 de marzo de 2013

“QUIÉN ME PRESTA UNA ESCALERA... "


         

                                     
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a  Jesús el Nazareno”.
                  (Antº Machado)

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Dedico este artículo a mis amigos , los Hermanos de Padre Jesús de los "moraos" de Alhaurín el Grande, a los que tantas deferencias debo, y cuya fiesta grande,  tan gratos recuerdos de niñez y juventud me despierta.

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Desde hace muchos años, mantengo la costumbre de   leer con fruición espiritual cada vez más acentuada en Semana Santa, libros (prosa y poesía) relacionados con la Pasión del Justo por antonomasia, al que tengo, como cristiano,  por Hijo de Dios y Dios  mismo.

No siento complejo al decir lo que antecede: Nació  Jesús el Nazareno hace 20 largos siglos y, aún, se sigue hablando  día a día, y en todo lugar, de Él. Desde entonces acá son incontables las civilizaciones, sistemas filosóficos, políticos,  incluido marxismo --con sus variantes comunismo, socialismo, trotskismo, etc-- que han ido desapareciendo, mientras la doctrina y el testimonio de vida que Jesús de Nazaret nos legó, ha resistido, y resiste, todos los embates históricos que han querido, y quieren, aniquilarlo para suplantarlo. A veces, con persecuciones cruentas y letales de lo que siempre salió más fortalecido. Nadie  se atrevería, sin caer en el ridículo,   negar esta evidencia histórica.

Su inefable  doctrina es de amor, no de odio;   por eso está incardinada en los corazones de los seres humanos imprimiéndoles sentido de  eternidad. De ahí su prevalencia en lo temporal.

Hace unos días, un articulista  establecía, en su columna diaria, reservas, incluso históricas, sobre el  Galileo. Es la moda. Pero, respetuosa, en incluso fraternalmente,   me atrevo  a decirle  que yo también, ha muchos años experimenté  en mis adentros (la vida suele hacernos víctima de  injusticias que nos dificultan  toda creencia objetiva)   “mi noche oscura del alma”. 

Alguien (no recuerdo quien, pese a mi pertinaz capacidad memorística), me dijo: “te emplazo a que me digas una sola razón, fundada, para cuestionar la existencia de  Dios. Por el contrario, son infinitos los argumentos que avalan su existencia;  para constatarlo, basta abrir los ojos físicos,  los del alma y atender el dictado del raciocinio.  Pero no quieras desvelar objetivamente el profundo arcano de Dios, porque es misterio; solo vale  la fe. Por demás, la existencia de Dios Creador la  proclaman con arpegios de transcendencia,  sus creaturas  y la infinita armonía y leyes del universo, su  Creación”.

Dos días después, me entregó un recorte de periódico que contenía la siguiente cita de Einstein: “Cada vez que la ciencia hace un descubrimiento, es  una ventana por la que se ve  Dios”.

En más de una, y de dos, ocasiones, me vi envuelto en las brumas de la muerte (accidentes de coche, uno a altas horas de una oscura  noche, dos aneurismas de aorta con intervenciones quirúrgicas de decenas de horas en quirófano, etc) y salí de ello de forma  atribuible a la mediación de una Bondad Superior. No es de este momento abundar en este relato.

Si observamos las manifestaciones procesionales de estas fechas conmemorando  el drama  del Gólgota, y pese  a cuanto puedan tener éstas  de lúdico y de aparatosidad formal, como, a veces, de aparente folklorismo las manifestaciones marianas,  en el fondo de sus corazones los seres humanos de todas las clases sociales y nivel cultural,   rezan a unos referentes con íntima y transida emoción de trascendencia. Desde el totemismo en los albores de la humanidad, el ser humano tiene  atávica certeza  de Dios, y cada pueblo y civilización, lo han venido expresando a su manera. 

El arte, ese inefable don del espíritu,  a lo largo del devenir de milenios ha ido dado testimonio de las expresiones del sentimiento religioso del pueblo de cada era y época:  Miguel Ángel, con sus célebres frescos de la capilla Sixtina; Rafael;  en España, Velazquez y su  célebre Cristo en la Cruz, Dalí, El Greco. Y en la música,  el Ave María de Gounod, el Mesías son muestras, una por miles, de la incidencia en el espíritu humano del numen  Dios. Y... en la poesía: El Cantar de los Cantares, los infinitos versos de  San Juan de la Cruz que ofrece alturas sublimes, el propio Lope de Vega, y Calderón, etc.etc.

Pero, ciñámonos a lo popular que en semana Santa se manifiesta en las noches de procesiones con ese dolorido rictus de pena y amor de  las imágenes, y de rezos y saetas que dice el pueblo. Saetas del pueblo  que se clavan en el corazón, cuando una Virgen, da igual que sea de la Esperanza,  de Los Dolores,  de Zamarrilla, ve sufrir a su Hijo Justo, que parió en una noche de luna en un establo de Belén; “viste su manto de luto y, con cara llorosa  y las manos de azucena cruzadas sobre el corazón traspasado”, entre fulgores de luces y cabrilleo de rezos, es parada por la voz del capataz de trono: el silencio  da voces en el corazón de los cristianos, cuando es interrumpido solemnemente con el esmorecido cante de una  saeta.

Er cuerpo yeva doblao
Por el peso de la crú,
Y los sayones asotan
Su cara yena de lú.

Y, al poco trecho, otra a la Madre dolorida:

De las flores mas bonitas
Voy a jasé una corona,
Pa ponérsela a María
Hermosísima paloma.

Y, otra,

Por envidia te asotaron,
Por orguyo te prendieron,
Y tus bropas los sayones
Aluego se repartieron.

Y miles y miles que dicta su corazón al pueblo liso y llano: 

 Claudia Prócula de Cartima,
A su esposo le rogó:
“No te metas con el Justo...”
Y  él  las manos se lavó.

Y la procesión multitudinaria sigue lenta y recogida hacia su encierro; el pueblo que la conforma, establece empatía con el sentido literal y profundo de las saetas, y con los pesares de un Dios, que se ha hecho Hombre en aras de los pobres y los desvalidos, de los que han hambre de pan y de justicia.

En las postrimerías de la noche, llega como un eco diluido en el sentimiento de la aurora  los arpegios de la última saeta:


¡Mirarlo por donde viene
Er mejó de los nasios!
Los ojos esparpitaos
Y el rostro descolorío”   

Decía en el párrafo inicial, que por estas fechas suelo leer prosa y poesía referida al drama bíblico: “Como llora Sevilla” emocionante ambientación poética de la Semana Santa escrita por el  Padre Ramón Cué; El Apocalipsis de San Juan; todo el poemario de nuestro San Juan de la Cruz, “El villancico y la saeta” de mi amigo, ya desaparecido, Manuel Benítez Carrasco:


Al verte, mástil sin vela
Abandonado del cielo,
Intento darte consuelo.
Y eres Tú quien me consuela...

...y dejando entre tus dedos
Todo el poder, clavado,
Aún me ofreces el costado
Para quitarme los miedos...

Pero Tú arreglas las cosas
A tus maneras divinas;
Y, al devolverme las rosas
Te quedas con las espinas...


. Nunca falta en estas fechas la  relectura de un poema  de José Luís Estrada Segalerva (Romance de aquella ermita) dedicada a nuestro Pepe González Marín, a quien tantas y tantas veces acompañé a Alhaurín el Grande el día de Padre Jesús de los  “moraos”, del que era gran devoto y amigo de sus Hermanos, y él mismo un Hermano más: