De mi libro “Ecos de la Alhóndiga ”
Junto a
la caseta de transformación
eléctrica de la Cía.
Sevillana en Cártama, sobre media mañana departíamos al
agradable aire de levante, Enrique Marín y yo sentados en los escalones de cemento agrietados de viejos que daban acceso a aquella y, Paco Juan Ramos y el veterinario del pueblo,
Julio Fernández, éstos de pie. “La caseta de
la luz”, que así la llamaba el vulgo, estaba adosada a la terminal de la tapia
medianera de la cabreriza de “El Varguilla”, y también al patio del matadero municipal, en donde el veterinario tenía montado el potro para herrar
el ganado vacuno, asnal, caballar y mular,
amén de otras actividades como capar los mulos,
caballos y burros. Solíamos departir
sobre hechos del diario discurrir del pueblo, y de libros sin, por supuesto,
dejar de darle un buen repaso a los políticos. Entonces la comidilla era el
alcalde, Juan Casquete quien ordenó que en cuanto llegara la música para
alegrar la feria, “que tire pa abajo que
yo lo espero cavando lo encuento a los olivos y allí le daré la bienvenía, y
que me toquen algo...”
En esas estábamos, cuando nos aborda un
“forastero de fuera”, recién llegado
en el “cameón” (autobús) de línea, Cártama-Málaga, con parada en la puerta del cercano bar-fonda, “La
Coina ”. Nos dijo que venía a Cártama a contratar dos “criadas”,
que así se le llamaban entonces a las
“empleadas del hogar”, y, si le podíamos indicar como localizar alguna de las que se dedicaban a
ello porque, “tengo noticias de que en
este pueblo, amén de buenas trabajadoras, son leales y prudentes”.
Como por arte de magia, aparecen tres
mujeres que venían del cercano pilar de los
“Caños gordos”, cada una con un cántaro al cuadril, y en una mano, un cubo de agua, que suministraban
a las casas en las que, al efecto, trabajaban a tanto la vasija. Entonces no había agua corriente en las viviendas, salvo en dos o tres en todo el
pueblo; la de los pozos era generalmente salobre y sólo servía para “regar la
puerta de la calle” y, con ceniza, para la colada, y ello, si no se lavaba ropas delicadas.
--Pues
mire usted que cerquita tiene tres; acérquese a ellas y propóngale su oferta.
¿Qué cómo se llaman?. Aquí las conocemos
por el mote: Una, la de la izquierda, es
La triste”, la de en medio, “La
Pena ” y, la otra, “La Muerte ”, y puede
llamarlas así sin reparos porque
ellas con el tiempo ya lo ven tan
natural. La “Pena” tiene un hermano más pequeño, el que lleva un búcaro en la
mano, al que, por ser hermano suyo le
han seguido el apelativo en masculino y, le llaman “El Pene”.
El “forastero
de fuera” terció la mirada hacia el cuadro que ofrecían las tres mujeres y el acompañante masculino.
Literalmente dio un respingo al comprender la razón de los apodos; dio media vuelta más que de bulla en
dirección de la parada del “cameón” de
viajeros, mientras nos farfullaba:
--Hace
poco se me ha muerto mi mujer; bastante
pena y desdicha tengo ya en mi casa. Hasta otra, señores.
El “caméon” tenía ya arrancado el motor
alimentado con gasógeno para iniciar la
vuelta a Málaga, cuando desde la esquina próxima nos llegó el vozarrón del “forastero
de fuera” gritando tras un sonoro chiflido: ¡Espeeeeren, que me las najo...! ¡Que me las najo de este “cenizo”
de pueblo...! ¡Le parezca a usted las cosas que a mi me pasan...!”
La pintoresca escena nos sugirió
meternos en la arcana taberna de “La
coina” y tomarnos unos “poyúos” del vinillo
en rama que servía Antonia, la dueña, con
unas tapas de ensalada de papas overas
cocidas y aliñadas con aceite del terreno, cebollitas y otros aliños que a
nadie dijo jamás, servida de la
exquisita forma, maternalmente solícita, que ella lo hacía.
¡Buena de verdad fue la mañana...! Cosas del
pueblo cuando el pueblo aún tenía sabor a pueblo y ocurrían estas y otras cosas raras...